viernes, 5 de junio de 2009

VARGAS LLOSA, UN ANALFABETA DE NOVELA

Rafael Gallegos


“Muera la inteligencia”, gritó en nombre del franquismo el generalote Milán Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca ante su rector, nada menos que Don Miguel de Unamuno. Nada nuevo bajo el sol. El mismo desparpajo de todos los totalitarismos, que les estorba la inteligencia y quisieran verla muerta. La razón es muy simple, el conocimiento, la creatividad, la innovación y el arte son los vehículos en los cuales transita la inteligencia para expresarse en mejoras y obras de arte. Ella necesita de la libertad, como las bacterias aeróbicas requieren del oxígeno para sobrevivir. Ejemplos del divorcio entre le totalitarismo y inteligencia sobran. En los “gloriosos” setenta años de comunismo soviético no se produjo ningún artista de la talla de Tolstoy, Pasternak, Chejov, Gorky… Igual, la revolución cubana no ha producido ningún poeta o novelista a la altura de Nicolás Guillén o Alejo Carpentier. Más bien los buenos literatos cubanos emergen de la libertad del exilio. Es que los totalitarismos sólo soportan los cerebros sumisos de quince y último, cuyas creaciones van enjauladas en la ideología. Y las obras de arte por el contrario, son hijas de la libertad de creación.


En estos días nos honró la visita de uno de los más grandes escritores de Latinoamérica y del mundo, Don Mario Vargas Llosa. Merecedor, ¿quién lo duda?, del Premio Nobel de Literatura, avalado por una obra gigantesca en calidad y cantidad. Si en su ciclo vital no se le otorga ese premio, se podría decir de él como dijo Arturo Uslar Pietri a la muerte de Borges: peor para el Nobel. Pensar que para el gobierno Don Mario es tan solo una “inteligencia al servicio del imperio” y un “y que intelectual”. Claro, comete un delito altamente penado por las revoluciones socialistas: piensa diferente. Y en el comunismo este delito se paga por lo menos con purgas como las del pana Stalin, o con la prisión o exilio a que los somete la democracia cubana.


Cuando las revoluciones dicen muera la inteligencia, seguramente lo que quieren expresar es: miedo a la inteligencia. O mejor: miedo a la libertad. Por ello, lo único que se les ocurre ante la crítica de altura del escritor, es insultarlo o invitarlo a una reunión como la de la rectora de la UCV o como la de los estudiantes en la Asamblea Nacional. Si es tan analfabeta, han debido aprovechar el flaicito del debate para dar de bates y de batazos (ideológicos por supuesto) a tamaño pitiyanki. Un analfabeta de novela, hubiera dicho el recordado Musiú Lacavalerie.


LA FIESTA DEL CHIVO


Mario Vargas Llosa - peor para el Nobel si no se lo otorgan- escribió una monumental obra que desnuda el autoritarismo latinoamericano: “La fiesta del chivo”. A través de sus páginas se muestra a un militar, Rafael Leonidas Trujillo ejerciendo durante treinta años como jefe absoluto de la vida de los dominicanos, de sus esposas, del himen de sus hijas, de sus posiciones, de su futuro, de sus bienes y hasta de sus pensamientos. Con una ciudad capital llamada como él (Ciudad Trujillo), con un hijo nombrado coronel a los tres años y un ejército tan sumiso que se le “cuadraba” al coronelito sin que se le sonrojaran los cachetes. Chapita (le decían así por las ridículas condecoraciones que exhibía a lo largo y ancho de su uniforme militar) un prototipo del gobernante que debemos evitar los latinoamericanos. Que solo provoca hambre y retraso. Sería interesante que esta “revolución” tan regaladora de libros, hiciera un paquete con “La Fiesta del Chivo”; “El otoño del patriarca”, de García Márquez; “El Señor Presidente”, de Miguel Ángel Asturias y “Yo el supremo”, de Augusto Roa Bastos; cuatro obras magistrales que en su conjunto describen como no deben ser los presidentes latinoamericanos. Y que luego de regalarlos, hicieran foros para discutir esas obras y la escalofriante descripción del autoritarismo y atraso que encierran. Eso sí sería una revolución.


Bienvenido Don Mario, el mayoritario país demócrata le saluda y se reconforta con su solidaridad. Y sus ilustres acompañantes nos demuestran que la inteligencia está del lado de la democracia. Aspecto que parece obvio; pero no siempre fue así. Hace cincuenta años, a la llegada de Fidel Castro, los intelectuales más significativos, los jóvenes, los dirigentes obreros y buena parte del pueblo simpatizaban con el comunismo. Es decir la inteligencia estaba barnizada de rojo. Valiosos cerebros apoyaban a la URSS, a China y a la llamada cortina de hierro. Hoy es diferente, el estado del arte de la política dista, hasta la antípoda, del comunismo. Se compone de la libertad, la estrategia, las asertivas políticas sociales. Por ello, ¿en defensa propia? los regímenes autoritarios cuando escuchan la palabra cultura, desenfundan el revolver.


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