miércoles, 7 de diciembre de 2011

‘El futuro de Venezuela ya no pasa por Hugo Chávez’

 por Rut Diamint y Laura Tedesco



Esta semana FRIDE, A European Think Tank for Global action, publica un ‘Policy Brief’ (No. 68, noviembre 2011 ISSN: 1989-2667) titulado “El futuro de Venezuela ya no pasa por Hugo Chávez”, escrito por la investigadoras Rut Diamint y Laura Tedesco.
El estudio además de analizar la situación de un Chavez enfermo, la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) y otros actores de la realidad venezolana, señala el papel de las Fuerzas Armadas de Venezuela como garantes de una transición democrática o promotoras de escenarios violentos y golpistas.

La primavera árabe podría llegar a Venezuela. La enfer­medad del presidente Hugo Chávez le ha dado mucho vuelo a la idea de una transición política. Todavía no están muy claros los cambios, ni las continuidades, que esa transición podría traer. El presidente Hugo Chávez y la oposición, estructurada alrededor de la Mesa de la Unidad, parecen ser los actores principales de este momento político. Sin embargo, ni Chávez ni la Mesa pueden determinar el futuro político de Venezuela.
En los tiempos post­chavistas será crucial el papel de las Fuerzas Armadas y la transición hacia una democracia liberal, al socialismo o a una dictadura depende mucho más de los militares que de Chávez o de los políticos de la oposición.
Este policy brief analiza las posibilidades que tiene Venezuela de enfrentar en el corto plazo una transición política a la vez que puntualiza los desafíos de ese proceso. En conversaciones recientes en Caracas, muchos analistas consideraron que la desaparición política o física del presidente conduciría a Venezuela hacia una democracia. Aquí argumentamos que el futuro político estará profundamente influenciado por el legado chavista pero será diseñado por la vocación democrática o golpista de los militares. Por esto, en los próximos meses, los analistas políticos, los gobiernos latinoamericanos, la administración estadounidense y el nuevo gobierno español deberían descifrar tanto los pasos de Chávez y de los políticos opositores como los de la jerarquía militar y sus subordinados. Los siguientes párrafos ofrecen algunas ideas sobre los escenarios políticos de Venezuela.
CLAVES
  • Venezuela parece estar cerca de emprender una transición política.
  • El papel que cumplan las Fuerzas Armadas es crucial, sea garantizando o desestabilizando una transición democrática.
  • El análisis de algunas transiciones latinoamericanas permite considerar como se afrontaron procesos similares.

SÓLO HAY TRANSICIÓN SI HAY ALTERNATIVA POLÍTICA
El futuro político presenta algunas dudas y gene­ra preocupaciones. No obstante, existen algunas certezas. El 12 de febrero de 2012 los partidos políticos opositores, agrupados en la Mesa de Unidad Democrática, celebrarán elecciones pri­marias para elegir al candidato presidencial para los comicios del 7 de octubre de ese año. El Par­tido Socialista Unido Venezolano (PSUV) ya ha proclamado a Hugo Chávez como candidato.
Entonces, la primera certeza es que habrá eleccio­nes presidenciales y que la oposición, unida, ha abandonado su tendencia al abstencionismo. Si hay incertidumbre, ésta se refiere, en primer lugar, a la unidad que, hoy por hoy, detenta con orgullo la oposición. ¿Serán todos los candidatos opositores fieles a la Mesa de Unidad después del 12 de febre­ro? ¿Aceptarán todos al ganador y seguirán traba­jando unidos al día siguiente? La desconfianza también está instalada en la oposición que teme que tras las primarias, si el resultado no es el espe­rado, alguno de los competidores se presente por fuera de la Mesa en las elecciones previstas.
Una segunda certeza es que el presidente Chávez está enfermo y no vale la pena conjeturar sobre sus posibilidades de sobrevivencia a una grave enfermedad. Más tarde o más temprano, tendrá que empezar a pensar en su sucesor. Su mal esta­do de salud indica que las posibilidades de eterni­zarse como Fidel Castro son pocas. En las calles de Caracas se especula mucho. Más allá de los nombres, el heredero de Chávez tendrá que enfrentar diversos problemas. La experiencia en transiciones políticas de sus vecinos latinoameri­canos puede ser de gran ayuda.
