Imposible ocultar la inmensa gravedad de la crisis porque atraviesa la República. Y su expresión más temible: la pérdida real de nuestra soberanía. Que en el colmo de las contradicciones y el capricho de la historia se expresaría en toda su crudeza precisamente el pasado 5 de Julio, cuando pretendíamos celebrar el bicentenario de nuestra Independencia.
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Es la primera vez, en doscientos años de historia independiente, que el oficial de más alto rango a cargo del desfile militar con que la Nación celebra su Independencia, el general Clíver Alcalá Cordones, confiesa urbi et orbe que nuestro país se halla “en un abismo”. Y como consuelo por tan aterradora afirmación, que nadie osaría poner en cuestión y que fuera expresada frente a tres presidentes y altos funcionarios de países extranjeros, agrega que unidos, las FANB y el presidente de la república, lograrán la proeza de sacar a la Venezuela bicentenaria de ese insondable abismo en que nos encontramos.
Es la primera vez, en doscientos años de historia independiente, que el oficial de más alto rango a cargo del desfile militar con que la Nación celebra su Independencia, el general Clíver Alcalá Cordones, confiesa urbi et orbe que nuestro país se halla “en un abismo”. Y como consuelo por tan aterradora afirmación, que nadie osaría poner en cuestión y que fuera expresada frente a tres presidentes y altos funcionarios de países extranjeros, agrega que unidos, las FANB y el presidente de la república, lograrán la proeza de sacar a la Venezuela bicentenaria de ese insondable abismo en que nos encontramos.
No deja de ser un consuelo temerario, visto que de ser cierto su grave diagnóstico - y ciertamente todas las pruebas a la mano confirman su exactitud - soslaya la explicación de las causas que han provocado este deslizamiento nacional hacia las profundas honduras de su abismo y el principal causante de que así sucediera. En rigor, dos factores: el presidente de la república, invocado como el salvador del entuerto en el que él mismo nos metiera, y las FANB, a la cabeza de las Instituciones, que en lugar de velar para que tal deslizamiento no sucediera, han cooperado con ahínco y prolijidad digna de mejor causa para anularse como factores contralores y así auto mutiladas, destruir las bases sobre las que se sustenta la República. Y cuyo desmoronamiento explica su caída en los abismos.
De allí la justeza del diagnóstico y la gravedad del remedio recomendado, que resultaría infinitamente peor que la enfermedad. Ni el presidente de la república, muchísimo menos en su actual estado, ni las FANB, dado su actual sometimiento, podrían sacarnos del abismo. Ambos: el presidente de la república, teniente coronel dado de baja y actual comandante en jefe de iure y de facto, y sus fuerzas armadas, absolutamente subordinadas a la persona que preside la República, están en capacidad de sacarnos del abismo. Pues ese abismo es producto de la manifiesta violación por ambas partes de la Constitución Nacional y del orden democrático que en ella se establece. El primero, por violarla metódica y sistemáticamente tras su afiebrado intento por establecer un régimen autocrático y totalitario en nuestro país; el segundo, por acatar ese propósito y renunciar a sus sagradas prerrogativas institucionales que le corresponden.
Pues ese abismo, seamos claros, se expresa en un fenómeno reiterativo de nuestras desgracias, que con el advenimiento del 23 de enero de 1958 se había creído superado para siempre y que desde el golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 ha vuelto irrumpir con renovados bríos para ir imponiéndose contra viento y marea sobre una república que se creía civil, institucionalista y democrática: el militarismo caudillesco y dictatorial. Es la primera grave certidumbre que la llamada celebración del Bicentenario ha venido a poner de manifiesto. Venezuela se halla hundida en el abismo de una dictadura autocrática y militarista.
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Imposible ocultar la inmensa gravedad de la crisis porque atraviesa la República. Y su expresión más temible: la pérdida real de nuestra soberanía. Que en el colmo de las contradicciones y el capricho de la historia se expresaría en toda su crudeza precisamente el pasado 5 de Julio, cuando pretendíamos celebrar el bicentenario de nuestra Independencia. Como lo señalara Manuel Felipe Sierra en un importante programa de opinión, el proyecto de unir Cuba y Venezuela bajo un solo gobierno ha dejado de ser una delirante fantasía del pasado para convertirse en una dolorosa realidad del presente. Según sus palabras, existen en la actualidad dos gobiernos: el formal, el aparente, el que se expresa en el trajín cotidiano y cumple con las obligaciones de una burocracia de Estado y los símbolos que actúan bajo la imposición de la inercia, y el gobierno real, efectivo, que se enmascara en aquel mientras maneja los instrumentos claves y decisorios del Poder del que depende la marcha de la república. Este gobierno real no tiene su asiento en Caracas ni depende de Hugo Chávez: se ejerce desde la Habana bajo el control de Fidel y Raúl Castro. Que han establecido, por razones psicológicas, espirituales y de manipulación afectiva un dominio absoluto y total sobre el presidente de Venezuela y los miembros más conspicuos de su entorno. En la cruda realidad de los hechos, el gobierno venezolano es un apéndice de la dictadura totalitaria cubana.
