viernes, 13 de febrero de 2015

Juventud Sexagenaria

Carlos Delgado
 
Pensé que esa celebración había pasado de moda para mí, que estaba olvidada en el rincón de los arcanos, oculta tras sombrías predicciones y artilugios sin uso, abandonada ante falta de esperanzas y acompañada por un corazón averiado, un espinazo encorvado y unas rodillas amelladas, pero nuevos aires circundan y circulan alrededor revitalizando músculos cansados y renovando energías disipadas aunque las alegrías tengan otro sentido o significado; no es fácil olvidar y dejar pasar pesares. Ellos son como el rocío que fertiliza nuevas flores, como las lágrimas que tallan nuevas rocas.
 
No es fácil ubicarse ante esta perspectiva y declarar semejante tremendura al observar cómo son arrasadas campiñas que podrían ser fecundas, campos cuajados de jóvenes diezmados por guerras, enfermedades, odios ancestrales, diferencias raciales y religiosas y gobiernos hostiles a pensamientos renovadores y al germen libertario incrustrado en la mágica helicoide de Wilkins, Watson y Crick, e inseminado en todo ser evolutivo que puja por florecer, compartir nuevos ideales y convivir en concordia, sin olvidar ese sentimiento inteligente del cual está dotado: evolución.
 
Para ser joven hay que ser tenaz, verdadero, original, creativo, inconforme, contestatario, incansable; algunas de esas características merman con el tiempo pero son sutilmente substituidas por otras, como el agua que se cuela entre la roca o a través de la tinaja de arcilla preciosa: paciencia, sabiduría, comprensión y algo que sólo se acumula con el pasaje del tiempo, amistades. Estas virtudes no se logran sólo con el pasar del tiempo, ni tampoco se acumulan por sí solas. Sólo afloran cuando se mantiene un proceso de aprendizaje continuo y compartido aunque la tecnología nos rebase y nos haga lucir minusválidos ante otros sujetos más hábiles o capaces que uno; alguna hendija quedará abierta por donde podamos colarnos y asir esos nuevos artilugios que permitan conectarnos casi en tiempo real, como lo estoy haciendo en este instante. Durante ese transitar, he conversado con todo el mundo, especialmente con niños y viandantes quienes han dejado un cúmulo de impresiones y conocimientos, difícilmente cuantificables.
 
Especial mención merecen esos pequeños accidentes que se convierten en gigantes y dejan marcas imborrables. Desde hace poco más de tres años entré a un templo donde comparto con un grupo de personajes conocedores de los factores que moldean y condicionan al mundo. Estos nuevos amigos interactúan, poniendo de lado intereses personales, descifrando la importancia que la energía tiene en nuestra sociedad, su impacto sobre la Tierra y la significación de su uso racional para el bienestar de todos nuestros conciudadanos, los de ahora y los que vendrán. Este grupo se llama COENER y puedo asegurar que se ha convertido en una fuente inagotable de conocimientos en medio de una camaradería extraña entre personas que poco compartían y que provienen de disímiles gremios profesionales, con el acento de su edad, casi todos entre sexagenarios y nonagenarios, con una vitalidad envidiable. Casi al unísono, surgieron, como hadas y gnomos en carnaval en medio del bosque, mis compañeros de bachillerato, con quienes no compartía desde hace 50 años y que hoy conformamos una romería calificada por todos como "lo mejor que nos ha pasado" en largo tiempo, y puedo asegurarles que todos estamos "igualitos". Ahora, tenemos tertulias frecuentes y estaremos en Cumaná a mediados de año para celebrar nuestro Jubileo.También aparecieron, virtualmente, mis inolvidables compañeros de universidad a quienes no he visto desde diciembre 1.970, pero que han venido a llenar un vacío existencial de trascendental y particular importancia, en mi caso. El anecdotario de ecuaciones, experimentos, veladas filosóficas y políticas, serenatas y rumbas resucitó, dejando en mí un sabor grato que suelo evocar y revivir cuando pulso mi inseparable compañera, mi guitarra. No menos puedo decir de mis incontables amigos surgidos de lo cotidiano y de lo excepcional, los de viejas tertulias y los que ahora amenizan estos años plateados como si siempre hubiesen estado allí. Gracias a todos ellos.
 
No puedo concluir esta celebración del Día de la Juventud sin arengar, apoyar y solidarizarme con todos los jóvenes venezolanos que han truncado su destino en lucha fraticida y los que valientemente marchan por nuestras calles reclamando justicia, paz y libertad. En todo este concierto de emocionantes pasajes y hechos tiene  un lugar especial mi nieta, Zoe Marie, que actúa como Partícula de Dios para mantenerme alentado, entusiasmado y convencido de que tendremos un final feliz.

Abrazos,

El Joven Carlos.

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