lunes, 22 de abril de 2013

EL FIN DE UN GIGANTE

Alberto Quiros Corradi

De todas las ofensas que Maduro nos ha hecho desde las elecciones hay una que me afectó en lo personal. Dediqué 32 años de mi vida a la industria petrolera, 12 de ellos como presidente de empresas (uno en Shell y 11 en Maraven y Lagoven) En 1985 pase a la dirección de este diario por 3 años y luego al mismo cargo en El Diario de Caracas. Desde mi renuncia a la presidencia de Lagoven en 1985, no he dejado de estudiar el desarrollo de la industria petrolera nacional e internacional y asesoré a varias empresas internacionales. Trabajo e ingreso que perdí porque desde el gobierno le advirtieron, formalmente, a esas empresas que yo no era bien visto y que no les convenía tener relaciones conmigo si aspiraban a “entenderse” con éllos. También, ayudé, ad honorem, a dos ministros de petróleo, en sus relaciones con la OPEP. Mi pensión después de mis altos cargos es el salario mínimo y la misma ayuda para la cesta básica que se le otorga a los obreros.


Por todo lo anterior, me siento con derecho a condenar el espectáculo grotesco de la primera reunión de Maduro con la directiva de PDVSA, acompañado por Rafael Ramírez. Allí estaban una mayoría de camisas rojas en un salón con un enorme afiche de Chávez como telón de fondo. Maduro le habló a los asistentes como un dirigente laboral a una asamblea de sindicalistas. Solo una vez, en su largo discurso (un refrito ideológico) se dignó a considerar a los asistentes como dirigentes que deberían apoyar a la revolución. Daba pena ajena a quienes fuimos verdaderos profesionales de la industria petrolera, antes y después de la estatización, observar a la alta gerencia de la empresa, aplaudir, ponerse de pie y hasta corear “así, así es que se gobierna”, como reacción a los insultos y descalificaciones de Maduro ¿será verdad que todo ese grupo allí presente es realmente chavista y ahora apoya a Maduro? Ramirez le ofreció a Maduro ayuda para todo lo que se le ocurra. Pero de ¿cómo va la producción, qué pasa con nuestras refinerías, cuántas accidentes fatales hubo en los últimos años? ¿Por qué la deuda de PDVSA es hoy tan elevada? ¿Por qué no se le paga a los suplidores de bienes y servicios y cuánto se le debe a las empresas expropiadas? ¿Cuánto es la reserva para cubrir los juicios que contra PDVSA han iniciado empresas extranjeras? ¿Cuánto cuesta los galones de gasolina y sus componentes importados para el mercado interno y de contrabando? ¿Se ha medido bajos los métodos modernos imparciales, como se hacía antes, el nivel de satisfacción de los empleados? ¿De todo “eso” ni se habló ni se preguntó nada. Fue una reunión politiquera, con lenguaje del viejo sindicalismo. Una exaltación a los obreros, que bien se lo merecen. Pero los directores y los gerentes allí presentes ¿no merecen reconocimiento? (Probablemente no. Pero eso no lo sabe Maduro) Es triste un país donde gerencia, producción, productividad y competencia son malas palabras.

Cuando los presidentes de antes visitaban a PDVSA, se les hacía una presentación profesional sobre los planes, las estrategias, los resultados de la empresa y una visión sobre el sentido de dirección hacia el futuro. Se analizaban las tendencias del mercado internacional de hidrocarburos y en el salón no había el retrato de ningún presidente ni se coreaba partido alguno.

Visto el desastre de PDVSA en los últimos 14 años, con el remate de la reunión con Maduro y Ramírez, estamos más convencidos que nunca que esa empresa no puede recuperarse

porque no hay casi nada que rescatar.

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