No es lo mismo ver a un amigo padeciendo de cáncer que sentirlo uno mismo pero, por ingrata experiencia, puedo afirmar que peor es cuando el cáncer lo padece una hija, la esposa o la madre. En estos casos el dolor tiene, por un lado, la cara del dolor físico del paciente y, por la otra, del dolor espiritual que en el alma se siente al compartir sus sufrimientos. Como se dice en un joropo llanero: es duro cuando comienza a doler el dolor.
Estoy seguro que te enteraste que mi hija en 1988 y mi esposa en 2002 murieron de cáncer. En ambos casos, me dolió el dolor. Dentro de mi posibilidad económica y me cercanía a Dios, hice cuanto pude por lograr que se curaran. Se impuso la voluntad de Dios.
Este preámbulo es para recordarte que no sólo de cáncer, muriendo vive una persona. El territorio nacional está lleno de viudas, viudos, niños o niñas de la patria -ya hombrecitos o mujercitas- huérfanos de padre o madre, quienes a partir del 2002 comenzaron a padecer la enfermedad de ver y sentir que de un día para otro, después de diez, veinte, treinta y cuarenta años de servicio en Pdvsa, de un plumazo por el lógico reclamo de impedir lo que el tiempo ha confirmado, fueron despojados de lo sagrado que constituye la formación de un hogar con el producto de su trabajo.
Tu cáncer es tuyo y de quienes te aprecien, lo comprendo. Pero la enfermedad conque inoculaste a 23.000 trabajadores y trabajadoras petroleros hizo metástasis en hijos e hijas, esposas o esposos, madres o padres, abuelas o abuelos, tíos o tías, amigos o amigas, tan Venezolanos o Venezolanas como tú. Esa maléfica vacuna la hiciste efectiva, con nombre y apellido, con el triste y muy conocido Listado de Tascón (?), con el Listado de Inhabilitados (?) y, con el tiempo, extendida a estudiantes, educadores, militares, enfermeros, agricultores, funcionarios policiales y cientos de miles de desconocidos empleados públicos.
Si es cierto el diagnóstico cubano, cree en su ciencia, pero recuerda que la última palabra la tiene Dios y es a Él a quien tienes que rendirle cuenta de todas tus acciones. Si crees que fuiste justo, espera por su decisión y ojalá no llegue el desespero de tus padres, hermanos e hijos, ante el terrenal reflejo de quien no tiene salvación, de rogarle a Dios que te lleve cargado al destino que te tiene. No les prolongues el dolor sobre el dolor. La mejor cura para mitigar el dolor es la oración en convicción de arrepentimiento.
No tengas temor al sincero arrepentimiento. Dios, por intermedio de un Sacerdote, sabrá perdonarte.
Daniel Chalbaud Lange
06/07/2011.
Estoy seguro que te enteraste que mi hija en 1988 y mi esposa en 2002 murieron de cáncer. En ambos casos, me dolió el dolor. Dentro de mi posibilidad económica y me cercanía a Dios, hice cuanto pude por lograr que se curaran. Se impuso la voluntad de Dios.
Este preámbulo es para recordarte que no sólo de cáncer, muriendo vive una persona. El territorio nacional está lleno de viudas, viudos, niños o niñas de la patria -ya hombrecitos o mujercitas- huérfanos de padre o madre, quienes a partir del 2002 comenzaron a padecer la enfermedad de ver y sentir que de un día para otro, después de diez, veinte, treinta y cuarenta años de servicio en Pdvsa, de un plumazo por el lógico reclamo de impedir lo que el tiempo ha confirmado, fueron despojados de lo sagrado que constituye la formación de un hogar con el producto de su trabajo.
Tu cáncer es tuyo y de quienes te aprecien, lo comprendo. Pero la enfermedad conque inoculaste a 23.000 trabajadores y trabajadoras petroleros hizo metástasis en hijos e hijas, esposas o esposos, madres o padres, abuelas o abuelos, tíos o tías, amigos o amigas, tan Venezolanos o Venezolanas como tú. Esa maléfica vacuna la hiciste efectiva, con nombre y apellido, con el triste y muy conocido Listado de Tascón (?), con el Listado de Inhabilitados (?) y, con el tiempo, extendida a estudiantes, educadores, militares, enfermeros, agricultores, funcionarios policiales y cientos de miles de desconocidos empleados públicos.
Si es cierto el diagnóstico cubano, cree en su ciencia, pero recuerda que la última palabra la tiene Dios y es a Él a quien tienes que rendirle cuenta de todas tus acciones. Si crees que fuiste justo, espera por su decisión y ojalá no llegue el desespero de tus padres, hermanos e hijos, ante el terrenal reflejo de quien no tiene salvación, de rogarle a Dios que te lleve cargado al destino que te tiene. No les prolongues el dolor sobre el dolor. La mejor cura para mitigar el dolor es la oración en convicción de arrepentimiento.
No tengas temor al sincero arrepentimiento. Dios, por intermedio de un Sacerdote, sabrá perdonarte.
Daniel Chalbaud Lange
06/07/2011.
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