Desde las filas del Gobierno, dos actores se deben tener en cuenta en la transición post­chavista: el PSUV y las Fuerzas Armadas. Es probable que el chavismo se fragmente dando lugar a grupos de intransigentes y conciliadores, negociadores o hal­cones y seguidores de los distintos sucesores del líder. Esto se asemejaría al complejo escenario que siguió a la muerte de Juan Domingo Perón en Argentina en 1974, que culminó en el golpe mili­tar de 1976. Tanto la oposición, como el Gobier­no y las Fuerzas Armadas deberían analizar esta posibilidad para evitar emular la triste experiencia argentina. Si Chávez, como entonces Perón, no es capaz de preparar la transición, las luchas por la sucesión al interior del chavismo pueden desesta­bilizar políticamente a Venezuela y una lucha entre militantes o un golpe militar no sería utópi­co. Un escenario más benévolo podría ser que el presidente dé un paso al costado y ayude al PSUV a convertirse en un partido político con una inde­pendencia mayor de su persona. Para esto debería declinar su candidatura a la presidencia y ayudar al partido a iniciar un proceso de elecciones pri­marias. En la actualidad este escenario es impro­bable. Chávez se considera curado e invencible.
En las conversaciones mantenidas en Caracas, los políticos opositores reaccionaban con cautela frente a la pregunta sobre el papel de las Fuerzas Armadas en la transición. Muchos afirmaban con­fiar en los mandos medios militares para garanti­zar una transición respetuosa de la oposición y de las reglas democráticas. Una frase muy repetida ha sido que “los militares están con el gobierno has­ta que están”. Pero también se reconocía que muchos oficiales están imbuidos de la retórica chavista y fortalecidos por el poder político y eco­nómico que detentan en este proceso. Muchos oficiales de diferente rango, aunque no todos, han entrado en espirales de corrupción y enriqueci­miento ilícito que les costará abandonar. El hecho de que el general Henry Rangel Silva, jefe del Comando Estratégico Operacional, admitiera que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) garantiza su “condición de institución garante de la Constitución”, un día después de que el presi­dente revelara que padece cáncer, muestra las ten­siones ocultas que pueden estallar ante la eventual desaparición del presidente.
Si los países del cono sur latinoamericano se enfren­taron en sus transiciones al dilema de qué hacer con los oficiales acusados de violaciones de derechos humanos, es posible que los venezolanos se encuen­tren frente a la pregunta de qué hacer con los mili­tares sospechosos de corrupción y con aquellos que abrazaron sin miramientos la retórica chavista. ¿Cómo volver a tener unas Fuerzas Armadas que garanticen la defensa del territorio y no se inmiscu­yan en la política interna, en los planes sociales y en la defensa del socialismo? ¿Podrá un gobierno post­-Chávez desarmar las tramas de corrupción y poder en las Fuerzas Armadas? La región ofrece muchos ejemplos a seguir. Mientras el primer gobierno democrático argentino sentó las bases para afrontar judicialmente los abusos de derechos humanos cometidos durante la dictadura militar, los gobier­nos de la Concertación chilena prefirieron garanti­zar la gobernabilidad democrática y esperar pacientemente la muerte de Pinochet para avanzar con mucha cautela en una revisión del pasado. Estas decisiones se basaron en el poder que detentaban los primeros gobiernos democráticos vis-avis los militares.
En el caso venezolano se deben incluir las milicias populares creadas por el presi­dente. Tampoco se sabe cuál será su reacción ante una sucesión no afín o un candidato chavista mode­rado. Algunos políticos de la oposición auguran una guerra civil con estos sectores armados, bautizados como la guardia del régimen. Otros piensan que la sociedad venezolana, por tradición, no aceptaría ni fomentaría una guerra entre ciudadanos. Una certe­za más para destacar es que estos civiles tienen armas, poco entrenamiento militar y mucho que perder en un gobierno de la oposición como para desentender­se de su futuro. La incertidumbre está en el destino de estos civiles armados y su relación con las Fuerzas Armadas o con un gobierno de transición.
