Franco D'Orazio
La Casa Blanca es la residencia oficial del Presidente de los EE.UU de Norteamérica, ideada por su primer mandatario George Washington y construida en el año 1790 en la Avenida Pennsylvania Nº 1600, al noroeste de Washington D.C. El proyecto arquitectónico, según narrativa de la enciclopedia libre, se basó en la Villa Rotonda de Palladio, construida a partir del año 1566 en las afueras de la ciudad de Vicenza, en Italia, y el arquitecto irlandés James Hoban fue el encargado de proyectar esa mansión presidencial aplicando en América un estilo renacentista neogriego o neoclásico.
Las bases y los cimientos de la residencia principal fueron excavados y fraguados por esclavos, y la mayor parte de los otros trabajos en la casa, tales como las obras de ladrillo y las aplicaciones de yeso, fueron ejecutadas por inmigrantes irlandeses e italianos, muchos de ellos sin disfrutar aún de la ciudadanía.
El presidente John Adams fue su primer inquilino a partir del día 1 de noviembre de 1800 y después de él, cuarenta y un personas que han ocupado el importante cargo han habitado consecutivamente esa residencia oficial, considerada hoy día la sede gubernamental más poderosa del mundo; y que como dato curioso, asoma a la primera avenida en ser “asfaltada” con técnicas modernas, al momento en que el asfalto y luego el petróleo se convertían en commodity´s de talla universal.
De acuerdo a la literatura revisada, los personajes que se residenciaron en esa casa fueron descendientes de británicos, holandeses e irlandeses, en principio, pero con el devenir del tiempo los inquilinos de La Casa Blanca han sido norteamericanos de origen. Aquí debemos puntualizar que siendo ese palacio una réplica de modelos arquitectónicos italianos y que fue construido por algunos de sus inmigrantes, que desde siempre se constituyeron en una de las principales colonias en Norteamérica; nadie con esa descendencia, a la fecha, ha aspirado con posibilidades ciertas de regir los destinos de esa gran nación.
No obstante, hoy día se está perfilando un primer paisano con chance de limitar la estadía de Barack Hussein Obama II en palacio a un solo periodo constitucional: es el caso de Richard John Santorum, un católico romano que fue senador por Pennsylvania, militante del partido republicano y considerado como uno de sus activistas más conservadores en todo el estado.
Por supuesto, endosarle méritos presidenciales por el simple hecho de pertenecer a una familia de ascendencia italiana, residenciada en una de las naciones del mundo étnicamente más diversas y multiculturales, producto de la inmigración a gran escala, sería tan banal como decir que él se opone al aborto (es padre de siete hijos), que tolera el homosexualismo (mientras no lo practiquen en su casa), que apoya a las minorías (mientras voten por él), que no dice nada ni de los latinos ni de los inmigrantes (prefiere pasar agachado), que respaldó una fundación que recoge pets extraviados (para decir que ama a los animales)… en fin, tantas otras frivolidades que coparían la agenda electoral de cualquier aspirante moderno a fin de captar los votos de algunas minorías, que nunca podrán ni contarlos, pero que en el fondo y a la “hora de las chiquitas” no es lo que orientan la decisiones de las grandes mayorías al momento de emitir el voto nacional.
Por esas y otras razones del género es tan difícil que en ese país un candidato novel y poco conocido nacionalmente, pueda superar en las encuestas y luego en los votos a veteranos ya establecidos políticamente. Este hecho ha ocurrido pocas veces, y apenas se recuerda a John F. Kennedy venciendo al entonces Vicepresidente Richard Nixon en 1961, a Ronald Reagan destronando al Presidente Jimmy Carter en 1981, luego Bill Clinton desplazando al Presidente George Bush padre en 1993 y por último, al actual presidente Barack Obama, quién solo irrumpió como líder nacional durante la campaña presidencial.
Actualmente el voto popular norteamericano favorece ligeramente a Rick Santorum en proporciones 32-36 % vs. 30-35 % de Mitt Romney, según prestigiosas encuestadoras como Gallup, NBC, Quinnipiac y Marist, y a estas alturas ése sería un primer indicativo de la posible repetición del fenómeno antes descrito; todo ello a pesar que el Sr. Romney acaba de ganar las primarias con poco margen en su estado natal, Michigan, y en Arizona donde la lucha contra la inmigración ilegal le ha dado cierta ventaja a su discurso sectario.
Lo que aparentemente ha catapultado la precandidatura de Santorum, hasta hace poco desconocido mundialmente, se ciñe a dos sucesos singulares, considerando que él entró en el torneo electoral con muy pocas expectativas y adversando a individuos más experimentados como Perry (ya retirado), Paul, Gingrich y al ex-gobernador Romney, quién desde el mismo principio lucía como el candidato a nominar:
En primer lugar, Santorum colocó en el tapete electoral un tema controversial, en un país como EE.UU que es un Estado oficialmente “laico”, lo cual está garantizado en la Primera Enmienda constitucional, y que mayormente profesa religiones protestantes (52% de la población); él que es católico (23%) zarandeó al principal aspirante republicano que pertenece a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, es decir, Mormones (<5%), algunos de los cuales, auto-denominados fundamentalistas, practican abiertamente el matrimonio plural (poligamia) que no es aceptable para los aspirantes y mucho menos para un inquilino de La Casa Blanca. Nunca antes se había tocado ese tema con tal intensidad, y el tormentoso huracán formado a continuación aún agita las mesas de las primarias republicanas.
