martes, 8 de febrero de 2011

Siete décadas (Confesiones)

                                                               Eddie A. Ramírez S.

Pasaron muy rápidas. Quizá porque fueron vividas intensamente, con felicidad y sin resentimientos. Aunque hubo períodos difíciles, no tengo motivos de arrepentimiento.  Desde que tuve uso de razón el tema político estuvo presente. En mi triciclo jugaba a ser el chofer de Delgado Chalbaud y de Mario Vargas. A los doce años, en Bélgica, percibí los abusos que suelen cometer quienes detentan el poder, cuando mi padre, Edito Ramírez, fue pasado a retiro y negado el permiso a toda la familia para regresar al país. Conocí lo duro del exilio y a distinguidos desterrados, entre ellos a Jóvito, Rómulo, Mario Briceño y Herrera Campins. También sentí las amenazas de la Seguridad Nacional en Curacao y Trinidad, amenazas que neutralizaron las policías de esas islas colocando vigilancia en nuestra casa. Ya en esa época comprendí que los países no tienen amigos sino intereses, al ser expulsados por el imperio británico y por la corona holandesa de
 las islas citadas debido a la presión de la dictadura perezjimenista. Recuerdo intensamente el impacto por los asesinatos del teniente Droz Blanco en Barranquilla y de otros compatriotas, así como la prisión de mi tío Rafael Serfaty y la alegría del 23 de enero.

Ya veintiañero, y durante dos años y medio, conocí la realidad de nuestras cárceles, aunque en el privilegiado pabellón de procesados militares de la Cárcel Modelo, en la década de los sesenta.  En ese lugar “donde toda incomodidad tiene su asiento”, como dice el inmortal manco de Lepanto, me nutrí de muchos autores  y, desde luego, hice  inolvidables amigos con los cuales planificamos tres fugas, todas fallidas.

Regresé a ese gran país que es Costa Rica. En su universidad  me gradué de ingeniero agrónomo y tuve el honor de ser electo Presidente de la Asociación de Estudiantes y liderar la primera huelga exitosa en esa Universidad, cuyo objetivo era mejorar la docencia. Allí conocí a  Anabelle Aguilar, bióloga, poeta y esposa desde hace 42 años y en San José nació mi hija Gloriana, hoy odontopediatra. Ya en Venezuela, tuve la suerte de trabajar en el prestigioso Servicio Shell Para el Agricultor, posteriormente devenido en FUSAGRI. Nació mi hijo Eduardo, ingeniero mecánico con dos Maestrías y hoy ciudadano canadiense.  Experiencias en Cagua, Bejuma, Tucupita, Inglaterra, Maracay y Caracas me permitieron llegar a la Vicepresidencia Ejecutiva de esa organización. En 1988 ingresé a Palmaven, filal de PDVSA,  empresa en la que alcancé la Presidencia y de la cual fui despedido con un pito por el teniente coronel en abril de 2002. Los siete
 trabajadores despedidos fuimos reincorporados cuando atemorizado nos pidió perdón, después que  el ejército lo regresara al poder.

Cuando pensaba en un retiro tranquilo, habiendo entregado mi cargo en octubre de 2002 por tener aprobada en PDVSA la jubilación, la misma  me fue revocada con el aval del genuflexo TSJ, por haber expresado mi apoyo al paro cívico de diciembre de ese año. A pesar de este inconveniente,  desde el 2002 a la fecha han sido lo mejores  años de estas siete décadas,  ya que me permitieron  conocer a  valiosos  seres humanos y recibir el apoyo de muchos.  Particular referencia a los miembros de Gente del Petróleo quienes teniéndolo todo, arriesgaron todo y perdieron todo menos la dignidad, en la defensa de principios y valores. El compartir con ellos, con algunos de los presos políticos y con sus familiares, con políticos, con intelectuales,   con militares que perdieron sus carreras, como mi yerno Michael O’Brien,  también con valientes periodistas, con mis hermanos y con innumerables personas, muchas de ellas cuyos nombres desconozco, pero que nos
 saludamos como familia en las marchas, me hacen sentir muy bien y por ello doy gracias a la vida. Así como salimos de Pérez Jiménez, también saldremos de esta dictadura siglo XXI, los venezolanos nos reconciliaremos y las nuevas generaciones construirán un mejor país, en lo cual fallamos  mi generación y  algunas anteriores. Como ya son setenta años creo es tiempo de dejar de hablar de los hijos de mis hijos y reconocer que tengo cinco nietos maravillosos. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

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