Rafael Gallegos
La literatura
latinoamericana asombró al mundo con aquello del realismo mágico. O sea, una
realidad aderezada por las leyes de la magia. Podía suceder cualquier cosa y
ser rigurosamente cierto. Como cuando Dolores la bella, transparentada, voló al cielo impulsada por el aleteo de unas sábanas. O cuando el Mackandal
de “El Reino de este mundo” se transformó en mariposa y sólo lo podían observar
los esclavos, o los iniciados en el vudú. O cuando Presentación Campos, de Las
“Lanzas coloradas”, a punta de resentimiento, se transformó y mató a sus
antiguas amas blancas.
El éxito de esta literatura
obedece a que los latinoamericanos somos seres acostumbrados a vivir con un gigantesco
toque de irrealidad. En un mundo donde lo probable o lo improbable es sustituido
por la incertidumbre. Un mundo donde los milagros de última hora pueden
transformarlo todo. Hasta lograr la salvación del alma, luego de una vida llena
de desatinos, si nos arrepentimos.
Tal vez ello sea reflejo
del arrebatón que nuestros abuelos
españoles les hicieron a nuestros abuelos indígenas. Los apartaron de sus
familias y les pedían productividad en las haciendas. El indio dijo sí y hacía
que trabajaba, lo que no importaba mucho, porque el encomendero… hacía que le
pagaba. La propia comedia de las equivocaciones. La flojera fue la venganza del
indio.
Bajo amenazas de los
eternos fuegos del infierno, los bautizaban y ellos decían amén mientras
seguían adorando a sus viejos ídolos.
La igualdad prehispánica desaparecía
y quedaba supeditada a una sociedad
dividida, cual guacamayas, por colores. Así éramos españoles blancos,
mestizos beiges, indios marrones...
… y luego los negros,
recogidos a la fuerza en sus patrias africanas y amontonados en barcos –
deberían pagarnos regalías a sus descendientes por el invento de la sardina en
lata- para ser vendidos como esclavos de acuerdo a su tamaño, sus dientes, su
edad, su fuerza… Ah! y nada valía más que una negra virgen.
LA
MAGIA DE LAS REVOLUCIONES
Así nos transformamos en
pueblos amantes de las “revoluciones”. Como la famosa marca ACME del
correcaminos, todo movimiento político que se respetara había que “marcarlo”
revolución. No importaba que no aportara soluciones. Sólo que luchara contra la
injusticia. Tipo Robin Hood, repartir lo de los ricos entre los pobres. ¿Y
después qué? … Dios proveerá.
Como la de Revolución de Boves,
que encantó a la mayoría de los venezolanos, que lo seguimos como a ningún otro
caudillo. Si no hubiera muerto en Urica habría
sido Presidente de la República, o Rey, e institucionalizado el
resentimiento, las violaciones, las decapitaciones, las invasiones a las
haciendas de la época.
Luego la Revolución Federal de Zamora, que en nombre de
la igualdad quemó tres veces Barinas; la Revolución Azul de Guzmán Blanco,
autócrata adueñado del país por casi veinte años; la Revolución Legalista de
Crespo, para sacar al continuista Andueza
que quería quedarse cuatro años y él… se quedó seis; la Revolución
Restauradora de Castro, que no restauró nada; la Revolución Rehabilitadora de Gómez, 27 años de
represión; la Revolución de Octubre de la increíble alianza Betancourt-Pérez
Jiménez; hasta llegar a … la Bolivariana. ¡Cómo nos gusta una revolución!
Acabemos
con la injusticia – grita el vulgo. ¿Y
cómo implantamos la justicia? – pregunta un desadaptado. No preguntes
tonterías... abajo la injusticia, que viva el mesías. Tengo hambre… siguen
diciendo los niños de todas las épocas, mientras los mesías, invariablemente se
transforman en falsos profetas.
Pero ninguna revolución ha
destruido al país de manera tan estratégica como la que padecemos. La industria
petrolera, la del hierro, del aluminio. El alma nacional, con su corazón
“partío”. Las zonas industriales de Aragua, Carabobo o Guayana. Puro erial. La
agricultura… cuatro millones de hectáreas
invadidas y amontonadas. O la licuefacción de las instituciones (al son cubano de jugo, zumo, hugo). Puro copiar el paraíso
socialista cubano… que dicen los deslenguados que tiene prohibidos los astilleros, porque con tanto barco, se fugaría…
hasta Raúl.
¿Nos habremos acostumbrado
a la incertidumbre? ¿A estar adivinando las características de la enfermedad
del Presidente? ¿A tolerar la pobreza de un gobierno que sólo insulta y NO
OFRECE UNA SOLA IDEA PARA SUPERAR ESTA CRISIS? ¿Alguien puede asegurar que Cuba y
Venezuela son dos estados independientes? ¿Quién será el candidato del gobierno?
¿Cuándo llegue el lobo, que llegará, alguien preguntará bobamente si había
lobo?
Nos hemos convertido en la
república de los rumores en plena era de la información. En nuestras manos está
entrar en el siglo XXI al superar la autocracia, tal como entramos al siglo XX, al final de Gómez.
Sin demagogia, con solidaridad, democracia y productividad. HAY UN CAMINO. Usted
escoge. Ah! y… abajo los chimes.
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