Gustavo Coronel
Cerezos en Washington DC: una fiesta para la vista.
Desde
que llegué a residenciarme en el Estado de Virginia, USA, hace ya 10
años, he estado viviendo mi sueño: ser un buen ciudadano. Quienes vienen
a vivir en USA persiguen objetivos muy diferentes: riqueza,
tranquilidad, éxito profesional, hasta fama. Hay quienes se contentarían
con los 15 minutos de notoriedad que, según Andy Warhol, todos tenemos
una vez en la vida. Yo llegué aquí a vivir como un buen ciudadano. En
Venezuela permanecí hasta 2003 tratando de vivir como tal: pagando mis
impuestos, las facturas de luz, agua, etc, obedeciendo las leyes y
regulaciones del país, cooperando con mis vecinos para mejorar la
comunidad, haciendo lo que hacen los seres civilizados en una sociedad
civilizada. Esto me resultó sumamente difícil. El ambiente no me dejaba.
No podia concretar mi aspiración de ser un buen ciudadano. Peor aun, mi
indignación me estaba inclinando a la violencia. En una ocasion amenazé
a Eleoccidente, en Tocuyito, con pegarle fuego a la oficina si no
mejoraban el servicio. En ese momento comprendí que tenía que irme del
país si no quería convertirme en un salvaje.
A
partir de 1999 Venezuela se sumergió progresivamente en el caos y la
anomía, esa carencia de normas civilizadas que caracteriza a una
sociedad en desintegración. La vida del venezolano se fué convirtiendo
en un diario ejercicio de sobrevivencia, sin tiempo para el cultivo de
los anhelos y los sueños de ser mejor, a los cuales los seres humanos
tienen derecho.
Emigré a los Estados Unidos buscando una manera diferente de vivir y la he encontrado. No soy un exiliado del gobierno, nadie me obligó a ausentarme de Venezuela, simplemente un venezolano quien tomó la decisión de vivir en libertad. Hoy soy un miembro más de esta inmensa sociedad estadounidense y me deleito con las pequeñas cosas que los nativos dan por sentado y algunos hasta han dejado de apreciar. Salgo a caminar por la mañana sin tener que usar un bastón para defenderme de los perros del vecino y sin temor a enfrentarme con posibles asaltantes. Los pájaros que encuentro en el camino no vuelan despavoridos, ya que están acostumbrados a que nadie les haga daño. Regreso a casa a bañarme y… el agua fluye de la ducha. He olvidado lo que es un apagón y tengo 10 años sin ver una cucaracha. Espero el bus a la puerta de mi casa y sé que pasará a la hora señalada. A veces soy el único pasajero a bordo y el conductor me saluda porque somos amigos. Esta es una vida eminentemente predecible, un concepto lamentablemente ausente en nuestra Venezuela, donde uno no sabe si el bus pasará algun día, si se parará para dejarnos subir a bordo, si se accidentará en el camino o será asaltado por delincuentes.
Como
ciudadano preparo mi declaración de impuestos, la envio por Internet y
pago o recibo un reembolso. Recibir un reembolso del gobierno es una
experiencia que jamás había tenido. Las cuentas se pueden pagar por
Internet y el correo siempre llega a su destino.
La palabra mágica en esta sociedad es Confianza.
En Venezuela tuve una cuenta en el mismo banco por más de 30 años y
cuando quería hacer una transacción que no fuera rutinaria, como enviar
una transferencia o hacer efectivo un cheque contra otro banco, tenía
que probar, una y otra vez, que no era un malhechor. Hace algun tiempo
me encontré sin efectivo en California, en Diysnelandia, y fuí a cambiar
un cheque contra mi banco de Washington. El cajero, vestido de ratón
Miguelito, me lo pagó sin chistar. Confió más en mi que el banco en el
cual tuve una cuenta por 30 años.
Manejar
aquí es un placer. Me paro en luz roja sin temor a que me asalten y sé
que, cuando se ilumine la luz verde, ella durará lo suficiente para que
yo pueda pasar. No hay angustias ni gente atravesada. El sistema me
permite ser cortés con otros conductores y ello genera cortesía de
regreso. En general, la gente es cortés y solícita. Esta actitud
colectiva me recuerda un poema de W.H. Auden: “the points of light flash
out wherever the just exchange their messages”, los puntos de luz se iluminan cada vez que los justos intercambian sus mensajes.
