domingo, 2 de agosto de 2009

La molienda de la dignidad

Gustavo Coronel

Uh, ah.... Chávez no se vá!!


Un aspecto aún poco analizado de la llamada “revolución” socialista de Hugo Chávez ha sido su eficacia como agente de prostitución de individuos quienes, antes de su llegada, vivían dentro de razonables límites éticos. La llegada al poder de la pandilla ignorante pero bien asesorada por Cuba, con su cada vez mayor desdén por la decencia, ha representado la oportunidad para que muchos compatriotas se quiten su careta de civilización para convertirse en fauna del pantano moral que hoy caracteriza la sociedad venezolana.

Actitudes que eran raras hace escasos años, por lo obscenas (por ejemplo, la Blanca Ibañez vestida de militar), se han convertido en el pan nuestro de cada día: el espectáculo de los magistrados del Tribunal Supremo de Justicía, con batolas y medallas, cantando “Uh, ah, Chávez no se va”. La alocución reciente del almirante y comandante de la armada, Carlos Aniasi Turchio, confesándose entusiasta socialista. La declaración de Carlos Escarrá sobre un Chávez parecido al sol, alrededor del cuál los asteroides sin dignidad giran contentos y agradecidos.

La señora que funge de presidenta del Tribunal Supremo diciendo “No se metan conmigo que ustedes no me conocen, yo soy como el espinito”, actitud más apropiada para un guapo de barrio que para un juez. La fémina que dice ser Fiscal General de la república abogando por una ley que terminará de asfixiar la libertad de expresión en Venezuela. Embajadores quienes fueron “gente decente” en alguna época, como Gustavo Márquez, Alfredo Toro Hardy o Roy Chaderton, hoy convertidos en piltrafas morales por la máquina dispensadora de dólares. En este ambiente carente de valores civilizados promovido por Hugo Chávez sectores enteros se han prostituído:surgen empresarios y sindicalistas que representan a un patrono único, el Estado; banqueros cómplices de rapaces burócratas como Nóbrega; universidades piratas como la llamada “bolivariana”, con profesores sin escrúpulos y estudiantes que buscan el atajo; empresas castro-chavistas que son vías para la invasión de nuestra patria; empresas del Estado tomadas por un hamponato tipo Carlos Lanz y Rafaél Ramírez; perros de la guerra luchando entre sí por casinos y bingos, al estilo Chicago; miles de venezolanos, civiles y militares, involucrados en el tráfico de drogas.

La presencia ruinosa de Chávez en Miraflores ha sido igualada, en materia de horror, por lo que le espera a nuestra sociedad, aún cuando el déspota desapareciese mañana mismo. Lo que dejará el chavismo como legado será un país en ruinas: 2,5 millones de parásitos que viven empleados directamente por el Estado; 3-4 millones de zánganos quienes viven sin trabajar, amparados bajo el manto populista de un régimen que reparte limosnas como única política social; una empresa del estado que aún da ganancias al borde del colapso organizacional y muchas otras que son simples centros de costos y nidos de corrupción. Chávez, junto a sus secuaces Istúriz y Adán Chávez, ha convertido las escuelas primarias y secundaria en centros de adoctrinamiento político. Sectores de las fuerzas armadas ya identificados en el exterior se han dedicado al tráfico de drogas o a la complicidad abierta con el estado cleptocrático.

La población, después de diez años de chavismo, se encuentra profundamente dividida por el odio y el resentimiento, incapaz de ver hacia adelante, viviendo en un presente lleno de peligros a manos del hampa pero también de oportunidades para hacer dinero fácil, lo cuál le ha adormecido la voluntad para el trabajo honesto y para la superación individual a través de la educación. Unos son víctimas de la tragedia cotidiana del crimen, otros acumulan riquezas sustraídas a la nación, mienttras la mayoría se enfrenta a una vida miserable que ya asume como inevitable.

Son pocos quienes están pensando en lo que le espera al país a mediano plazo y en lo que hay que hacer para sacarlo adelante. Paradojicamente, muchos somos miembros de un grupo que ya no será parte del futuro. Podemos recordar un pasado más civilizado, nos da verguenza el presente y vemos el futuro de nuestra nación con mucha preocupación.

Sabemos que nada está escrito, que nada es inevitable, pero nos preguntamos si en nuestra patria podrá surgir una masa crítica que pueda torcer el rumbo de este horror.

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