Antonio Sánchez García
Quienes aspiren a presidir este pobre país rico, ya al borde de ser simplemente pobre, misérrimo y subdesarrollado, están obligados a conocer esta situación al detalle, trabajar hoy – no mañana – por preparar las fórmulas alternativas de desarrollo para una industria que jamás nunca volverá a ser la misma y tener el coraje y la fortaleza para enfrentar la demagogia patriotera y engañosa de quienes han destruido nuestra gallina de los huevos de oro. Y hoy arman alharaca para cobijar sus criminales desafueros en la superchería del patrioterismo. ¿Saben aquellos que la defienden sin matices ni
diferenciaciones que cuando salían en defensa de esta PDVSA se encompinchaban objetivamente con quienes la han estrangulado? ¿Saben que alineándose irreflexivamente junto a Hugo Chávez, Rafael Ramírez y todos sus esbirros se hacían, posiblemente sin quererlo, cómplices de un crimen?
diferenciaciones que cuando salían en defensa de esta PDVSA se encompinchaban objetivamente con quienes la han estrangulado? ¿Saben que alineándose irreflexivamente junto a Hugo Chávez, Rafael Ramírez y todos sus esbirros se hacían, posiblemente sin quererlo, cómplices de un crimen?
¿Qué extrañas y no explícitas razones han llevado a algunos precandidatos de altísimo perfil, que puntean en las encuestas y son considerados mediáticamente y ya a nivel internacional como serios aspirantes a suceder al teniente coronel Hugo Chávez al frente del gobierno venezolano a defender a capa y espada lo absolutamente indefendible? ¿Qué impulso vital los llevó a romper lanzas por una empresa en ruinas, destruida en su esencia moral, incapacitada estructural y operativamente para cumplir las funciones para las que fuera fundada – desvirtuadas y desnaturalizadas por la barbarie socialista - y utilizada hoy por el régimen como caja de financiamiento de su proyecto totalitario y expansionista? ¿Qué fundamento político explica su decisión de darle su pleno respaldo al mascarón de proa de este barco a la deriva que es PDVSA, la perfecta metáfora de un régimen forajido que la usa como instrumento de la destrucción de la república y la ruina y devastación de nuestras tradiciones? ¿Por qué solidarizarse con una empresa que dejó de ser propiedad de los venezolanos para convertirse en la guarida del asalto de la barbarie y sirve objetivamente a fortalecer a los enemigos de la democracia y la paz mundial, como la tiranía de los ayatolas? ¿Por qué abrazarse al oso de Miraflores en defensa de una institución que ha prostituido y devastado, contrariando sus fines específicos, cuales son los de coadyuvar al desarrollo nacional y sacar al país de la miseria en que hoy se encuentra? No nos cabe otra explicación que la congénita confusión que altera a algunos espíritus opositores carentes de madurez y experiencia que creen que enfrentar frontalmente y sin concesiones la barbarie imperante puede resultar negativo electoralmente. Fausto Masó lo ha explicado con su habitual perspicacia en su más reciente columna en El Nacional. Cometen un grave error.
La destrucción de PDVSA y las ignominias que por su control ha cometido el régimen del teniente coronel Hugo Chávez no pueden ser desconocidas por venezolanos que aspiran a ser el próximo presidente de 28 millones de venezolanos. Desde la destrucción de su idea matriz, la meritocracia, causa principal de su pasada y ya proverbial aunque pisoteada excelencia, hasta la brutal supresión de su capacidad técnica y gerencial: miles de años de profesionalismo y capacidad humanas, echados a la calle en la figura de más de 20 mil empleados, por razones estrictamente políticas. Y a consecuencias de lo cual el país viviera la crisis más dramática de su historia, abriendo los portones de nuestra institucionalidad a la barbarie, la invasión extranjera, el control de nuestros recursos, e incluso de nuestra propia identidad, por las fuerzas policiales y de seguridad cubanas y la pérdida de nuestra soberanía.
Esta PDVSA, prostituida sistemática y aviesamente por el régimen a través de Rafael Ramírez, un funcionario situado en un grado del escalafón que jamás le hubiera permitido posesionarse de su mando absoluto ni del ministerio adjunto, no sólo arruinó a mucho más de veinte mil familias, en una acción inédita en los anales de nuestra historia laboral. Les robó sus prestaciones, poniéndolas al servicio de especuladores financieros y asaltantes de cuello blanco. Abriéndose simultáneamente, y salvo honorables y contadas excepciones, al asalto de cien mil seguidores del régimen, sin mayor capacitación que su adhesión incondicional al presidente de la republica. Un expediente sólo imaginario en regímenes fascistas y totalitarios. Y convertida, víctima de la improvisación sin medida y la incapacidad más aterradora, en un mercado persa de uso múltiple.
