Orlando Ochoa
En honor a nuestros caricaturistas....
Philip Zec, dotado de un notable talento para el dibujo y la ilustración, se graduó en la Escuela de Arte St Martin de Londres y pronto ingresó en el mundo de la publicidad. Reclutado por la famosa corporación J. Walter Thomson, devino en uno de los principales ilustradores comerciales de la Gran Bretaña. Sin embargo, el éxito profesional no fue suficiente para que un hombre con una desarrollada capacidad analítica y una aguda conciencia social se sometiera al constreñimiento comercial que le imponía la actividad publicitaria. Eran los tiempos en que la siniestra figura de Hitler se enseñoreaba sobre Alemania y su sombra se proyectaba a toda Europa.
Cuando se inicia la Segunda Guerra Mundial, las caricaturas anti-Nazi de Philip Zec en el Daily Mail de Londres se habían convertido en sucesos políticos con repercusión internacional. Primero ridiculizó a Hitler y a la jerarquía nazi para luego representarlos en forma de serpientes, aves de rapiña, sapos o monos. El impacto en Alemania fue tal que Hitler ordenó expresamente incluirlo en la lista de ciudadanos británicos que deberían ser ejecutados después de la derrota de Gran Bretaña.
Las caricaturas de Zec fueron también un motivo de intranquilidad para el gobierno británico. En una de sus caricaturas había sugerido que el aumento de los precios de la gasolina, destinados supuestamente a favorecer los ingresos de las petroleras, resultaba riesgoso para la vida de los marinos británicos. El impacto de esta caricatura fue tema de discusión en el Gabinete presidido por Winston Churchill. El ministro del Interior, Ernest Bevin, la llamó “malvada” porque supuestamente atentaba “contra la moral de las fuerzas armadas y el pueblo en general”. Como Zec era descendiente de rusos, Churchill ordenó al MI5 que investigara sus antecedentes y consideró la posibilidad de apelar a las medidas de emergencia en tiempos de guerra para cerrar el Daily Mail. El reporte del MI5 definía a Zec como un hombre de izquierda sin ninguna actividad que pudiera calificarse de peligrosa. Durante la primera elección después de la guerra, muchos le atribuyeron a una caricatura de Zec, que sugería votar por los laboristas, un factor en la derrota electoral de Churchill, apenas terminada la guerra.
En EE UU la Asociación de Caricaturistas está integrada por unos 130 miembros que se distribuyen en todo el país y ostentan centenares de premios entre ellos más de una docena de Pulitzer. Allí se acepta que dentro de la esfera pública la caricatura se puede describir como un medio subversivo que funciona como un instigador de cambio social, político o artístico.
Los instigadores
Estudios de investigación académica resaltan este carácter subversivo o como instrumento de cambio social en los siglos 18 y 19, caracterizados por los ataques de caricaturistas al sistema monárquico de gobierno, al role de la religión en la sociedad y su diferenciación con el Estado. Entonces la caricatura estaba dirigida a la aristocracia, más tarde a la clase media burguesa. En el siglo 20 se popularizó sin dejar de ser instigadora de cambios sociales y políticos. Por eso la caricatura es por naturaleza irreverente, satírica, incisiva y sobre todo es una opinión humorística que con frecuencia representa la línea editorial de un medio. Por eso casi siempre está en la página de opinión y del editorial.
“Cuando usamos el humor” –dice la caricaturista estadounidense Stephanie McMillan- “para revelar lo absurdo y la hipocresía, estamos inspirando a nuestros lectores a reírse de los que detentan el poder y eso los ayuda a perder el miedo”. La caricatura política, a diferencia del discurso político, tiende a desenmascarar a los políticos que recurren a la retórica para enmascarar los fracasos de “sus” políticas públicas, argumenta la mexicana Graciela Sánchez Guevara en su ensayo, La Caricatura Política: sus funcionamientos retóricos.
Nada ha cambiado desde los tiempos de la Revolución Francesa. La caricatura, para los hombres en el poder, no importa su signo ideológico, es subversiva e instigadora de cambios políticos. No puede extrañar pues que hasta el gobierno bolivariano perciba, en tiempo de cambios, a los caricaturistas como instigadores y subversivos.
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