sábado, 11 de febrero de 2012

Por un país de ciudadanos, libre para siempre de la bota militar

Gustavo Coronel
 
 
 
 
Mi país se encuentra asfixiado entre la desidia de las masas y la cobardía y traición de los parásitos de la fuerza armada. Mi deseo más ferviente es que, algún día, el sol de su mañana ilumine una nación de ciudadanos, donde el ejército haya desaparecido.

Las dos tragedias de Venezuela son, en el fondo, una sola: la escasez de ciudadanos y la existencia de una fuerza armada históricamente parasitaria y opresora.

. Millones de venezolanos configuran estadísticas de población pero no pueden llamarse ciudadanos. De algunos pasados gobiernos, democráticos pero demagogos, han aprendido que tienen derechos pero no deberes, que el estado velará por ellos. Del déspota actual han aprendido a odiar a sus compatriotas que poseen educación, vivienda y trabajo. Ese déspota les ha dicho que los “oligarcas” le han quitado lo que les pertenecía.

Mientras no se implante en el país una política de estado de educación ciudadana que le enseñe a los venezolanos, desde niños, a comportarse como ciudadanos en lugar de disfrazarlos de guerrilleros y malandros encapuchados, el país seguirá agobiado por esa inmensa carga de seres dependientes de las limosnas del estado, incapaces de labrarse su propio destino.

Por su parte la fuerza armada venezolana, desde Cipriano Castro, Gómez y Pérez Jiménez hasta Chávez, ha sido un instrumento de represión ciudadana, una aliada de los tiranos, un organismo parasitario e inútil que no le presta servicio efectivo alguno a la nación. Hemos podido ver este pasado 4 de febrero como un "general" de esa fuerza armada, que le cuesta miles de millones de dólares a Venezuela, se ha manifestado groseramente como brazo armado de un régimen despótico, con el silencio cómplice de la soldadesca. Esa soldadesca prefiere marchar pintorreatada como prostitutas de pueblo, portando medallería de hojalata, manejando defectuosamente costosos juguetes bélicos mal mantenidos y adquiridos bajo el manto de las comisiones, gritando consignas traidoras, arrodillados frente a un líder pseudo-nerónico. Todo antes de cumplir con su deber de velar por la constitución y las leyes y defender nuestra libertad.

Venezuela no podrá salir del pantano de la mediocridad mientras no logre transformar a sus masas en ciudadanos y mientras no elimine ese foco de corrupción y gastos inútiles que es la fuerza armada. Un país civilizado no debe permitir una fuerza armada al servicio de una dictadura, así como no puede tolerar un tribunal supremo de justicia cuyos magistrados, como coristas de burdel, cantan en público: “uh, ah, Chávez no se va”. La aceptación pasiva de estos desmanes nos hace cómplices y, francamentenos rebaja al nivel de los países más atrasados del planeta.

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