Rafael Gallegos
Venezuela es un país muy impuntual. A todos los siglos entramos con años
de retraso. Seguramente es una circunstancia latinoamericana. No hemos podido
ajustar el reloj, desde el cambio de horario que significó el descubrimiento de
América.
Iniciamos la carrera de la civilización occidental con una desventaja que no hemos podido superar. Lo
que significó la aventura de Cristóbal Colón para nuestros abuelos indígenas
equivale – y no lo dude- a que mañana llegaran unos extraterrestres a nuestro
planeta, por supuesto que con cientos de años de avances tecnológicos sobre
nosotros, y nos sometieran a sus designios. Separaran nuestras familias, nos
obligarían a ser sus esclavos, a creer en sus mitos y en sus dioses.
Tal sucedió con la conquista. Nuestros abuelos quedaron sometidos a un
nuevo sistema de valores donde su dignidad no valía nada. Hasta los virus
hicieron su tarea y el General Viruela diezmó más indios que los capitanes
Cortez o Pizarro.
Luego el mestizaje fue haciendo el nuevo tejido social. Nuestras sociedades
quedaron divididas como metras de colores. Blanco, beige, marrón y negro.
Mestizos, mulatos, cuarterones, quinterones y Dios libre de algún antecedente
judío, o de algún color subido de tono en el pedigree o árbol genealógico.
A la familia Bolívar, a pesar de ser tal vez la más rica de Venezuela,
se le negó el título de Marques de Cocorote, por la bisabuela del Libertador
haber sido sospechosa de mulata. El caso es conocido en la historia como el
Nudo de Marín.
A las Bejarano, pardas que con sus deliciosas tortas hicieron una
fortuna que superaba a la de tanto conde arruinado que adornaba la cerrada
sociedad caraqueña, no las dejaban usar velos o mantos en las misas. Tuvieron
que conseguir un permiso especial del Rey. Total, mantuana venía de manto y la
godarria de la época no podía aceptar
gente inferior igualada a punta de tortas. Por un lado entraban las permisadas
Bejarano con sus velos a misa, y por el otro las mantuanas salían del recinto.
Mientras esto sucedía en Venezuela, la Revolución Francesa acababa con
la monarquía decapitando a sus reyes y asomaba el marco legal de la nueva era
de la burguesía. Ya años antes, la Revolución
Industrial había mezclado la maquina de vapor, la máquina de hilar y los
ferrocarriles, en un cóctel de infinita productividad que cambiaría por siempre la vida de los
hombres.
Nacía la Nueva Era. Democracias, capitales, tecnologías. Y Venezuela
seguía en pleno feudalismo.
El Libertador encabezó el movimiento de Independencia y pudimos entrar
al siglo XIX como una nación libre, liberal y democrática, en 1821. Veintiún años
de retraso.
Claro, no fue que entramos con mucho ímpetu. La productividad brillaba
por su ausencia. Venezuela quedó diezmada por la Guerra y de paso, los héroes
militares creyeron que la patria era un botín. En 1.888, el Dr. Rojas Paúl fue
el segundo presidente civil del siglo, 53 años después del derrocado Vargas.
Militarismo Habemus.
Los caudillos militares del siglo
XIX no nos dejaron entrar a tiempo en el siglo XX. Luego de Crespo; Castro y Gómez. Dictadura Habemus.
Mientras en el mundo y en la misma América se desarrollaban liderazgos civiles y sólidas democracias, en Venezuela
Gómez implantaba su dictadura petrolera. Silencio total y torturados por
doquier.
Al morir Gómez, al decir de Mariano Picón Salas, entramos en el siglo
XX. Con 36 años de retraso. La impuntualidad nos devoraba. Sin desmerecer a
López y Medina, militares civilistas, hay que destacar que el primer presidente
civil de sXX fue el gran Rómulo Gallegos… derrocado a los 8 meses de gobierno.
Hoy pugnamos por entrar al siglo XXI. Otro militarismo hace muro de
contención. Presidente forever, cuando el siglo XXI es alternabilidad.
Licuefacción de poderes, cuando el siglo XXI es independencia de poderes.
Socialismo de los fracasados en el siglo XX, cuando en el mundo próspero priva
el libre mercado. División del alma nacional,
cuando en el siglo XXI priva la unidad, el diálogo y el respeto.
Improductividad, en la era de la innovación y la calidad de vida.
Volveremos a llegar atrasados al cambio de siglo. Trece años de retraso;
pero llegaremos. Nuestro deber es hacer una sociedad próspera que entre al
siglo XXII en… el comienzo del siglo XXII.
Por nuestros padres y madres.
Mi padre, el inolvidable y queridísimo Rafael Gallegos Ortiz, hubiera cumplido 90 años en estos días. Desde
aquí hago reconocimiento a su perpetua lucha por la democracia, a su exilio en
Ecuador cuando otro militarote, Pérez Jiménez; y a su sufrimiento por mi
incilio por ser, a muchísima honra, Gente del Petróleo.
Por nuestros hijos, por nuestra gente. Por la dignidad personal. Tumbemos
las puertas del siglo XXI.
Suerte Venezuela, que bastante has luchado.
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