Yoani Sanchez (29-02-12)
Llegó en marzo de 2006, a pocos días de que abril lanzara sobre nosotros sus chaparrones frenéticos. Vino en un camión, impecablemente nueva, relucientemente útil. Era nuestra planta eléctrica, nuestro propio grupo electrógeno, que haría funcionar el ascensor y la luz de los pasillos cuando el apagón ensombreciera la zona. Estábamos salvados. La Revolución Energética nos beneficiaba con aquel aparato que tenía la forma de una locomotora detenida. Para reforzar el parecido ferroviario, su imponente estructura culminaba en una chimenea de la que nunca veríamos salir ni una sola voluta de humo.
Aquel primero de mayo, Fidel Castro informó en la Plaza que ya todos los edificios altos de la zona tenían su propia manera de autoabastecerse de electricidad. Sin embargo, todavía “nuestra planta” no había producido ni un solo watt, no había ronroneado ni una sola vez. En el tiempo transcurrido entre la llegada de aquel objeto y su anuncio público, se crearon tres puestos laborales para custodiarlo y recargarlo de combustible. Los empleados se dispusieron en turnos rotativos, aunque en un primer momento no tenían otro contenido de trabajo que observar nuestra hermosa “máquina de luz”. Se hicieron varios intentos de encenderla, pero no funcionaba bien. Quizás no habíamos sabido instalarla, quizás necesitaba más petróleo, quizás…
Se la llevaron a las pocas semanas de haber sido un número más en aquel discurso del Máximo Líder. La base de concreto que los vecinos construyeron para colocarla se quedó como un banco para sentarse los niños. Los tres empleados que la cuidaban disfrutaron unos meses más de su sueldo sin trabajo, hasta que las plazas fueron cerradas. La planta eléctrica -según explicó el camionero que vino a buscarla- se reubicó en una escuela para estudiantes latinoamericanos. No sin antes prometernos que la verdaderamente nuestra -más grande y con mayor capacidad- llegaría en pocos días.
Ya han pasado seis años. La gente habla de aquel grupo electrógeno como quien menciona un espectro encantado que se hubiera cruzado en su camino. Otros, lo más divertidos, bromean y gritan de balcón a balcón: “Oye… yo creo que ahora sí viene por ahí la planta, nuestra planta”.
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