Rafael Gallegos
Alquílennos el país - le dijeron a los asombrados habitantes de Petrobambilandia, unos señores achinados que nadie determinaba si eran chinos, japoneses, indonesios, taiwaneses o coreanos. ¿Cómo es eso? - preguntaron los petrobambileses. Fácil, los becamos a toditos para el extranjero con 4.000 dólares mensuales por familia, durante 20 años- respondieron los achinados- eso sí, se me van toditos, que no quede ninguno frontera adentro. Luego de una inicial estupefacción y aunque usted no lo crea… los petrobambileses, dijeron sí. “Con 4000 dólares viviremos como reyes en casi cualquier país”, reflexionaron… y comenzó el éxodo de los insólitos becados.
Petrobambilandia tenía una superficie de un millón de kilómetros cuadrados, treinta millones de habitantes y mucho; pero muchísimo petróleo. Su gran drama era que no lograban transformar ese petróleo en calidad de vida. Vivían de boom en boom y de paquete en paquete. Se echaban la culpa los unos a los a los otros. Su gobernante había descubierto una curiosa forma de reconstruir el país: destruyéndolo primero. La llamaba pomposamente, revolución. A tal efecto había colocado a la petrolera en barrena, a las industrias en recuerdo, a las haciendas otrora productoras, en eriales y etc. etc. etc. A los pobres les decían que habían acabado con la pobreza. ¿Y cuando acabarán con el desempleo, - se preguntaban estos mientras navegaban hasta el ahogo en su mar de carencias. A los más ingenuos, la revolución de Petrobambilandia les hacía firmar unas planillas, donde les adjudicaban unas casas que cuando tenían suerte podían disfrutar en una maqueta. Los deslenguados le decían la Misión Puma (dueño de nada).
Los espectadores en todos los rincones de la geografía nacional no entendían como a punta de tanto desaguisado aderezado con expropiaciones, no terminaba de morir lo viejo y, estupefactos… no veían la reconstrucción de “lo nuevo” por ninguna parte. Bochinche, puro bochinche, decían algunos imitando a Miranda. Fracaso, puro fracaso coreaban los enemigos de las edulcoraciones. Se solicita mesías con moto, aparecían avisos en la prensa. ¿Y para qué la moto? Preguntaba algún inocentón. Para echarle la culpa a la moto cuando el mesías se transforme en falso profeta.
Los achinados habían sacado sus cuentas. Treinta millones de personas son seis millones de familias. Las becas les significaban una erogación de 24 mil millones de dólares al mes. O sea… 288.000 al año. La inversión les era rentable, pues con sólo lograr desarrollar una producción de petróleo de 6 millones de barriles diarios a unos ochenta dólares el barril… llegaban a casi 200.000 millones de dólares. Los arrendadores (o becados) emocionados, hacían sus maletas y se trasladaban a otros países que muy cariñosamente los recibían. Cariño que se exponenciaba al sacar las cuentas que cada familia petrobambilesa les representaba una remesa de casi 50.000 dólares al año.
Manos a la obra, dijeron los arrendatarios cuando Petrobambilandia quedó vacía. Empezaron con una ley de uno por uno y trajeron 30 millones de paisanos (de ellos). Comenzaron por reactivar el petróleo, la industria y la agricultura. Así como la infraestructura con carreteras y ferrocarriles que cruzaban todo el país a grandes velocidades. Construyeron en diez años las cuatro millones de viviendas que necesitaban. Desarrollaron una educación de primera desde el kínder hasta universidades, que nada tenían que envidiarle a las mejores del planeta. En cinco años arribaron una producción de ocho millones de barriles de petróleo, lograron una fabulosa industria conexa al petróleo, y una petroquímica de clase mundial que sirvió de pivote para el desarrollo económico del país. Todo lo hicieron en democracia, con estrategias de desarrollo, mucha inversión privada y reglas claras.
Las becas, cuyo monto inicialmente había preocupado a los achinados más conservadores, con el tiempo fueron representando un porcentaje cada vez menor del nuevo PIB. Hasta se daban el lujo de incrementarlas anualmente para proteger a los becarios de la inflación. Como la pobreza había desaparecido, sólo la veían en la televisión por cable. Los achinados no podían creer que los petrobambileses no hubieran sacado adelante al país con tantos recursos. Es que tenían “el lancho en la cabeza” – comentaban al observar tamaño Dorado, tan diferente a sus pobres territorios llenos de volcanes, terremotos y sunamis.
Devuélvanme mi patria - pidieron los becados al transcurrir los veinte años. Los achinados se hacían los locos en el país que ahora llamaban Gelenciobambilandia. Cuando esto escribo, los petrobambileses estaban en la ONU reclamando sus derechos…
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