martes, 26 de enero de 2010

Reminiscencias de la penúltima dictadura

Eddie Ramirez


El asesinato de Delgado Chalbaud, el militar no militarista de la Junta de Gobierno, me hizo percibir a mis diez años y desde Bruselas de que algo andaba mal en Venezuela. Poco antes, el 12 de octubre de 1950, en la citada ciudad y ante un grupo de oficiales, el Tte. Cnel. Félix Román Moreno, hombre de confianza de Pérez Jiménez (PJ), refiriéndose a Delgado había expresado “ese es un problemita que no sabemos cómo resolverlo”. En junio de 1952 cuando mi padre, el entonces mayor Edito Ramírez, estaba finalizando el curso de Estado Mayor fue pasado a disponibilidad por PJ para que lo retiraran de la Escuela de Guerra. Afortunadamente, considerando sus antecedentes, el Director de la misma le permitió graduarse.

Sin poder regresar a Venezuela, mi familia logró asilo en Costa Rica. Allí recibimos la noticia de que PJ le había robado las elecciones a URD, proclamándose “Presidente Constitucional”, con el apoyo de las focas de entonces y debido a que AD, URD, Copei y el PCV no se habían puesto de acuerdo. Posteriormente nos trasladamos a Curazao, en donde Miguel Silvio Sanz y un grupo de esbirros intentaron asesinar a mi padre, lo cual fue impedido por la policía local. Sin embargo, al poco tiempo, la corona holandesa cedió ante la presión de Caracas y tuvimos que abandonar la isla. Nos trasladamos a Trinidad a mediados de 1953. Nuevamente PJ intentó el asesinato de sus opositores. El plan era darle unos cabillazos a Tenorio Sifontes y a Vicente Gamboa y secuestrar a Jóvito Villalba, al teniente Droz Blanco y a mi padre, para asesinarlos en las playas de Sucre. La policía trinitaria descubrió el plan macabro, cuyo jefe era Ricci Olivares. Otra vez PJ presionó y las autoridades inglesas nos “invitaron” a abandonar Puerto España. Jóvito se fue al norte, nosotros a España y Droz a Colombia. A los pocos meses, Droz fue asesinado en Barranquilla por el esbirro de la Seguranal Braulio Barreto.

A España nos llegaban las tristes noticias de los asesinatos de Ruiz Pineda, de Pinto Salinas, de Wilfredo Omaña y de tantos otros, así como las difíciles condiciones de cientos de presos políticos, entre ellos mi tío Rafael Serfaty. Nuevamente PJ presionó para que expulsaran a todos los militares exiliados pero, curiosamente, la dictadura franquista no cedió. A pesar de mi juventud me consideraba exiliado, ya que el régimen no me otorgó visa para regresar al país cuando me gradué de bachiller. En el exilio tuve el honor de conocer a distinguidos venezolanos, entre ellos a don Alberto Ravell, monseñor Dubuc, Sarmiento Núñez y a don Mario Briceño Iragorry; a este último PJ le mandó a dar una paliza y, recientemente, el adulante gobernador Hugo Cabezas eliminó su nombre de la Biblioteca de Trujillo. Desde el exterior presencié muchas reuniones tendentes a lograr la unidad de la oposición. En aquel entonces el principal escollo era COPEI, que por ser el único partido que operaba legalmente pensaba que PJ haría elecciones libres que ellos podían capitalizar, por lo que inicialmente se negaron a suscribir un pacto unitario. Extrapolando, en ese entonces los copeyanos asumieron la misma conducta de muchos empresarios y dueños de medios que actualmente bajan la cabeza pensando que el régimen los va a tolerar.

El 1 de enero de 1958 fuimos sorprendidos por la valiente rebelión liderada por el Tte. Cnel. Martín Parada y, finalmente, la gran alegría del 23 de enero. Ese día despertó una gran esperanza en quien esto escribe y pensé que más nunca tendríamos otra dictadura. Lamentablemente, cometimos errores por acción y por omisión, los cuales dieron paso a esta dictadura totalitaria siglo XXI, de la cual también saldremos pronto si aprendemos las lecciones del pasado. ¡No más prisioneros políticos, ni exiliados!

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