La pérdida de la capacidad productiva fue pareja al asalto de la barbarie. Una empresa que podría estar produciendo cinco millones de barriles diarios apenas supera los dos millones. De los cuales no vende más que la mitad. Por cierto y en el colmo de las paradojas, a los Estados Unidos. El resto se va por entre los dedos del consumo interno, el regalo a una tiranía ávida de nuestra graciosa y desvergonzada “solidaridad”, la chulería de caudillos que han llegado al ex abrupto de apoderarse, sin mayor esfuerzo que la zalamería y la sumisión, de 55 mil millones de dólares. Y si con su envilecimiento presente no bastase, la insaciable necesidad de respaldo financiero para mantener su perfil ha llevado al presidente de la república a suscribir de manera irresponsable y criminal compromisos a futuro que la hipotecan para generaciones y generaciones de venezolanos. Vendiendo de paso una empresa de refinación que hoy es valorada en alrededor de 23 mil millones de dólares en la décima parte de su valor. Y a eso llaman soberanía. Y a ese soberano se subordinan nuestros jóvenes precandidatos.
PDVSA no sólo está arruinada, endeudada por miles y miles de millones de dólares y secuestrada a futuro, sino herida de muerte. Según todos los expertos petroleros, es una empresa moribunda, a la deriva, imposible de recuperar. Y cuyos índices de deterioro alcanzan tal grado de destrucción, que lo que jamás sucediera en sus instalaciones a lo largo y ancho del país en sus años de vida hasta el asalto al Poder del teniente coronel Hugo Chávez, ha ocurrido ante el espanto de quienes se sienten emocional y profesionalmente vinculados a ella: la cantidad de accidentes laborales ha sido tan desgraciada, que han fallecido por esas causas más de sesenta trabajadores venezolanos.
Este auténtico apocalipsis de nuestra principal fuente de financiamiento ha tenido lugar en un momento que se avizora dramático para la industria: según todos los indicios, el petróleo no soporta treinta años más de vida como factor energético determinante del desarrollo de la humanidad. Las fuentes alternativas, naturales y artificiales, son un hecho comprobado. Los países más desarrollados no esperaran por el despertar de la democracia venezolana para echar a andar su despegue de la que habrá sido entonces un recuerdo del pasado. Como ha sucedido tantas veces a los largo de la historia de la humanidad.
Quien aspire a presidir este pobre país rico, ya al borde de ser simplemente pobre, misérrimo y subdesarrollado, está obligado a conocer esta situación al detalle, trabajar hoy – no mañana – por preparar las fórmulas alternativas de desarrollo para una industria que jamás nunca volverá a ser la misma y tener el coraje y la fortaleza para enfrentar la demagogia patriotera y engañosa de quienes han destruido nuestra gallina de los huevos de oro. Y hoy arman alharaca para cobijar sus criminales desafueros en la superchería del patrioterismo. ¿Saben esos precandidatos que cuando salían en defensa de esta PDVSA se encompinchaban objetivamente con quienes la han estrangulado? ¿Saben que alineándose junto a Hugo Chávez, Rafael Ramírez y todos sus esbirros se hacían, sin quererlo, cómplices de un crimen?
Son preguntas que les formulo sin ningún otro ánimo que ayudar a esclarecer nuestras posiciones, definir nuestras políticas y clarificar nuestros propósitos. Como bien dijera el Dr. Johnson, el nacionalismo es la última guarida de los canallas. No les abramos la Puerta.
La destrucción de PDVSA y las ignominias que por su control ha cometido el régimen del teniente coronel Hugo Chávez no pueden ser desconocidas por venezolanos que aspiran a ser el próximo presidente de 28 millones de venezolanos. Desde la destrucción de su idea matriz, la meritocracia, causa principal de su pasada y ya proverbial aunque pisoteada excelencia, hasta la brutal supresión de su capacidad técnica y gerencial: miles de años de profesionalismo y capacidad humanas, echados a la calle en la figura de más de 20 mil empleados, por razones estrictamente políticas. Y a consecuencias de lo cual el país viviera la crisis más dramática de su historia, abriendo los portones de nuestra institucionalidad a la barbarie, la invasión extranjera, el control de nuestros recursos, e incluso de nuestra propia identidad, por las fuerzas policiales y de seguridad cubanas y la pérdida de nuestra soberanía.
