Rafael Gallegos
EL RIÑÓN DE DON CIPRIANO
El afamado Doctor Israel, se negó a venir a Venezuela. Los
deslenguados le decían que si la operación salía mal, lo podían hasta matar. El
Cabito tendría que operarse en el extranjero.
Ese riñón. Maltratado por el brandy y las rumbas. Castro podía
parafrasear a Andueza: lo bueno del poder es que la cacería se para en la punta
de la escopeta. La adulancia lo convirtió en el rey de los virgos.
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Que vigoroso
es mi general
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Más que el
Libertador
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Claro
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Esta
muchachota, es para el general
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Virguito
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Nuevecita
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Y ésta y
ésta y ésta
Lo mejor de lo mejor para mi general. Pero el riñón, comenzó a supurar
y aguó la fiesta. Castro dejó en la
presidencia a su compadre Juan Vicente. Éste había superado todos los peines
que le había puesto, con mucho éxito. Y misia Zoila – que se metía en
política- le decía a su marido que ese era
hombre para cuidarle el coroto.
-
Además
Cipriano, el compadre tiene unas manos para capar gatos… parece un cirujano alemán-
recalcaba misia Zoila
Gómez ponía su mejor cara de puchero y conmovía a Castro. “No se vaya
compadre, que el país sin usted se acaba”, “quédese compadre”, y las lágrimas,
rodaban por los cachetes.
Don Cipriano se fue a operar a
Alemania. El barco, hubiera podido flotar en el lagrimero de sus adláteres ese 24
de noviembre de 1908. Y aunque usted no lo crea, los llorones, eran los mismos que lo tumbarían 23 días después.
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Me voy por
pocos días – decía el Cabito.
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Pronto
regreso mi general, que la patria (también tenían patria) sin usted no tiene
sentido- coreaba la multitud de jaladores.
-
Traten a
Juan Vicente como si fuera yo- y le tomaron la palabra al pie de la letra.
Con el vapor, arrancó la conspiración. A Don Cipriano, además del brandy y
los arribistas de siempre, le pasaba factura su digna posición ante el
caso del lago Guanoco, o frente al cañoneo de las costas por parte de las
potencias europeas. Porque como dice Poleo, los imperios existen y son malos.
Por ello cuando el Canciller Paúl, mandado por Gómez, solicitó a través
de la Embajada de Brasil, ayuda para tumbar a Don Cipriano, los norteamericanos
colocaron en el acto, cuatro barcos
frente a nuestras costas. Porsiacaso…
Castro salió bien de la operación… pero muy mal del viaje.
Entre sus compañeros de travesía, iba el famoso Pio Gil, escritor de “Los Felicitadores”, libro emblemático lleno
de cartas y proclamas de jaladores que le recordaban al Cabito, que era más grande que
el Libertador. Y él se lo creía. Tanto, que se volvió creyón.
Más nunca pudo regresar a Venezuela.
¿TÚ
TAMBIÉN HIJO MÍO?
Coincidencias, ¿astrológicas?; pero exactamente 40 años de después del
viaje de Cipriano Castro, Rómulo
Gallegos fue derrocado. Y el jefe del golpe era el Ministro de la Defensa, Carlos
Delgado Chalbaud.
Éste había sido acogido durante el exilio gomecista, por Don Rómulo y
Doña Teotiste, en su casa de Barcelona, España. Se hicieron grandes amigos.
Aunque los 27 años de diferencia, hacen presumir más bien una relación
padre-hijo.
Tal vez el Gallegos, imitó a Julio César y le dijo al faccioso nuevo Presidente:
¿Tú también hijo mío?
Todo el período del llamado
trienio adeco, estuvo lleno de
conspiraciones. La del 24 de noviembre dejaba a Delgado como presidente de la
Junta, integrada además por Pérez Jiménez y Llovera Páez.
Se llenaron las cárceles de presos, inicialmente miembros del Gabinete
y parlamentarios adecos. Los opositores de la época pedían desesperadamente
asilo en las embajadas. Miles de venezolanos fueron exiliados. En las
tenebrosas islas de Guasina y Sacupana padecieron
cientos de opositores al régimen. La persecución, la tortura y el asesinato
político estuvieron a la orden del día. Con el tiempo surgiría el terrible Pedro Estrada. El golpe a Gallegos
inició diez años de oscurantismo, que no debemos olvidar los venezolanos.
Cierto que en ese período se hicieron muchas obras de infraestructura,
pero…. ¿era necesario que cada ladrillo tuviera como contrapartida una víctima
del régimen? No, definitivamente, no.
Luego, Delgado resultó incómodo. Secuestrado y asesinado en noviembre
de 1950. Para justificarse, la autocracia convocó a elecciones. Comenzó el
conteo perdiendo, mudaron la sede del escrutinio para los cuarteles y, milagro
de milagros, ganaron los militares.
Puro fraude. A los ganadores los invitaron a Miraflores, luego los
montaron en un avión. La dictadura de Pérez Jiménez se mantuvo entre dos fraudes.
Que viva mi general, gritaban los mismos jaladores que aplaudieron
hasta el llanto a Castro, hasta que arrancó el barco. La historia se repite
hasta que los pueblos la
aprenden.
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