Miguel Méndez Rodulfo
Para
el régimen, acostumbrado a hacer lo que le da la gana, las cosas en el
país han cambiado sustancialmente en tan corto espacio que no les ha
dado tiempo de realizar una lectura adecuada de los últimos
acontecimientos. Las elecciones del 14 de abril marcaron un hito
histórico; en esa fecha Capriles ofició de sepulturero del mito del
Presidente difunto, leyenda efímera que murió casi al nacer. Del 5 de
marzo al 14 de abril mediaron 40 días, lapso en que ilusoriamente los
herederos del caudillo pensaron que con unas excesivamente prolongadas,
teatrales, plañideras y pomposas honras fúnebres, cimentarían las bases
de una leyenda santificada que les permitiría redituar beneficios
políticos para los próximos 20 años. Se equivocaron. Razón tenía el
amigo con el que compartía una reunión el día del fallecimiento, cuando
me dijo: “Créelo, se acabó una era”. Así fue, el mito no trascendió. No
era transferible el carisma, ni la manipulación a voluntad de las masas.
Pero
también se acabó el mito de la invencibilidad del poder del Estado
actuando groseramente en beneficio de un candidato. Evidentemente le dio
ventajas a Nicolás, pero no fue determinante como ocurrió el 7 de
octubre. De esto doy fe personalmente ya que el domingo pasado me
dediqué a contactar a varias amigas y amigos en diferentes partes del
país, para monitorear la efectividad de la operación remolque que el
gobierno, prevalido del uso abusivo de todos los bienes, funcionarios y
dinero público, pone en funcionamiento para llevar a votar a los
rezagados. Pues bien, mis amigos que estaban en centros electorales en
La Guaira, Guarenas, Puerto La Cruz, Barquisimeto, Maturín, Cumaná,
Puerto Ordaz, etc., uno a uno me confirmaban que no hubo tal
movilización entre el horario de las 3 y las 6 pm.
El
régimen al cual siempre le había importado un bledo nuestras
solicitudes, que se burlaba socarronamente de nuestros recursos ante las
instancias de decisión y de nuestras peticiones políticas, que hacía
caso omiso de ellas y que continuaba en su inquebrantable ruta de
consolidación de su modelo socialista, ahora tuvo que rectificar. Este
guion se siguió al calco cuando se apresuró la proclamación de Nicolás y
oímos a Tibisay negar la posibilidad del reconteo de los votos. Se
reforzó a continuación con la declaración extemporánea e inconveniente
de la presidente del TSJ y se intentaba desechar con las actitudes
facistoides de Diosdado. Pues bien, todos estos intentos resultaron
infructuosos y la connotada arrogancia del gobierno tuvo que morder el
polvo: en Venezuela habrá auditoría de los votos, porque lo pide la
mitad del país que reclama firmemente sus derechos y que está dispuesta a
hacerse respetar, como en efecto lo hizo.
Haberle
arrancado al gobierno más de 800.000 votos que consideraban
incondicionales de ellos, en los comicios del 14 de abril, es de por sí
una victoria trascendental e histórica, porque marca claramente el
principio del fin de este régimen ominoso para Venezuela; pero haber
conseguido que se realice la auditoría del 46% de las urnas restantes es
también un triunfo extraordinario. De manera que para los venezolanos
que adversamos políticamente a quienes hoy pretenden gobernarnos, es
motivo de un inmenso placer estas conquistas, por lo que debemos
celebrar con alborozo los tiempos que hoy vivimos. Mucho esperamos por
estos momentos.
Hoy
el futuro es promisor para nuestros hijos. Con toda seguridad ganaremos
las venideras elecciones de alcaldes y de legisladores. De la
auditoría, no es descartable que Capriles descuente esa pequeña ventaja y
la realidad cambie diametralmente para bien de Venezuela. Eso lo saben
en el alto gobierno, por eso la ceremonia de hoy tuvo un sabor amargo
para ellos.
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