Gustavo Coronel
Leyendo “El último castillo”, un cuento de Jack
Vance escrito en 1976 , intuyo que algo de lo allí planteado pudiese aplicar
a la situación venezolana. Dice Vance
que escribió este cuento inspirado en la rígida estructura social japonesa
pre-II guerra mundial. Era una estructura en la cual la diferenciación entre
clases era extrema, hasta el punto de que, practicamente, existían dos idiomas:
uno con el cual la clase “noble” hablaba
al pueblo y otro utilizado por el pueblo para dirigirse a los “nobles”. Segun
Vance, alguien del pueblo no le preguntaba al “noble”: “Va usted a cazar jabalíes mañana”?, porque
la pregunta sugeriría que el “noble” trabaja para cazar jabalíes, se esfuerza,
suda (horror!), algo que sería indigno. La pregunta sería acuñada en términos
como este: “Va el caballero a distraerse mañana jugueteando con el jabalí”?
En el cuento se narra como una casta de señores
vive en castillos, rodeados de tesoros y elaborando delicadas esencias que le
hagan honor a su elevado olfato. No hacen trabajo manual por considerarlo
indigno y se apoyan en una casta sumisa para todas su exigencias mundanas, como
el transporte, la limpieza, la
reparacion de artículos electro-mecánicos o la preparación de comidas. Los
esclavos reciben el nombre de MEKS (la
palabra en ingles para dócil, manso, es MEEK, no creo que sea coincidencia) . Un
dia los MEKS se rebelan y se ausentan de los castillos. Se reunen en un gran
ejército y comienzan a atacar a los
castillos, cercándolos y esperando que sus sistemas se deterioren por falta de
matenimiento que solo ellos saben hacer, ya que los señores consideran ese trabajo por
debajo de su categoría. Asaltan un castillo trás otro y todos van cayendo, sin
que los señores se dignen pelear. Prefieren morir como nobles, a vivir peleando
con una raza que juzgan inferior. Los MEKS actúan sistematicamente, sabiendo que
los señores no responderán. Y así llegan al último castillo. Pero allí se
encuentran con un pequeño grupo de señores que decide pelear, defenderse, porque
consideran que la sobrevivencia es más
importante que mantener una cultura de elevado
aislamiento.
Se van a la guerra de guerrillas y muestran ser muy
eficientes, logrando que los MEKS se pongan a la defensiva. Les sabotean los
centros generadores del jarabe que los nutren y los llevan a rendirse, dejando
los castillos y sus tesoros sin daños y aceptando ser transportados a un planeta
cercano.
Sin embargo, la vida de los señores cambia. De
ahora en adelante tendrán que hacer las tareas que antes hacían los sumisos
trabajadores. La cultura de aislamiento feudal se derrumba y de este
enfrentamiento surge una nueva sociedad más igualitaria.
Al leer este cuento pensaba en Venezuela y en lo
que nos sucede. No es algo idéntico pero tiene similitudes subyacentes. No es
idéntico porque en Venezuela no ha existido esa separación rígida entre dos
clases sociales. Más aun, una de las características de la sociedad venezolana
en la cual me ha tocado vivir buena parte del tiempo ha sido su relativo alto
grado de mobilidad. Muchos “señores” nacieron en cuna humilde y llegaron a tener
poder, reconocimiento o estatus a través de sus esfuerzos y gracias a un sistema
social poroso que les permitió cruzar
fronteras entre clases. Crecí en Los Teques, un pequeño pueblo de unos 12000
habitantes, donde solo había un rico. Los demás éramos clase media-baja y clase
trabajadora. Sin embargo, de allí salimos a conquistar el mundo, sin complejos o
resentimientos, aceptados y hasta protegidos por los mejores que encontramos en
el camino. Tuvimos maestros excelentes, padres honestos, obtuvimos becas de estudio compitiendo con otros
candidatos, tuvimos oportunidades y las aprovechamos. De ese pequeño pueblo,
envuelto en la bruma, salieron rectores universitarios, ejecutivos petroleros,
senadores de la república, poetas, novelistas y padres de familia con sólidos
valores ciudadanos.
