Rafael Gallegos
En 1976 la democracia venezolana nacionalizó su industria petrolera. Como resultado, transformó un conjunto de empresas transnacionales productoras de petróleo y refinadoras de residuales, manejadas desde los centros mundiales de poder, en un vasto complejo energético. En manos de venezolanos, PDVSA se convirtió en una empresa de categoría mundial. Desarrollaron áreas nuevas en Monagas y Apure, levantaron los costosos y difíciles crudos de la Faja del Orinoco, cambiaron el patrón de refinación que elevó en trescientos mil barriles la producción de gasolina, internacionalizaron el negocio comprando instalaciones en Europa y Estados Unidos, se apropiaron del mercadeo internacional, optimizaron la explotación y procesamiento del gas, crearon Jose, fundaron INTEVEP, creadora de la orimulsión, y el CIED (premiada como la mejor universidad corporativa del mundo), rescataron la petroquímica. Grandes logros, que además de elevar la autoestima colectiva, nos enseñaron a los venezolanos que organizando el talento y enfocando la voluntad, sí podemos hacer un país de primera.
Aunque usted no lo crea, a la “revolución” le estorbaba tanto éxito. Ello implicaba distribución de poder, contrario al desideratum de las autocracias: yo, yo, yo. Por ello, llegó el comandante y mando a parar tanta eficiencia. Desde antes de llegar al gobierno, comenzaron a ablandar el prestigio de los petroleros con aquello de “y que” las colitas de los aviones. También hablaron de un estado dentro del estado y de un ente opaco e inauditable; pero terminaron transformando a la empresa en un estado paralelo y le metieron dos brochazos más de pintura. En el 2003 aplicaron, a confesión de partes, el “yoprovoquéelparo” y botaron a 23.000 trabajadores; alma, corazón y cerebro del negocio petrolero. La mayor lobotomía empresarial en tiempos de paz. Como consecuencia, quedó una industria flácida que debería producir hoy seis millones de barriles de petróleo diarios y apenas produce dos. Y nos hacen pasar la vergüenza de importar gasolina. Una gerencia rojita y todera, incapaz de operar adecuadamente. Paradójicamente, la única barrena exitosa, es la que los conduce desde la empresa petrolera número uno de América Latina, hacia los lichers corporativos.
¿QUÉ HACER?
Para transformar el petróleo en bienestar colectivo, se deben adelantar las siguientes premisas: 1.- empresas operadoras eficientes 2.- máxima producción de divisas 3.- responsabilidad social y 4.- Estado capaz de transformar los dólares en bienestar colectivo. Humildemente proponemos un cuadrilátero petrolero que hoy estamos lejos de cumplir. Como paso previo, es imperativo crear un ENTE PLANIFICADOR donde participen petroleros, académicos, empresarios, gobiernos locales, regionales y nacional; con la misión de determinar la orientación estratégica del negocio, la inversión, la participación del Estado y de empresas privadas, la captación de tecnologías, el desarrollo de personal, las metas de producción y refinación.
La transformación de las operaciones de la industria requiere gerenciar cambios radicales y búsqueda de resultados espectaculares. Para maximizar las divisas, hay que elevar el potencial de producción y el procesamiento. También, definir la responsabilidad social empresarial del petróleo, es decir, la participación directa de la industria en las comunidades como ente catalizador del desarrollo, la formación de una empresa petrolera con contenido social, distinto a la existente: una empresa social con contenido petrolero. Y finalmente, hay que reformar a fondo al Estado para que sea capaz de transformar las divisas petroleras en bienestar colectivo y hacer leyes que permitan distribuir los ingresos petroleros directamente a los ciudadanos y a las alcaldías. La meta: convertir a Venezuela en una verdadera potencia, o sea… un país donde todos disfrutemos de calidad de vida.
HACIA EL PIVOTE PETROQUÍMICO
Faltan pocas décadas para que el “imperio” sustituya la gasolina en sus vehículos. A partir de allí, las cosas serán diferentes. El petróleo dejará de mover al mundo. Para estar preparados cuando ese destino nos alcance, el país debe maximizar su producción de divisas petroleras y transformarlas en bienestar colectivo. Y formar desde ya una creciente industria petroquímica de primera, para que a partir de la industrialización que ésta genere, la petroquímica se convierta en el nuevo pivote del desarrollo del país, sustituyendo al petróleo. Y paralelamente, hay que ir pensando en alimentar al mundo produciendo alimentos de la Faja.
Lo contrario es agudizar para el futuro, la imagen de un venezolano arruinado sentado sobre un tesoro. Y eso, no lo queremos, porque esos venezolanos serán nuestros hijos y nuestros nietos. Y caramba, ¿qué pensarán de nosotros? Es imperativo pensar el petróleo, como acción previa para sembrarlo exitosamente.
