Carlos Delgado
El gran terremoto y su secuela de interminables réplicas, y el devastador maremoto o tsunami, ocurridos en Japón, obligan a reflexionar acerca de las medidas que cada continente o nación deben tomar para reaccionar y mitigar los efectos de desastres naturales similares o equivalentes. La infraestructura japonesa, a pesar de estar sobredimensionada estructuralmente, de acuerdo a muchos expertos, ha sido afectada de tal manera que, por los momentos, es imposble evaluar pérdidas humanas, daños y costos de recuperación y reconstrucción. Por los momentos, lo más importante es salvaguardar la vida e impedir o prever adicionales daños o colapsos en la infraestructura, reubicando todos los bienes posibles y ajustando todas las fuentes de generación de energía, las cuales, en caso de seguir funcionando, podrían generar daños mayores e incuantificables, especialmente las plantas nucleares, con sus respectivos reactores.
Afortunadamente, quizás sea Japón el país mejor dotado en todo el planeta para responder a calamidades de esta magnitud. Obviamente, el dolor quedará plasmado en su población y los efectos sobre su economía serán devastadores aunque, por suerte, las zonas de alta producción industrial y de manufactura no fueron alcanzadas por estos fenómenos, ni las grandes ciudades, como Tokyo, fueron severamente dañadas y sus edificaciones y obras de servicio público han respondido favorablemente a pesar de la violencia del sismo y la onda devastadora del tsunami.
El alerta sobre males mayores en otras latitudes fue inmediatamente traspasado a más de 50 países que podrían ser afectados en la cuenca del Pacífico, desde Asia y Oceanía hasta América y la Antártida, gracias a los sofisticados sistemas de prevención y comunicación diseminados por todo el mundo, producto del adelanto tecnológico que gozamos hoy día. Se espera que las consecuencias en países lejanos sean de menor cuantía o casi despreciables.
Pero, mientras esto ocurre, la situación en países como Libia, que concentraba la atención mundial debido a los graves y deleznables acontecimientos que allí ocurren, parece diluirse ante la magnitud del desatre en tierras y mares nipones. Afortunados los dictadores que se protegen y encubren sus fechorías gracias a las calamidades que la Madre Tierra nos depara de vez en cuando. Lo de Japón y el Pacífico, y sus posibles consecuencias, allende los mares, es un fenómeno natural que será atacado y resuelto mediante una jornada interminable de trabajo, con el uso de la más avanzada tecnología y la cooperación humana e internacional. Las pérdidas materiales serán subsanadas, las economías de las naciones afectadas tomarán su ritmo normal, especialmente la japonesa, gracias a su alto espíritu moral y laboral, demostrado durante decenas de años, especialmente después de Hiroshima y Nagasaki.
Lo de Libia es de naturaleza humana, su solución también debe y tiene que ser humana. Hasta ahora, la reacción internacional ha sido, no sólo "prudente", sino pusilánime, permitiendo que buena parte de la población sea masacrada, que sus ciudades sean bombardeadas inmisericorde y salvajemente, que los principios humanos sean violados descarada e impunemente. Todo debido a los múltiples intereses que entrelazan al concierto de naciones involucradas en la posible solución o atenuación del problema, desde la ONU, la Liga Árabe y los estados, actuando independientemente. Pareciera que todos esperan a que el semi-dios libio, el ungido de Sirte, el gran inversionista en Europa y EEUU, termine de arrasar a sus coterráneos, que tome control de los pueblos rebeldes e imponga su régimen malvado con la ayuda de su jamahiriya y mercenarios, ante la vista impasible de sus socios mundiales. La desfachatez es tan grande que algunos mandatarios han llegado a opinar y aseverar que en Libia no ocurre nada, que no ha habido violación a los derechos humanos, crímenes de lesa patria.
Sorprendentemente, el astuto Sarkozy reconoce a los rebeldes, el gigolo Berlusconi, se somete a una cirujía plástica para continuar con sus desmanes y "reality shows", Obama deshoja la margarita, y Putín y Hu Jintao se reservan la última palabra, la cual, obviamente, será la de no intervenir, por eso de la soberanía.
Paralelamente, en Bahrain, Egipto, Afaganistán, Pakistán, Irak, Irán, siguen ocurriendo problemas similares, con soluciones parciales y manipuladas, y en Costa de Marfil hay miles de cadáveres en las calles que son devorados por los perros y más de 400.000 personas han cruzado la frontera hacia Nigeria y Liberia, buscando refugio y seguridad como si en esos lugares la situación fuera una maravilla, debido a que el mandatario, Laurent Gbagbo, no acepta que perdió las elecciones ante su oponente Alassane Ouattara, y no quiere entregar el poder.
Por estos lados, las lluvias de noviembre, diciembre, con sus respectivos deslaves y damnificados, la instalación de la Asamblea Nacional, la huelga de hambre de los estudiantes y, finalmente, las innombrables interpelaciones, amén de la inflación, la desidia oficial, los asesinatos y secuestros que ocurren diariamente, nos han mantenido pegados al televisor sin darnos cuenta de que estaremos peor que Libia y Costa de Marfil.
Japón saldrá adelante. ¿Libia, Costa de Marfil? ¿Nosotros?
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