Por eso es que quienes logramos subir en la escala
social a punta de dedicación, en base a nuestros esfuerzos, no podemos aceptar hoy que muchos compatriotas
piensen que tienen derecho a todo sin
educarse y sin prepararse para surgir gracias a la perseverancia. Nos hemos
convertido en celosos guardianes de esa manera de vivir. Quizás ello nos ha
hecho un tanto rígidos.
Por ello nos parece estar sitiados hoy por un
ejército de compatriotas quienes ven en nosotros a sus victimarios y que desean
desquitarse de lo que “les hicimos". Alguien les ha dicho repetidamente que lo
que nosotros tenemos ha sido obtenido por malas artes, despojándolos a ellos. Y
vienen por el desquite, el ajuste de cuentas. Pienso que muchos de estos
compatriotas saben, en sus corazones, la verdadera razón de nuestras
diferencias, pero muchos se niegan a aceptarlas, ya que los regimenes politicos han terminado
de convencerlos de que todo les llegará sin esfuerzo, que el padre que está en
Miraflores les dará todo lo que necesitan, que la educación, el ahorro y el
trabajo no son realmente necesarios para llegar a poseer, por ejemplo, un yate,
a bordo del cual cual puedan pasearse desnudos. El petróleo da
para eso y para más.
Nuestro castillo está sitiado pero entre nosotros
hay muchos quienes se niegan a defenderlo. Como los señores del cuento, estos
ninis piensan que entrar a la pelea es repugnante pues ello está por debajo de
su dignidad. Después de todo, dicen, todo es “más de lo mismo”, para que
molestarse? Si mandan los sumisos o los señores feudales, que más da?
Y pienso que nuestra posición correcta debe ser la
de defender nuestra filosofía de la vida
a toda costa, una filosofia basada en valores de esfuerzo, de trabajo, de
perseverancia y de verdadera solidaridad social. Debemos dar la pelea, eso sí, sin perder de
vista que los MEKS venezolanos no son los culpables de su situación tanto como
quienes le han vendido un estilo de vida parasitaria que terminará por
arruinarnos a todos. A quienes hay que derrotar no es a los pobres sino a los
criminales quienes le han vendido la idea de que salir de la pobreza no cuesta
nada y que todo lo que hay que hacer es quitarle a los que ya tienen para
“emparejarnos”. Esto conduce a un “emparejamiento” por debajo que genera una
gran masa de desposeídos bajo la bota de un grupo oligárquico lleno de riquezas.
Esta oligarquía es igualmente perversa, así esté conformada por los antiguos señores o por
demagogos y populistas de nuevo cuño que embrutecen a sus audiencias con cuentos
de pajaritos.
Nuestro gran enemigo en Venezuela, más que la
gente, es el tiempo. Hemos perdido dos o tres generaciones oyendo cantos de
sirenas blancas, verdes y ahora rojas, que nos decían y nos dicen que somos
ricos y que no es necesario educarnos para aprender a generar riqueza. Dejamos
que la brecha entre las dos sociedades se ahondara de tal manera que ahora un
intento de solución podría requerir de salidas violentas. Y ello es así porque
la verdadera salida, la educación ciudadana, toma tiempo y hay mucha gente que
no puede o no quiere esperar. Ahora enfrentamos un dilema: bajar de nuestros
sitios obtenidos a costa de esfuerzos, entregar nuestras banderas para aplacar a
quienes desean subir sin esfuerzo, o tratar de convencer a quienes
desean progresar que la única manera de hacerlo es a costa de trabajo y deseos
de superación, no a punta de limosnas. Nos igualamos por debajo o apelamos a la
emoción y a la racionalidad para persuadir a nuestros compatriotas del camino a
seguir?
Como en el caso del último castillo de Jack Vance,
es posible que en Venezuela surgan grupos y líderes quienes puedan cruzar este
rubicón sin que todos lo perdamos todo.
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