Sólo la ingenuidad – falsa o verdadera - de quien ni siquiera comprende el peso y la gravedad de las palabras pudo llevar al ex dirigente Tupamaro y actual presidente constitucional del Uruguay a declarar públicamente que “Hugo Chávez fue secuestrado por Fidel para garantizar su restablecimiento”. Ese secuestro de hecho existe y es una realidad indudable, así el secuestrado, en una muestra de intolerable servilismo, colabore no sólo de buen grado, sino que se enorgullezca de ello. Para volver a Venezuela ante el cúmulo de indicios que hablaban de graves desavenencias en la cúpula del poder bolivariano, Hugo Chávez tuvo que requerir del auxilio del principal agente cubano en suelo venezolano: Alí Rodríguez Araque, comandante Fausto. Quien debió emplear todos los medios de convicción a su alcance para lograr “la autorización” del tirano cubano para el traslado a Venezuela de “su” paciente. Si la subordinación de Chávez a Fidel Castro constituía parte del inmenso poder espiritual y psicopatológico que su padre putativo ejerce sobre su rendido discípulo, la grave enfermedad que le aqueja – un cáncer de pronóstico reservado – lo ha hecho aún más dependiente.
Los venezolanos debemos agradecerle al tirano cubano la presencia de nuestro presidente en el acto más trascendental de su mandato. Ningún presidente latinoamericano, y desde luego muchísimo menos un hombre integral como Salvador Allende, dependió a este grado del gobernante cubano y su régimen. Ninguno de sus adláteres llegados al Poder – desde Lula hasta Evo Morales y desde Rafael Correa y Néstor Kirchner hasta Daniel Ortega – se sometieron de manera tan obsecuente, avasallada y servil a la manipulación del tirano. Es el abismo que el general de división Alcalá Cordones le hizo saber este 5 de julio de 2011 al país.
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Me he referido en otro lugar a las múltiples lecciones que se deducen de la acefalia presidencial y las graves consecuencias que se derivan del dramático cambio de las circunstancias políticas derivadas de la virtual anulación del papel decisorio del presidente de la república debido al cáncer de colon que padece. Ni Chávez ni el país serán los que fueran hasta el 10 de junio pasado, cuando fuera intervenido por primera en La Habana. Chávez padece de una grave enfermedad que limita de manera drástica e inevitable su accionar político y que muy posiblemente lo obligue a mantenerse alejado del ejercicio del Poder e incluso lo inhabilite para sostener el activismo brutal que demanda una campaña presidencial. Venezuela es otra.
No es necesario insistir en un hecho tan obvio que resulta redundante recordarlo: este proceso depende del vínculo afectivo, carismático y fundamentalista de su persona con los sectores más desvalidos de nuestra sociedad. Y más allá de un importante y numeroso grupo radical y extremista, filo castrista y eventualmente armado – posiblemente el factor desestabilizador por excelencia ante un eventual gobierno de transición - no cuenta con un partido sólido y capaz de asumir el mando, como sucedía en los regímenes comunistas. Como lo señalara en su momento Diosdado Cabello, no existe el chavismo sin Chávez. Lo cual hace más dramática y crucial la dependencia del régimen a los dictados cubanos. Cabe presuponer, en consecuencia, que el inevitable agravamiento de su mal profundizará, por una parte, la dependencia del gobierno formal respecto del gobierno real, y desatará las apetencias de los dirigentes de un partido carente de ideología, tradición y propósitos, cuyos demonios se desataran en cuanto se conoció del cáncer presidencial y ninguno de cuyos líderes alcanza ni de lejos la estatura del caudillo y cuyo aparato de gobierno es el resultado incoherente de la sumatoria de clientelismos.
Imposible predecir el curso futuro de los acontecimientos. Imposible saber hoy si Chávez podrá ser el candidato mañana. Imposible predecir el comportamiento de las fuerzas armadas ante el derrumbe presidencial y la anomia que podría provocar en una sociedad entregada a sus pasiones, dado que la opinión del sector procastrista y por ahora dominante en su interior podría evolucionar ante la inevitabilidad del cambio y la eventual emergencia de sectores constitucionalistas y democráticos, que estarán velando en sus cuarteles por la sobrevida de la institución, de la Patria y de sus carreras.
Una de las más resaltantes lecciones derivadas de la ausencia presidencial ha sido el ejemplar comportamiento de la oposición. Aseguró la información veraz y oportuna a través de uno de sus más destacados comunicadores y el medio impreso en que publica. Sin los runrunes de Nelson Bocaranda, ni el presidente del Congreso, ni la presidenta del TSJ, ni la Fiscal, ni los diputados oficialistas y ni siquiera el gabinete y el Estado Mayor hubieran tenido la menor idea de lo que ocurría con su presidente en La Habana. Y la otra lección, aún más trascendente, fue la contribución de partidos, ONGs, ciudadanos y medios a la estabilidad del país. No fue el gobierno ni fueron las fuerzas armadas los garantes del orden: fue una oposición altamente consciente de su responsabilidad ante la historia. Que la infinita mezquindad de Chávez y sus fuerzas lo callen, es harina de otro costal. La grandeza es y será siempre, la responsabilidad de los vencedores.
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