AXEL CAPRILES
M.
Los
signos de locura han estado presentes desde el comienzo de la revolución
bolivariana.
Es un síntoma de la locura colectiva que invade nuestro país, de la clásica histeria de masas estudiada por Tarde y Le Bon y que hoy infecta a una parte importante de la población venezolana. Cuando el 10 de enero las multitudes se movilizaban gritando "yo soy Chávez" o "Chávez no está en Cuba, está aquí en Venezuela, está en todo el mundo, porque todos somos Chávez", había algo más que un simple eslogan o lema publicitario, se estaba dando un verdadero proceso de transubstanciación de identidad. Ocurría un síntoma típico de las psicosis y de los fenómenos de masa: la despersonalización, la pérdida de los límites de la personalidad individual y la adopción una personalidad arquetípica.
Los signos de locura han estado presentes desde el comienzo de la revolución bolivariana. Una de las primeras anécdotas que se divulgó de Chávez es que en su casa había una silla que estaba siempre reservada para Simón Bolívar, el convidado de piedra.
De las muchas marchas chavistas a las que he asistido, uno de mis más nítidos recuerdos es el de las caras enajenadas de centenares de milicianos que veían la espada de Bolívar volando por los aires empuñada por la mano resucitada del héroe que venía a hacer justicia. Lo que hoy sucede en Venezuela en nada difiere del fanatismo religioso y el movimiento mesiánico que dirigido por El Consejero llevó a la guerra de Canudos en las áridas tierras del Sertao. Es un eco en nuestra cultura.
Pedro I de Portugal hizo exhumar y coronar a su amada Inés de Castro y la sentó en el trono a su lado para obligar a todos los cortesanos a besar la mano de la muerta. El problema de la locura colectiva es que al estar inmersos en ella no nos damos cuenta de la misma.
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