En 1976 la democracia venezolana nacionalizó su industria petrolera. Como resultado, transformó un conjunto de empresas transnacionales productoras de petróleo y refinadoras de residuales, manejadas desde los centros mundiales de poder, en un vasto complejo energético. En manos de venezolanos, PDVSA se convirtió en una empresa de categoría mundial. Desarrollaron áreas nuevas en Monagas y Apure, levantaron los costosos y difíciles crudos de la Faja del Orinoco, cambiaron el patrón de refinación que elevó en trescientos mil barriles la producción de gasolina, internacionalizaron el negocio comprando instalaciones en Europa y Estados Unidos, se apropiaron del mercadeo internacional, optimizaron la explotación y procesamiento del gas, crearon Jose, fundaron INTEVEP, creadora de la orimulsión, y el CIED (premiada como la mejor universidad corporativa del mundo), rescataron la petroquímica. Grandes logros, que además de elevar la autoestima colectiva, nos enseñaron a los venezolanos que organizando el talento y enfocando la voluntad, sí podemos hacer un país de primera.
Aunque usted no lo crea, a la “revolución” le estorbaba tanto éxito. Ello implicaba distribución de poder, contrario al desideratum de las autocracias: yo, yo, yo. Por ello, llegó el comandante y mando a parar tanta eficiencia. Desde antes de llegar al gobierno, comenzaron a ablandar el prestigio de los petroleros con aquello de “y que” las colitas de los aviones. También hablaron de un estado dentro del estado y de un ente opaco e inauditable; pero terminaron transformando a la empresa en un estado paralelo y le metieron dos brochazos más de pintura. En el 2003 aplicaron, a confesión de partes, el “yoprovoquéelparo” y botaron a 23.000 trabajadores; alma, corazón y cerebro del negocio petrolero. La mayor lobotomía empresarial en tiempos de paz. Como consecuencia, quedó una industria flácida que debería producir hoy seis millones de barriles de petróleo diarios y apenas produce dos. Y nos hacen pasar la vergüenza de importar gasolina. Una gerencia rojita y todera, incapaz de operar adecuadamente. Paradójicamente, la única barrena exitosa, es la que los conduce desde la empresa petrolera número uno de América Latina, hacia los lichers corporativos.
¿QUÉ HACER?
Para transformar el petróleo en bienestar colectivo, se deben adelantar las siguientes premisas: 1.- empresas operadoras eficientes 2.- máxima producción de divisas 3.- responsabilidad social y 4.- Estado capaz de transformar los dólares en bienestar colectivo. Humildemente proponemos un cuadrilátero petrolero que hoy estamos lejos de cumplir. Como paso previo, es imperativo crear un ENTE PLANIFICADOR donde participen petroleros, académicos, empresarios, gobiernos locales, regionales y nacional; con la misión de determinar la orientación estratégica del negocio, la inversión, la participación del Estado y de empresas privadas, la captación de tecnologías, el desarrollo de personal, las metas de producción y refinación.
La transformación de las operaciones de la industria requiere gerenciar cambios radicales y búsqueda de resultados espectaculares. Para maximizar las divisas, hay que elevar el potencial de producción y el procesamiento. También, definir la responsabilidad social empresarial del petróleo, es decir, la participación directa de la industria en las comunidades como ente catalizador del desarrollo, la formación de una empresa petrolera con contenido social, distinto a la existente: una empresa social con contenido petrolero. Y finalmente, hay que reformar a fondo al Estado para que sea capaz de transformar las divisas petroleras en bienestar colectivo y hacer leyes que permitan distribuir los ingresos petroleros directamente a los ciudadanos y a las alcaldías. La meta: convertir a Venezuela en una verdadera potencia, o sea… un país donde todos disfrutemos de calidad de vida.
HACIA EL PIVOTE PETROQUÍMICO
Faltan pocas décadas para que el “imperio” sustituya la gasolina en sus vehículos. A partir de allí, las cosas serán diferentes. El petróleo dejará de mover al mundo. Para estar preparados cuando ese destino nos alcance, el país debe maximizar su producción de divisas petroleras y transformarlas en bienestar colectivo. Y formar desde ya una creciente industria petroquímica de primera, para que a partir de la industrialización que ésta genere, la petroquímica se convierta en el nuevo pivote del desarrollo del país, sustituyendo al petróleo. Y paralelamente, hay que ir pensando en alimentar al mundo produciendo alimentos de la Faja.
Lo contrario es agudizar para el futuro, la imagen de un venezolano arruinado sentado sobre un tesoro. Y eso, no lo queremos, porque esos venezolanos serán nuestros hijos y nuestros nietos. Y caramba, ¿qué pensarán de nosotros? Es imperativo pensar el petróleo, como acción previa para sembrarlo exitosamente.
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