lunes, 18 de mayo de 2009

Obispos gozones, violadores e invertebrados ostentan el poder en América latina.

Gustavo Coronel

Invertebrado (izq.) y Violador (der.)


Aunque dicen que el mal de muchos es consuelo de tontos, es preciso señalar que la descomposición moral del liderazgo político hemisférico no está restringida a Chávez y su pandilla de ladrones. Hay una trágica epidemia de inmoralidad y mediocridad en los hombres y mujeres que ejercen el poder en América Latina. Cuando vemos como actúan el invertebrado José Miguél Insulza (OEA), el ladronzuelo Manuél Zelaya (Honduras), el pichón de déspota Evo Morales (Bolivia), el infantil Correa (Ecuador), el obispo gozón Lugo (Paraguay), el violador de hijastras Ortega (Nicaragua), el presidente acusado de matar a sus adversarios, Colom (Guatemala), la inepta y cursi Cristina Fernández (Argentina) y, por supuesto, el gran payaso de la región, el dictador Chávez, tenemos que llevar a la conclusión que nunca como hoy los países de América Latina o su máxima organización internacional han acumulado tanta basura en el poder. Aún Lula, la Sra. Bachelet y hasta Oscar Arias exhiben una ambiguedad en sus posiciones frente a las dictaduras de Castro y de Chávez que frecuentemente se convierten en peso muerto frente a los déspotas.

Es esto una coincidencia? No lo creo. Esta descomposición moral del liderazgo latinoamericano aflora debido a tres factores esenciales: (1), una enfermedad ideológica historicamente arraigada en nuestros países, caracterizada por la adoración del estado, (2), la actitud de los políticos de la región hacia los Estados Unidos, parcialmente basada en el resentimiento y el complejo de inferioridad y, (3), la aparición de un vocero de esos turbios sentimientos represados, Hugo Chávez, quien, dotado de una mezcla de odio, audacia y dinero petrolero, ha comprado la lealtad de muchos de los mediocres líderes arriba citados para convertirlos en satélites de un proyecto personal con pretensiones globales.

Es ya evidente que el intento de este oscuro “mahdi” latinoamericano de destruir el “imperio maligno”, los Estados Unidos, no podrá prosperar y tendrá resultados trágicos: uno, la ruina material y moral de nuestro país, la cuál ya se encuentra bastante adelantada y, dos, el retroceso económico y social de la región Latinoamericana, la cuál necesitará años para reparar los destrozos causados por los líderes ineptos y/o criminales arriba nombrados.

La adoración del Estado ha convertido a los pueblos latinoamericanos, con excepción de los chilenos, los uruguayos y los costarricenses (y, quizás los brasileños quienes parecen despertar), en una gran masa sumisa y resignada, esperando con infinita paciencia los favores y las limosnas de los demagogos en el poder. Necesitamos una revolución, si, pero una revolución educativa que nos enseñe a ser ciudadanos, productores de riqueza y hombres y mujeres libres capaces de asumir el control de su destino.

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