Es posible vivir modestamente y
disfrutar, al mismo tiempo, de un alto nivel de calidad de vida. Tener
dinero es importante pero la sociedad ofrece disfrute a bajo costo:
conciertos, paseos en bellos parques, eventos culturales, centros de
reflexión (Think Tanks), transitar por las carreteras en la inmensidad
del país, con hoteles y restaurantes de precios módicos.
Cada pequeña ciudad o pueblo tiene sus festividades y su personalidad
propia y el turismo interno es rico en ofertas.
Eso
sí, procuremos no enfermarnos! Ese es el único aspecto en el cual
pudiera estar mejor en mi país, ya que allá existe frecuentemente una
estrecha relación médico-paciente con médicos amigos, en lugar de la
relación bastante impersonal que suele existir en USA. Sin embargo, esto
está cambiando en USA, gracias al influjo de médicos latinoamericanos.
Mi médico aquí es Venezolano y es mi amigo.
En
USA un plomero, un agricultor o un ingeniero tienen similar acceso a la
cosas básicas de la vida: un auto, una educación para los hijos, un
hogar, viajar. Por supuesto, el auto frecuentemente no es el
mismo pero los transporta de A a B sin problemas. Hay pocas cacharras
en la vía. Ser propietario es fácil gracias al acceso al crédito
bancario y las bajas tasas de interés. La inflación es muy baja. Cuando
llegué hace 10 años el kilo de papas costaba más o menos lo que cuesta
hoy en día y siempre hay papas de excelente calidad. Un buen auto nuevo
se puede comprar hoy en $20.000 sin cuota inicial, aunque también los
hay de $300.000 y más (como el Lamborghini que chocó el hijo de
Eudomario Carruyo, Director de PDVSA en el momento). Es
posible comprar una casa para pagarla en 30 años. Lo usual es obtener un
préstamo bancario, pagar la casa de contado y pagarle al banco.
Aquí
he podido hacer labor social, actividad que es aun relativamente rara
en Venezuela. Tengo 800 horas de trabajo voluntario en un hospital que
es uno de los 20 mejores de los Estados Unidos y he aprendido muchísimo
sobre su funcionamiento, sobre la calidad de la medicina en este país, así como acerca de la filosofía de la vida del estadounidense, como encara la enfermedad y como actúa en los momentos de gran tensión.
Sorprendentemente
existen estadounidenses insatisfechos con la vida en su país. Los
jóvenes tienen que trabajar duro, ahorrar para el futuro, hay
frustración, infelicidad, temores. Muchos no aprecian lo que tienen. He
encontrado a bastantes latinoamericanos en USA que me hablan de lo “mál
que se vive aquí” y de su gran deseo de “regresar a sus países”. Sin
embargo, no lo hacen, por lo cual sospecho que no son sinceros. Como en
todo país de mucha población hay casos de violencia irracional que
cobran víctimas inocentes. Sin embargo el índice de seguridad personal
es infinitamente superior al venezolano. En USA hay 3 muertes violentas
por cada 100.000 habitantes. En Venezuela hay casi 60 muertes violentas
por cada 100.000 habitantes y ese índice es mucho peor en Caracas, donde
puede llegar a 100 muertes violentas por cada 100.000 habitantes.
Yo
creo que ya nunca regresaré a vivir en Venezuela. A mi edad, 80 años, y
en las condiciones del país, las cuales no cambiarán apreciablemente en
el corto plazo, no tengo mucho incentivo para el retorno. Si
me hubiera quedado allá ya estaría muerto porque el choque psicológico
diario entre el país que veía y el que yo quería tener era terrible.
Aunque fisicamente ausente de Venezuela, no lo estoy espiritualmente y
hago esfuerzos para acelerar el retorno de mi país a la normalidad
democrática y a la senda del desarrollo. Me gustaría regresar de visita a
ver a mis amigos y familiares y a recorrer de nuevo las vias andinas
que tanto disfruté, pero no siento la angustia de la ausencia. Tengo
memorias de la Venezuela amable que conocí para todo el resto de mi
vida.
He encontrado la felicidad y la oportunidad de vivir modesta y civilizadamente en un bello rincón del Estado de Virginia, en los Estados Unidos. Ojalá que algun día mis compatriotas puedan vivir de igual manera, practicando el don más hermoso que pueda tener miembro alguno de una sociedad: la buena ciudadanía activa, la felicidad de ser miembro de una sociedad laboriosa que sonríe.
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