Rafael Gallegos
Por supuesto que de esa manera tan grotesca, no le respondió el Dr. José María Vargas al facineroso Pedro
Carujo, cuando este pretendió “radicalizar” a Venezuela con aquel golpe conocido como la
“revolución de las reformas”.
El Doctor Vargas era muy educado. Aunque la verdad, debió haberle dicho al golpista: carajo,
Carujo; sólo le respondió en una lección de dignidad: no Carujo, el mundo es
del hombre justo.
Carujo, el mismo
que había participado en el intento de asesinato al Libertador en 1828, le había
espetado, Dr. Vargas, el mundo es de los valientes, o de los más vivos, o de
los golpistas, o algo así, cuando lo
derrocó.
Quien habrá oído exactamente la expresión, debió
ser el capitán Julián Castro, conspirador que
cuidaba la puerta en ese momento. El mismo Julián Castro que dos décadas
después, el que a hierro mata a hierro muere,
al ser derrocado por otro carujo cualquiera, habrá pensado, que de verdad… el mundo era
de los golpistas.
EL “HIJO” DE JOAQUÍN CRESPO
En nuestra historia sobran los “hijos” de los
gobernantes. Y lo peor, creen que heredan el poder. Parafraseando a Rendón: se
ponen la capa de su padre Supermán, intentan volar y pafpafpaf, se golpean contra
el piso y ven pajaritos dando vueltas a su cabeza. Y aunque usted no lo crea, uno
de ellos le habla.
En 1897, Ignacio
Andrade, el “hijo” de Joaquín Crespo, fue el candidato del oficialismo
en las elecciones nacionales.
Realmente era hijo del prócer Escolástico Andrade, según algunas versiones el
único testigo en la entrevista de Bolívar y San Martín.
Sin embargo, para los efectos políticos, era el “hijo”
de Crespo. Pero le faltaba el carisma de su padre político.
Por otra parte, le tocó enfrentar a un rival muy especial.
Al famoso Mocho Hernández, quien había
vivido en los Estado Unidos y allí, aprendió técnicas modernas de hacer campaña
electoral. Iba en caravana por todos los pueblos, daba mítines. Arrasó en todas
partes. Se convirtió en un ídolo. Fue el primer fenómeno electoral de la historia
de Venezuela (el último ha sido Capriles). En unas elecciones limpias, que no
era el caso, el Mocho hubiera sido Presidente de la República.
Sin embargo, a la hora del conteo, no aparecieron
sus votos. Casi todos fueron para el candidato oficialista Ignacio Andrade.
El fraude fue, gigantesco. Andrade se convirtió,
por cierto por poco tiempo, en el Presidente de la República.
El pueblo acusó recibo del fraude. Y en medio de semejante
autoritarismo, se quedó callado.
Como no pudo
pedir reconteo, no tenía sentido decir abran las cajas, el ingenio del pueblo inventó los siguientes versos:
“El Mocho se
quedó con las masas
Andrade se
quedó con las mesas
Rojas Paúl
se quedó con las misas
Tosta
García se quedó con las mozas
Y Arismendi
Brito con las musas”
El penúltimo capítulo de esta historia fue el
asesinato de Joaquín Crespo en el sitio del Estado Cojedes conocido como La
Mata Carmelera. Luego de seis años en el poder, se creía invencible. Su
soberbia le hizo obviar que se convertía en un blanco fácil vestido de manera medio
estrafalaria y montado en un caballo muy
especial. Así, se distinguía del resto de los jinetes. Dicen que desde un
árbol, le apuntaron… y murió.
¿Quién fue? Las malas lenguas dicen que fue la
gente del Mocho Hernández; pero jamás se probó nada. Por otra parte, hay
quienes argumentan que el asesino vino
de las mismas filas oficialistas…
Y el último capítulo de esta historia, fue que ante
tanta peleadera y tanta decadencia, un enemigo de Crespo que no había jugado
ningún papel en esa elección, se vino de los andes y, sin resistencia y se hizo
del poder: Cipriano Castro.
¿Con quién gobernó Castro?, con los jaladores de
siempre. Los mismos adláteres de Crespo y de Andrade. Los mismos banqueros, los
mismos funcionarios. Los mismos aplaudidores.
Los enchufados de siempre. Los que dicen
a coro en todas las épocas: los líderes
pasan; pero el gobierno queda.
Castro venía acompañado del verdadero “heredero” de
tanta pelea: Juan Vicente Gómez. A la larga, fue el verdadero “hijo” de Joaquín
Crespo. Cosas de vida.
La historia se repite. Unas veces en farsa y otras
en tragedia. Hoy, a la luz de los aconteciemientos del 14 de abril, podríamos adaptar el verso:
“Capriles se
quedó con las masas
Maduro se
quedó con las mesas…”
Claro, por ahora, porque los objetivos de la
elección, entregarle el poder al que cuente con más votos, no han sido
cumplidos.
La historia que siempre se repite. Lamentablemente,
al contrario del Bolívar de Neruda, que resucita cada cien años cuando
despierta el pueblo, los carujos resucitan a cada rato… cuando se duerme el
pueblo.
Por eso es que Venezuela, y hoy menos que menos, no
puede ser un pueblo adormecido. Es imperativo abrir las cajas para no repetir
tanta desfachatez, en pleno siglo XXI.
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