Rafael Gallegos
El Libertador se debe revolcar en su tumba ante tanto desaguisado que se comete en su nombre. Ahora resulta que esta “revolución” lo utiliza como estandarte para su sectarismo. Ante la emergencia provocada por las lluvias, hemos observado con estupor como los “revolucionarios” facilitan insumos y recursos a los alcaldes y gobernadores “bolivarianos”, y a duras penas, ante la magnitud de la tragedia, modifican ligeramente esa actitud de ignorar y baipasear a los opositores, también electos por el pueblo. Como si el país fuera un club donde solamente tienen carnet los oficialistas. Tanto hablar de igualdad para terminar estimulando la existencia de venezolanos de primera y de segunda. Imagino las conversaciones en los altos niveles del gobierno y del partido: - Se cayó un cerro sobre unas casas. – ¿En esa zona el alcalde es nuestro? , o - ¿A quién tenemos allá?, porque el gobernador es escuálido, o peor: - lo que pasa es allá no tenemos a nadie… Y aunque usted no lo crea, ¡en el nombre de Bolívar! Precisamente el hombre que logró por encima de tanto egoísmo y resentimiento, unir a los venezolanos tras el proyecto de la Independencia.
Siendo un oligarca, - ¿alguien duda que Simón Bolívar era el hombre más rico de Venezuela? - el Libertador fue capaz de unir a los blancos y ricos, con los pardos y los negros esclavos, tras el proyecto de la Independencia. No lo imaginamos preguntando, ¿ese es negro, o blanco, o tiene pureza de sangre?, ante los patriotas que se unieron a su proyecto. Si lo hubiera hecho, tal vez los españoles estarían todavía gobernando a Venezuela. Mi querido padre decía, que el sectarismo es consecuencia del subdesarrollo del espíritu. Habría que preguntarse por el tamaño del espíritu de nuestros “revolucionarios”. Bolívar unió tras su proyecto a los pata en el suelo de Páez, a los remilgosos y separatistas orientales, a los riquitos, a los granadinos. En la unidad radicó su grandeza… y su triunfo.
Seguramente Bolívar, campeón de la Libertad, no estaría de acuerdo con este proyecto autoritario. En el supuesto negado de estar vivo, qué de insultos le propinarían ante sus críticas a tanto desaguisado. Y más al saber que además oligarca, su familia anduvo buscando el título de Vizconde de Cocorote. El Libertador no fue miembro de la nobleza porque de acuerdo al llamado “nudo de la Marín”, que aseguraba que una mulata fue su bisabuela, no poseía suficiente pureza de sangre. ¿Y ese Bolívar es rico, noble y además nos critica?... ignórenlo, podrían haber dicho los “revolucionarios”, que de paso prefieren a un Bolívar de bronce, que a uno de carne y hueso, que hablaría y desenmascaría tanta desfachatez. Aunque le pasara como al Jesús de Dostoieski, a quien le dijeron: mire Jesús, es mejor que deje la reclamadera porque de lo contrario, vamos a tener que crucificar a Cristo en el nombre de Cristo.
El sectarismo es la expresión más antibolivariana que podamos imaginar. La “revolución” es sectaria con los diputados opositores electos para la Asamblea; con los universitarios de las universidades con criterio independiente; con los petroleros democráticos, a los que no ha cancelado ni siquiera su caja de ahorros; con los opositores que aparecen en las listas tacón y maisanta. … con todo lo que no se mueva como títere. El Presidente ha repetido hasta la saciedad su negativa a negociar con la oposición. Como si los opositores no fuéramos venezolanos. Así, asistimos a un país que además de inflar los precios y desinflar la producción de manera dramática, tiene como la canción, el corazón “partío”. El alma nacional dividida en dos pedazos. Como lo estuvo en el Chile de Pinochet, o la Argentina de Videla, o la Alemania de Hitler, o… paremos de contar. Contrario al Churchill quien en plena guerra unificó a todo su pueblo bajo el duro lema de sangre sudor y lágrimas. Si hubiera discriminado entre conservadores y laboristas, seguramente hoy mandarían los nazis en Inglaterra. O como Lázaro Cárdenas, el mexicano que unificó a todo su pueblo cuando nacionalizó el petróleo. O tanto líder democrático que comprende que su primer deber es la unidad nacional, tras los objetivos de grandeza.
Ojalá esta tragedia haga reflexionar al gobierno y aprenda que este país es de todos. Que en el lenguaje de la democracia, ganar no es sinónimo de aplastar. Que el pueblo no se transforma en oligarca, ni vende patria, ni enemigo, cuando como en toda democracia, deja de votar por ellos. Venezuela no es un club, es un país de todos.
Y de todos significa no dibujar apocalipsis en caso de una probable derrota en el 2012, reconocer la inmunidad de los diputados electos abusivamente detenidos, enterrar de verdad las listas fascistas, negociar con la oposición. ¿Pedir peras… al olmo? Puede ser; pero el implacable juramento reza: si no… que os lo demande.
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