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El
domingo 15-07, como a las 3:00 pm,
llegué a casa "reseteado". ¡Reconfigurado! Mi
estructura mental elitista, según los gobernantes de turno y la gente
de clase media en +, cosa que no sé qué es o significa, resultó alterada
al compartir con un buen chorro de venezolanos que bajaba sin
contratiempos, fluidamente, entusiasta, cual corriente de río
cristalino, desde la Plaza Artigas hasta el Parque Central.
Yo arranqué en el propio Artigas, un poco aguas abajo, y esperé que el
río alcanzara cierto caudal para lanzarme a ese torrente de gente
bulliciosa, desprendida, sin pizca de maldad en su mirada, bonchona,
desenfadada, que bajaba a encender las turbinas de un reactor que les
esperaba aguas abajo, después de desprenderse,
cual rápido, en ríos turbulentos. El resultado fue mágico. La gente
sintió y percibió que había llegado la luz, que los cortes,
racionamientos y apagones inesperados iban a mermar desde ese momento.
Es prematuro predecir algo de esa naturaleza cuando todos saben que el
sistema está colapsado y mal manejado a pesar del chorro de billetes que
le han inyectado y siguen inyectando. Cuando el reactor decidió
retirarse de su modesta tribuna, de la ataguía preparada para tal
ocasión, al coro de "No te vayas", "El Flaco Presidente", "Capriles
Presidente", el río seguía crecido y desbordado, bajando por San Martín y
Lecuna al ritmo de una samba rabiosa, cual brioso Caroní. No sé a qué
hora dejó de manar la corriente pues el cansancio -por insolación y
endeble osamenta-, me obligó a retirarme sin haber tenido oportunidad de
llegar a la sala de máquinas.
Integrarme a una
marejada
de "escuálidos majunches" me pareció surrealista, yo, élite sifrina,
calificado de derechista sin saber por
qué, me percaté que el río no
discurría en dirección este-oeste, sino todo lo contrario. Recordé,
entonces, que la mayoría de los grandes ríos marchan en dicha dirección y
de norte a sur, o viceversa. Pensé conseguir poco calado y caudal, un
río manso y tristón, mas, mi sorpresa fue verme, casi zozobrando, en un
río caudaloso, emocionado, que buscaba un nuevo cauce, un nuevo delta
donde verter toda su energía. En consecuencia, fui arrastrado por esa
vorágine dispuesto a encallar en cualquier remanso, varame en cualquier
recodo de esas agitadas aguas. Mi expectativa, además, era encontrar
riberas escabrosas, rojizas, de difícil acceso, mas, no fue así. El coro
que resonaba, producto del trepidar contra la ribera, en este caso, las
aceras y edificaciones a lo largo de Artigas, San Martín y Lecuna,
cuajaba la atmósfera con un canto de esperanza, como la Oda a la
Alegría, de ese inigualable sordo de la Novena Sinfonía. Aun, las voces
disonantes que producía algún
viandante o que emergían de una ventana, se
conjugaban para producir una obra con mayor fuerza, con dramatismo
wagneriano, vibrante, fuerte y emocionante.
Mi
obstinado pesimismo fue "reseteado". El descanso, que supuse iba a ser
prolongado -cosas de la edad-, fue breve, como anunciando que debía
prepararme para largas jornadas de trabajo hasta que el coro resuene en
esta tierra mágica, para que este concierto de amplia coloratura no se
apague jamás, incluso, dirigido por el propio Dudamel.¡Qué siga la música!
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