Con deleite escuché de labios de mi apreciada compañera de Gente del Petróleo Isabel Lorenz, su relato acerca de una actividad que desarrolló con sus alumnos de Fé y Alegría, en la década de los noventa. Les propuso nada menos que inventar un país. La historia, la bandera, la misión, la vestimenta….todo. En el fondo les pidió que construyeran su utopía, el espacio donde ellos quisieran pasar el resto de sus vidas. Los resultados fueron por decir lo menos, curiosos. Los miedos de los niños afloraron en el diseño. Propusieron una isla como país. No querían problemas limítrofes ni por Guyana ni por Colombia. O sea, les aterraba una guerra. Y en el Metro, en lugar de rayas amarillas, colocaron rejas que se abrían simultáneamente con las puertas de los trenes. ¿Y saben por qué? Pues querían evitar suicidios de gente arrojada a los rieles. De más está decir que por encima de los miedos, emergieron las esperanzas. Los alumnos inventaron un país solidario, donde como en Bambilandia, todos los niños fueran felices. Lo que no es poca cosa.
Los venezolanos, ante el espectacular fracaso que vivimos, tenemos dos opciones: rascarnos las heridas hasta que duela, sembrarnos miedos que lleven la autoestima hasta el sótano; o imitar a los alumnos de Isabel y preguntarnos por la sociedad donde queremos pasar el futuro. Es insuficiente desear que esta “revolución” deje de regir los destinos de la patria. Tenemos que diseñar nuestra propia utopía. Se pueden ir mil Chávez y regresarán dos mil si creemos inocentemente que con los “anti” (anticomunismo, antichavismo o antitotalitarismo) se puede reconstruir una sociedad.
INVENTEMOS LOS LÍDERES
La invención del país pasa por la invención de los líderes. Incluyentes, audaces, que le lleguen a las masas. Vivos, que no parodien la serie El Zorro, invencible porque se enfrenta siempre al sargento García. Líderes como Bolívar, que unió a los mantuanos de Caracas, a los orientales y a los llaneros de Páez, tras el proyecto de
El futuro exitoso pasa por apartar de nuestra mente a líderes excluyentes como el comunista Stalin, quien mató a media Rusia “y que” para que la otra mitad fuera feliz; o el comunista Castro que envió a media Cuba para Miami para justificar esa cárcel de rejas de diente de tiburón que es el comunismo cubano. O como el líder de nuestra “revolución”, para quien la aplastante mayoría de escuálidos no merece dinero para el Pérez de León y los gobernadores opositores, son enemigos. Once años de misión demolición.
Se solicita un Rómulo Betancourt acompañado de un liderazgo que dé la talla. Líderes que emocionen a la gente, que penetren el subconsciente colectivo, como en su momento Rómulo, Carlos Andrés o el propio Chávez. Que se conviertan en la esperanza del pueblo.
Un liderazgo capaz completar la singular obra unitaria y programática de
¿Bambilandia?
Bambilandia es el país donde los niños son felices y gozan más. Si lográramos esa utopía, Venezuela sería otra. Contrario a la realidad actual, de niños que se acuestan sin comer y amenazados por tanta violencia. Para que los niños sean felices es imperativo que tengan comida y para ello hay que generar empresas y empleos basados en confianza, leyes, seguridad e inversiones. Que tengan educación y salud. Para ello se requiere gerenciar, colocar en los cargos clave gente capaz que materialice un proyecto de prosperidad. Y es indispensable que haya democracia. Por ejemplo… respetar a la oposición (no al enemigo) y división de poderes. Qué lejos estamos de Bambilandia.
Es imperativo un liderazgo nos conduzca a la post “revolución”. Tenemos el deber de inventar un país exitoso. O inventamos o erramos, dijo Simón Rodríguez. Y tal vez Jesús cuando dijo dejad que los niños vengan a mí, lo que quería es que fuéramos creativos y llenos de esperanza como ellos. El momento de la reconstrucción es ya. Tenemos encima la gran oportunidad del 26 S. Con S de sunami.
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