PARA LA OPOSICIÓN NO HAY FUTURO SIN UNIDAD
Desde la oposición, la unidad debe ser la columna vertebral de la transición. Pero ¿por cuánto tiempo los políticos opositores la man­tendrán si lo que los une –Chávez­ está cada vez más debilitado o ya no está? Los políticos opo­sitores buscan la clave en la Concertación chile­na. La transición en el país andino tuvo ciertos aspectos destacables que es necesario recordar. Pinochet perdió el referéndum en 1988 y tuvo que iniciar la transición democrática. Si el can­didato de la Unidad gana en octubre de 2012, Chávez debería acatar el resultado de esas elec­ciones y podría iniciarse una transición a la chi­lena. La gobernabilidad se alcanzó gracias a no revisar el pasado dictatorial. En reuniones con políticos opositores venezolanos quedó claro que muchos de ellos estarían dispuestos a olvi­dar el pasado con el fin de apartar a Chávez y su Revolución Bolivariana del poder. La Uni­dad parece dispuesta a respetar muchos de los planes del Gobierno: todos coinciden en que las Misiones –planes asistenciales impulsados por el presidente Chávez ­son perfectibles pero intocables. Asimismo, un gobierno de la Uni­dad debería trabajar con las Fuerzas Armadas para lograr que re­encuentren su lugar y presti­gio en la sociedad venezolana.
En la transición chilena, Pinochet mantuvo una cuota de poder importante y los sucesivos gobiernos de la Concertación optaban por igno­rarlo más que por colocarlo como un interlocu­tor político válido. Pero Chávez no es Pinochet y las acusaciones al mandatario venezolano, aún aquellas que afirman persecuciones a opositores políticos, no pueden compararse a la sistemática violación de derechos humanos de la dictadura chilena. Asimismo, es posible que sus seguido­res reaccionen si su líder es denostado por el nuevo gobierno y que sectores de las Fuerzas Armadas también sean capaces de defenderlo. Por lo tanto, un gobierno de la Unidad tendrá que aprender, y mejorar, de la cautela que tuvo la Concertación chilena. Por eso, muchos políti­cos comienzan a pensar que un político maduro, sereno y dialogante podría ser más adecuado en este momento, en lugar de jóvenes deseosos de desarmar rápidamente las estructuras chavistas. Algunos políticos y analistas creen que líderes al estilo de Patricio Aylwin o Adolfo Suárez son capaces de conducir transiciones complejas sin confrontaciones directas con el pasado reciente.
La unidad de la oposición, como ya afirmamos, será clave para garantizar la gobernabilidad en un escenario post-Chávez y la pregunta es si serán capaces de mantenerse unidos cuando él ya no esté. En una de las entrevistas realizadas el pasado octubre en Caracas, uno de los líderes opositores sintetizaba “Chávez es lo que nos une, tanto a la oposición como a los chavistas”. ¿En una transición sin Chávez, se podrá evitar una fragmentación de los actores políticos cruciales –opositores, chavistas y Fuerzas Armadas- que produzca una lucha descarnada por el poder? Nuevamente el recuerdo de la Argentina post-Perón de 1974 indica que la unidad debería ser priorizada.
Pero todos estos escenarios dependen de un solo actor y sus pasos hacia las elecciones. Aunque a Chávez le cueste aceptarlo, su enfermedad le restó protagonismo y son las Fuerzas Armadas las que tienen la llave de la transición. En sus 12 años de Gobierno, Chávez creó un monstruo: unas Fuerzas Armadas autónomas y disciplinadas que se convirtieron en un actor preponderante y crucial de la revolución bolivariana. Su actitud frente a la posible división del PSUV, el  resultado de las elecciones primarias y de las generales de 2012 es fundamental para determinar hacia dónde camina la transición venezolana.
LOS TEMAS DE LA TRANSICIÓN
En términos políticos, la agenda de la transición no será difícil de construir. El asistencialismo de las Misiones se ha convertido en una necesidad. Los planes sociales de Chávez han sido efectivos y paliativos, pero está claro que no han podido solucionar la pobreza en Venezuela. Un gobierno de la oposición debe continuar con las Misiones a la vez que reconstruye los servicios públicos y la infraestructura estatal. La violencia urbana, el tráfico de armas en los barrios más pobres de Caracas, la crisis energética en el interior del país y la educación son los temas que los políticos de la
oposición consideran centrales en la era post-Chávez. Cada uno de estos asuntos producirá perdedores y en  consecuencia, reacciones y tensiones que debilitarán a la coalición.
La política exterior será un tema más difícil. La mayoría de los políticos opositores son proclives a afirmar que un gobierno de la Unidad respetará los acuerdos internacionales firmados ya que son políticas de Estado que no pueden cancelarse inmediatamente. Pero nadie se atreve a conjeturar hasta cuándo se respetarán. Desde 2005 Venezuela sostiene Petro Caribe que es un Acuerdo de Cooperación Energética con un trasfondo solidario que implica el suministro de petróleo a precios bajos y con facilidades de pago. El principal promotor de este acuerdo es Venezuela ya que Petro Caribe está integrado por pequeños países e islas caribeñas. Esta política respondía a un objetivo de construcción de poder regional que afianzara el poder interno de Chávez.
La estrecha relación entre Chávez y los Castro le ha dado a Cuba un respiro económico pero un gobierno de la Mesa de la Unidad es probable que no garantice la continuidad de la relación, con el consiguiente efecto sobre el futuro político de los Castro y de Cuba. La Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) también podrá ver tambalear su futuro ya que, sin duda, Chávez ha sido su más ferviente promotor y los beneficios de la asociación han sido muy limitados. Otras relaciones especiales como las establecidas con Irán o Rusia podrán ir desvaneciéndose sin demasiados costes para el nuevo gobierno. Una certeza adicional es que la desaparición física o política de Chávez tendrá consecuencias internas y también regionales, especialmente para aquellos países que abrazaron la ideología chavista y se beneficiaron de las dádivas bolivarianas, mientras que para la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), el debilitamiento del ALBA serviría para reforzar su papel subregional. Se puede esperar que el papel regional e internacional de Venezuela se vaya re-escribiendo gradualmente.
La oposición tiene la posibilidad en este próximo año de prepararse para gobernar con estrategias que contemplen los logros de Chávez e intenten revertir sus fracasos. Desconocer y desarmar los éxitos sociales mostraría nuevamente la ceguera política que la oposición tuvo hasta hace pocos meses atrás. También será difícil, si no imposible, desatar todos los nudos que relacionan a sectores económicos y militares con las rentas del Estado venezolano. El gobierno de la Unidad no modificará la mentalidad estatista y proteccionista que predomina en la sociedad venezolana. Lo que sí podrá alterar es la improvisación que caracterizó al chavismo en los años de Gobierno. Uno de los líderes entrevistados en Caracas lo explicó con mucha claridad: “El Gobierno de Chávez más que un gobierno ha sido un operativo. Si el  problema hoy es energía eléctrica, pongamos baterías; si mañana el problema son los hospitales, intervenimos
hospitales; si pasado mañana los problemas son las prisiones, inventamos un ministerio. Todo es un operativo. Chávez es un gran comandante de operaciones.”
EL VIEJO PROBLEMA LATINOAMERICANO DE MILITARES Y CIVILES
Chávez, como Perón o Pinochet, nunca ha deja­do de ser un militar. De ahí que Venezuela tenga una democracia participativa, bolivariana y mili­tarista. Perón ignoró el futuro político del país que gobernaba, dejó a su esposa –profundamente inepta ­en el poder y a su partido sumido en luchas armadas. Su legado fue el golpe militar de 1976. Pinochet controló y limitó la transición hasta que fue detenido en Londres y gradualmen­te perdió el control de las Fuerzas Armadas hasta que le llegó la muerte. Su legado fue una transi­ción controlada que a corto y a largo plazo ayudó a la Concertación a alcanzar una significativa gobernabilidad democrática.
El legado de Chávez, intocable en el corto plazo, está relacionado con las Misiones que fueron el mecanismo de inclusión de millones de ciudada­nos históricamente olvidados y el poder y el uso político de las Fuerzas Armadas. Es impensable imaginar un escenario donde los militares se ale­jen de los asuntos políticos y económicos y no impongan parte de la agenda política. La gran certeza que no se puede ignorar es: las Fuerzas Armadas serán las que dispongan, autoricen y garanticen el grado de gobernabilidad del próxi­mo gobierno. Aunque a Chávez le cueste admitir­lo, la transición se avecina y él ya no detenta el mismo protagonismo.
La comunidad internacional no puede desconocer los cambios políticos que surgieron con el anun­cio de la enfermedad del presidente Chávez. Es imprescindible analizar el papel de las Fuerzas Armadas porque pueden ser garantes de una tran­sición democrática o promotoras de escenarios violentos y golpistas.
Rut Diamint y Laura Tedesco son Directoras del proyecto Liderazgo, renovación y prácticas políticas en América Latina.

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