Ese hecho fue calificado como parte de la más sucia de las campañas republicanas a la fecha, cuya publicidad negativa (registrada) de Romney contra Santorum y los otros aspirantes supera en la actualidad las dos terceras partes del presupuesto electoral, comparado con solo seis por ciento de gastos registrados por tales conceptos en la campaña del 2008, en la que fue ungido candidato el Senador John McCain, perdedor frente al hoy presidente Barak Obama. En aquel torneo, el movimiento político de derecha conocido como Tea Party se inclinó por la interesante ex-gobernadora de Alaska, Sarah Palin, quién acompaño entonces la formula republicana. Comparando personalidades, y tal y como reza en su sitio personal, “Santorum was a tea party kind of guy before there was a tea party”… a buenos entendedores, pocas palabras bastan!
En segundo lugar, se observa que mientras los otros precandidatos se dedican a destruirse mutuamente, encabezados por Romney, a quién lo único que parece interesarle en esta campaña es la destrucción mediática del prestigio popular que ya tienen los programas médico-sociales Medicare y Medicade instaurados por esta administración e impulsados personalmente por el primer mandatario; Santorum, basado en su conservadurismo extremo, ha preferido criticar un poco más al presidente en ejercicio y abordar de manera somera algunos temas delicados como el iraní, por ejemplo, pero “sin alborotar mucho el avispero”. No debe perderse de vista que los principales aliados de la política exterior republicana habitan en una edificación cercana a la oficina oval, conocida como El Pentágono.
Lo que no han discutido públicamente esos pre-candidatos son los delicados temas de la crisis europea, las consecuencias de la primavera árabe y mucho menos, las decisiones israelíes en relación al medio oriente e Irán; tal vez, con el objeto de no establecer con mucha anticipación compromisos ulteriores por los que debería responder el partido republicano como colectivo y no un individuo en específico.
Todavía queda mucho camino por recorrer antes de que alguno de estos precandidatos defina su participación en la gran contienda electoral de noviembre, lo cual sin dudas estará entre Santorum y Romney, dependiendo de la orientación final que dé el electorado republicano (o el demócrata infiltrado, que vota a favor del que estiman más débil para favorecer al presidente). Por el otro lado y según algunas encuestas igualmente serias, ninguno de esos pre-candidatos representa, a la fecha, una seria amenaza para el presidente en ejercicio… aunque éste no las tiene todas consigo.
En ese orden de ideas y para asegurar su continuidad en la Casa Blanca, Barack Obama deberá sortear con éxito un par de problemas específicos: el doméstico, referido a la situación económica-financiera del Estado, que aunada a la débil situación europea le obligan a buscar una manera expedita, a solo ocho meses de las elecciones presidenciales, para mostrarle al pueblo norteamericano algunos síntomas de recuperación creíbles y tangibles; y en segundo lugar, el delicado problema internacional que representa el desarrollo del programa nuclear iraní, sobre el cual ya se ha pronunciado la comunidad de naciones estableciendo sanciones y embargos petroleros e inclusive, el Estado israelí apunta con represalias de orden militar que comprometerían el potencial armamentista de los EE.UU y sus Aliados en la región mezo oriental, en el muy corto plazo.
Obama no ha tomado la decisión cardinal de apoyar directamente a Israel en sus pretensiones de destruir (¿por bombardeo?) las plantas nucleares iraníes, a fin de impedir la confección de armas atómicas que pondrían en peligro de extinción ese país, tal vez, esperando la definición de la nominación republicana para medir políticamente las cualidades internacionales de su adversario domestico; no obstante, ha autorizado a los estrategas del pentágono ir copando poco a poco los alrededores del estrecho de Ormuz, just in case con lo más granado del equipamiento Navy Seals.
Pero ante las presiones diplomáticas – militares de Tel-Aviv y el continuo accionar político – castrense de Teherán, Obama deberá definir su posición primaveral antes de que el golfo pérsico y su entorno arábigo se le conviertan, inadvertidamente, en un monumental polígono de tiros postmoderno… y si llegase a fracasar en ambos intentos, el económico domestico y el político internacional, lo cual luce difícil de imaginar simultáneamente, entonces tendrá que transferirle el mando al candidato republicano (tal vez al más conservador de ellos) para que asuma y lidere el colosal compromiso global de apaciguar el medio oriente.
Y si se les agrieta el apoyo de Obama, ¿serán tan pacientes los israelíes como para esperar por un nuevo inquilino en La Casa Blanca?
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