Esta PDVSA, prostituida sistemática y aviesamente por el régimen a través de Rafael Ramírez, un funcionario situado en un grado del escalafón que jamás le hubiera permitido posesionarse de su mando absoluto ni del ministerio adjunto, no sólo arruinó a mucho más de veinte mil familias, en una acción inédita en los anales de nuestra historia laboral. Les robó sus prestaciones, poniéndolas al servicio de especuladores financieros y asaltantes de cuello blanco. Abriéndose simultáneamente, y salvo honorables y contadas excepciones, al asalto de cien mil seguidores del régimen, sin mayor capacitación que su adhesión incondicional al presidente de la republica. Un expediente sólo imaginario en regímenes fascistas y totalitarios. Y convertida, víctima de la improvisación sin medida y la incapacidad más aterradora, en un mercado persa de uso múltiple.
La pérdida de la capacidad productiva fue pareja al asalto de la barbarie. Una empresa que podría estar produciendo cinco millones de barriles diarios apenas supera los dos millones. De los cuales no vende más que la mitad. Por cierto y en el colmo de las paradojas, a los Estados Unidos. El resto se va por entre los dedos del consumo interno, el regalo a una tiranía ávida de nuestra graciosa y desvergonzada “solidaridad”, la chulería de caudillos que han llegado al ex abrupto de apoderarse, sin mayor esfuerzo que la zalamería y la sumisión, de 55 mil millones de dólares. Y si con su envilecimiento presente no bastase, la insaciable necesidad de respaldo financiero para mantener su perfil ha llevado al presidente de la república a suscribir de manera irresponsable y criminal compromisos a futuro que la hipotecan para generaciones y generaciones de venezolanos. Vendiendo de paso una empresa de refinación que hoy es valorada en alrededor de 23 mil millones de dólares en la décima parte de su valor. Y a eso llaman soberanía. Y a ese soberano se subordinan nuestros jóvenes precandidatos.
PDVSA no sólo está arruinada, endeudada por miles y miles de millones de dólares y secuestrada a futuro, sino herida de muerte. Según todos los expertos petroleros, es una empresa moribunda, a la deriva, imposible de recuperar. Y cuyos índices de deterioro alcanzan tal grado de destrucción, que lo que jamás sucediera en sus instalaciones a lo largo y ancho del país en sus años de vida hasta el asalto al Poder del teniente coronel Hugo Chávez, ha ocurrido ante el espanto de quienes se sienten emocional y profesionalmente vinculados a ella: la cantidad de accidentes laborales ha sido tan desgraciada, que han fallecido por esas causas más de sesenta trabajadores venezolanos.
Este auténtico apocalipsis de nuestra principal fuente de financiamiento ha tenido lugar en un momento que se avizora dramático para la industria: según todos los indicios, el petróleo no soporta treinta años más de vida como factor energético determinante del desarrollo de la humanidad. Las fuentes alternativas, naturales y artificiales, son un hecho comprobado. Los países más desarrollados no esperaran por el despertar de la democracia venezolana para echar a andar su despegue de la que habrá sido entonces un recuerdo del pasado. Como ha sucedido tantas veces a los largo de la historia de la humanidad.
Quien aspire a presidir este pobre país rico, ya al borde de ser simplemente pobre, misérrimo y subdesarrollado, está obligado a conocer esta situación al detalle, trabajar hoy – no mañana – por preparar las fórmulas alternativas de desarrollo para una industria que jamás nunca volverá a ser la misma y tener el coraje y la fortaleza para enfrentar la demagogia patriotera y engañosa de quienes han destruido nuestra gallina de los huevos de oro. Y hoy arman alharaca para cobijar sus criminales desafueros en la superchería del patrioterismo. ¿Saben esos precandidatos que cuando salían en defensa de esta PDVSA se encompinchaban objetivamente con quienes la han estrangulado? ¿Saben que alineándose junto a Hugo Chávez, Rafael Ramírez y todos sus esbirros se hacían, sin quererlo, cómplices de un crimen?
Son preguntas que les formulo sin ningún otro ánimo que ayudar a esclarecer nuestras posiciones, definir nuestras políticas y clarificar nuestros propósitos. Como bien dijera el Dr. Johnson, el nacionalismo es la última guarida de los canallas. No les abramos la Puerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario