Carlos Delgado
Tengo dieciocho hijos: uno inteligente, otro bruto, uno hermoso, otro feo, uno atleta, otro minusválido, uno mujeriego, otro gay, uno bueno, otro malandro, uno cristiano, otro ateo, uno sincero, otro mentiroso, uno trabajador, otro ocioso, uno bien hablado, otro grosero, pero todos viven en armonía aunque, a veces, la Corte Suprema (mi mujer, y madre de todos ellos) no está de acuerdo con mis decisiones respecto a ellos; tampoco a la Asamblea, constituida por todos ellos, le agrada la forma ejecutiva como gobierno la casa pero al final, después de grandes discusiones, llegamos a un consenso satisfactorio para todos, al extremo de que celebramos todos los buenos resultados y enmendamos los malos. De ellos, seis son mujeres y doce son hombres, bueno...con excepción de uno de ellos.
Algunos de los muchachos llegaban más tarde que otros a la casa pero no hacían bulla al llegar, otros comían más que otros y a algunos les gusta vestir mejor. A todos traté de complacerlos pero basado en reglas de comportamiento que no infrinjieran la moral del grupo familiar, a pesar del gay, a quien se le sigue respetando su condición.
Cuando todos se hicieron adultos, me encontré con que algunos no tuvieron completa escolaridad, otros obtuvieron PhD's, algunos trabajan como obreros y otros son dueños y altos gerentes de empresas privadas y públicas. Hay uno que se metió a la política y ha intentado convencer a sus hermanos con su ideología, dos o tres de ellos le creen pero los demás se oponen a sus pensamientos. Todos colaboran con el hogar paterno-maternal, ahora que estoy jubilado y no puedo costear todas mis medicinas y algunos gustos medio burgueses. Algunos compran ropa en El Cementerio y otros en el Sambil de Chacao, incluso, dos de ellos van a París y New York a comprar ropa de marca.
Hoy en día, viven en diferentes sitios, uno en Cartanal, otro en Carapita, otro en Catia, otro en La Dolorita de Petare, dos en El Cafetal, otro en La Lagunita, uno en La Candelaria, otro en La Urbina, cinco en el interior del país, otro en la mejor urbanización de Madrid y el otro en San Francisco, el gay, por supuesto. Pero, todos los años nos reúnimos para festejar la Navidad y los cumpleaños, el mío y el de su mamá. Afortunadamente, todos se ayudan entre sí, a veces el que vive en Cartanal, que es plomero, le arregla las cañerías al que vive en La Lagunita y no le cobra nada aunque su hermano insiste en pagarle. Los que viven en El Cafetal son profesores y le dan clases a sus sobrinos, gratuitamente. El que vive en Nueva York, cada vez que viene, trae regalos para todos y, después de casi 20 años de residencia en esa ciudad, nos ha llevado a todos a visitarla, pagando él todos los gastos, ya que es un experto en materia financiera y gana mucha plata. Hay uno que es científico y, casi siempre, nos hace reír con sus teorías y excentricidades. Los que viven en el interior se dedican a diversas actividades, hay un par de industriales, un ganadero, un médico y un empleado público.
Lo mejor de todo es que todos se casaron con parejas muy disímiles en carácter, condición social y raza, al extremo de que tengo unos nietos negritos, unos árabes, unos gringuitos y otros protugueses. El de NY se casó con la hija de un político republicano que tiene mucha plata. El que está en política llegó a ser alcalde de su municipio pero renunció porque no aceptó sobornos para que aprobara un proyecto de infraestructura que iba en contra de los intereses de la comunidad. El ateo y el seminarista nunca pelean por cuestiones religiosas, más bien, hablan de filosofía, del origen de las especies, de Santo Tomás y Marx.
Nunca le di a ninguno más que al otro excepto cuando merecían un premio por una labor extraordinaria. Sus parejas son, aún, más disímiles que ellos, incluso algunas no me caen muy bien pero compartimos la mesa, los regalos y los abrazos. De mis nietos, no sé decirles a cuál más quiero, si al más tremendo o al más tranquilo, al más amoroso o al más distante, al más inteligente o al más brutico. A la hora de la verdad, todos son iguales para mí y para mi Corte Suprema. Cada día, las votaciones en la Asamblea se hacen más complejas ya que los problemas y puntos a tratar no son tan sencillos como antes; de todas maneras, cada uno de ellos se asesora muy bien, incluyendo a los chicuelos y algunos de sus amiguitos que se cuelan en casa. La cosa se pone color de hormiga cuando vienen los suegros y los cuñados de mis hijos; tengo que aceptarlos a todos en casa y, aunque no cabemos ni hay suficiente, compartimos el mismo caldo, aunque siempre hay refuerzos de arepas, queso telita, faisán, pollo mareado, pizzas, encurtidos variados y, nunca, falta una cervecita aunque algunos de mis hijos beben ron, something, etiqueta y hasta 21 años.
Bueno, quería contarles la historia de mi familia para que transmitan esta experiencia a vuestros familiares y amigos. Actualmente, estoy preocupado porque, muy cerca de mi casa, se mudó un nuevo vecino, militar, que se la echa de cuatriboleado y está echando a perder el espíritu ciudadano que nos ha caracterizado. Hay que estar mosca porque puede contaminar el ambiente y romper la armonía, aunque a lo pobre, con que hemos vivido, después de 40 años de trabajos forzados.
Tengo dieciocho hijos: uno inteligente, otro bruto, uno hermoso, otro feo, uno atleta, otro minusválido, uno mujeriego, otro gay, uno bueno, otro malandro, uno cristiano, otro ateo, uno sincero, otro mentiroso, uno trabajador, otro ocioso, uno bien hablado, otro grosero, pero todos viven en armonía aunque, a veces, la Corte Suprema (mi mujer, y madre de todos ellos) no está de acuerdo con mis decisiones respecto a ellos; tampoco a la Asamblea, constituida por todos ellos, le agrada la forma ejecutiva como gobierno la casa pero al final, después de grandes discusiones, llegamos a un consenso satisfactorio para todos, al extremo de que celebramos todos los buenos resultados y enmendamos los malos. De ellos, seis son mujeres y doce son hombres, bueno...con excepción de uno de ellos.
Algunos de los muchachos llegaban más tarde que otros a la casa pero no hacían bulla al llegar, otros comían más que otros y a algunos les gusta vestir mejor. A todos traté de complacerlos pero basado en reglas de comportamiento que no infrinjieran la moral del grupo familiar, a pesar del gay, a quien se le sigue respetando su condición.
Cuando todos se hicieron adultos, me encontré con que algunos no tuvieron completa escolaridad, otros obtuvieron PhD's, algunos trabajan como obreros y otros son dueños y altos gerentes de empresas privadas y públicas. Hay uno que se metió a la política y ha intentado convencer a sus hermanos con su ideología, dos o tres de ellos le creen pero los demás se oponen a sus pensamientos. Todos colaboran con el hogar paterno-maternal, ahora que estoy jubilado y no puedo costear todas mis medicinas y algunos gustos medio burgueses. Algunos compran ropa en El Cementerio y otros en el Sambil de Chacao, incluso, dos de ellos van a París y New York a comprar ropa de marca.
Hoy en día, viven en diferentes sitios, uno en Cartanal, otro en Carapita, otro en Catia, otro en La Dolorita de Petare, dos en El Cafetal, otro en La Lagunita, uno en La Candelaria, otro en La Urbina, cinco en el interior del país, otro en la mejor urbanización de Madrid y el otro en San Francisco, el gay, por supuesto. Pero, todos los años nos reúnimos para festejar la Navidad y los cumpleaños, el mío y el de su mamá. Afortunadamente, todos se ayudan entre sí, a veces el que vive en Cartanal, que es plomero, le arregla las cañerías al que vive en La Lagunita y no le cobra nada aunque su hermano insiste en pagarle. Los que viven en El Cafetal son profesores y le dan clases a sus sobrinos, gratuitamente. El que vive en Nueva York, cada vez que viene, trae regalos para todos y, después de casi 20 años de residencia en esa ciudad, nos ha llevado a todos a visitarla, pagando él todos los gastos, ya que es un experto en materia financiera y gana mucha plata. Hay uno que es científico y, casi siempre, nos hace reír con sus teorías y excentricidades. Los que viven en el interior se dedican a diversas actividades, hay un par de industriales, un ganadero, un médico y un empleado público.
Lo mejor de todo es que todos se casaron con parejas muy disímiles en carácter, condición social y raza, al extremo de que tengo unos nietos negritos, unos árabes, unos gringuitos y otros protugueses. El de NY se casó con la hija de un político republicano que tiene mucha plata. El que está en política llegó a ser alcalde de su municipio pero renunció porque no aceptó sobornos para que aprobara un proyecto de infraestructura que iba en contra de los intereses de la comunidad. El ateo y el seminarista nunca pelean por cuestiones religiosas, más bien, hablan de filosofía, del origen de las especies, de Santo Tomás y Marx.
Nunca le di a ninguno más que al otro excepto cuando merecían un premio por una labor extraordinaria. Sus parejas son, aún, más disímiles que ellos, incluso algunas no me caen muy bien pero compartimos la mesa, los regalos y los abrazos. De mis nietos, no sé decirles a cuál más quiero, si al más tremendo o al más tranquilo, al más amoroso o al más distante, al más inteligente o al más brutico. A la hora de la verdad, todos son iguales para mí y para mi Corte Suprema. Cada día, las votaciones en la Asamblea se hacen más complejas ya que los problemas y puntos a tratar no son tan sencillos como antes; de todas maneras, cada uno de ellos se asesora muy bien, incluyendo a los chicuelos y algunos de sus amiguitos que se cuelan en casa. La cosa se pone color de hormiga cuando vienen los suegros y los cuñados de mis hijos; tengo que aceptarlos a todos en casa y, aunque no cabemos ni hay suficiente, compartimos el mismo caldo, aunque siempre hay refuerzos de arepas, queso telita, faisán, pollo mareado, pizzas, encurtidos variados y, nunca, falta una cervecita aunque algunos de mis hijos beben ron, something, etiqueta y hasta 21 años.
Bueno, quería contarles la historia de mi familia para que transmitan esta experiencia a vuestros familiares y amigos. Actualmente, estoy preocupado porque, muy cerca de mi casa, se mudó un nuevo vecino, militar, que se la echa de cuatriboleado y está echando a perder el espíritu ciudadano que nos ha caracterizado. Hay que estar mosca porque puede contaminar el ambiente y romper la armonía, aunque a lo pobre, con que hemos vivido, después de 40 años de trabajos forzados.
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