sábado, 3 de noviembre de 2012
Convivencia y los suplentes
Eddie A. Ramírez S.
Julián Marías sostenía en sus ensayos sobre convivencia y complicidad que “La discordia, que es la voluntad de no convivir con los demás, es uno de los males más graves que pueden sobrevenir a un grupo humano”. El respetado filósofo español comentaba que cuando se trata de participación en instituciones de gran alcance y existen diferencias “hay el deber de intentar corregirlas y evitar peores males”. Desde luego que cuando las diferencias implican principios y valores esa convivencia se convierte en complicidad y debe producirse la ruptura.
¿Podían convivir en la MUD el joven Ricardo y otros diputados suplentes? ¿Las diferencias eran de fondo o solo de apreciación? ¿Actúan de buena fe bajo el impulso de una juventud que quiere quemar etapas y lograr una mayor influencia en las decisiones políticas? En artículos anteriores me he referido a que mi generación fracasó porque recibimos un mejor país de nuestros padres y entregamos uno muy deteriorado a nuestros hijos. Por ello he sostenido que una nueva generación debe tomar las riendas. El punto de equilibrio está en no desbocarse y evaluar si el peso específico que se tiene está acorde con ambiciones legítimas.
Con algunos jóvenes políticos se está produciendo el mismo fenómeno que con los matrimonios siglo XXI: por cualquier diferencia menor plantean el divorcio porque les es difícil aceptar la convivencia. La pregunta obligada es ¿si esa intolerancia es con gente a la que conocemos y con quienes compartimos muchas cosas, cómo será con los demás?
Al leer el comunicado de los “rebeldes”, no apreciamos que les fuese imposible convivir en la MUD, sino más bien un cierto apresuramiento producto, quizá parcialmente, de la frustración por los resultados adversos del 7 de octubre. Invitamos a los firmantes a reflexionar sobre lo mucho que ha logrado la MUD y sobre el peligro de que el totalitarismo siglo XXI termine de imponerse. Las críticas son bienvenidas, pero hay que ser humildes y entender que no siempre se tiene razón.
Ciertamente el manifiesto dice algunas verdades, pero en su conjunto es tendencioso y solo favorece al gobierno. Cuando critica que no se ofreció una alternativa, ausencia de originalidad y desconexión con lo social cabe preguntar si los firmantes tienen otra propuesta mejor. Personalmente fui partidario y voté por la tarjeta de la unidad, pero sin duda acepto que la otra opción también era válida. Además, nos permitimos recordarles que la lucha por la democracia no se inició en el 2007. Las jornadas del 2001 de la Asamblea de Educación, la lucha por la meritocracia en Pdvsa en abril del 2002 y las valientes posiciones de la CTV y de Fedecámaras no pueden olvidarse. En diciembre de ese año se produjo un paro cívico en apoyo a la estancada Mesa de Negociación y Acuerdos, para solicitar adelantar las elecciones y para que se constituyera una Comisión de la Verdad que investigara la masacre del 11 de abril. Quizá Ricardo y otros diputados suplentes estaban muy jóvenes y no recuerdan esas gestas cívicas de lucha democrática, pero deberían informarse para no caer en el error de pensar que la lucha contra el totalitarismo se inició en el 2007. Ya para esa fecha millones de ciudadanos habíamos tragado gas lacrimógeno, recibido perdigones y peinillazos, participado en la recolección de firmas para solicitar el referendo revocatorio presidencial y había presos políticos exiliados. Con mi profundo respeto por estos y otros jóvenes, me permito recordar a Cicerón: “los deseos del joven muestran las virtudes futuras del hombre”
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