Eddie Ramirez
La abstención electoral es una herramienta tan democrática como el votar. Sin embargo, para que se justifique debe haber una clara mayoría dispuesta a ejercer ese derecho y a desconocer a las autoridades electas por una minúscula minoría. En las pasadas elecciones parlamentarias una inmensa mayoría no votó, pero el liderazgo opositor no fue capaz de capitalizar esa decisión de los ciudadanos y, tácitamente, reconoció a los actuales parlamentarios.Hoy la situación es diferente pues, de acuerdo a las encuestas, la gran mayoría de los opositores y disidentes estamos dispuestos a votar. En este escenario no tiene sentido abstenerse, por muy en desacuerdo que se esté con algunos de nuestros candidatos, a sabiendas del ventajismo oficial y la no disimulada parcialización del CNE.
No es momento para dejarnos llevar por los sentimientos, ni por la molestia ante la desventaja en que nos coloca un régimen totalitario que controla todos los poderes y particularmente al electoral. La situación, por el contrario, impone un frío cálculo entre el costo y el beneficio que podamos pagar u obtener en los supuestos de votar o de no hacerlo.
Si votamos y nos roban el voto por el fraude oficialista facilitado desde el CNE, porque los partidos de la oposición no logran tener testigos en todas las mesas o no se recaban ni computen correctamente todas las actas, seguramente nos provoque una calentera más de las muchas que no han ocasionado las arbitrariedades del régimen y las inconsistencias de la oposición. Sin embargo, si votamos masivamente, estamos presentes en las mesas electorales y activos durante el conteo, dificultaremos las trampas y tendremos oportunidad de contar con gobernadores y alcaldes demócratas.
Si no votamos, ejercemos nuestro derecho a protestar por la poca transparencia de las elecciones. Sin embargo, con una abstención máxima de un 25% que reflejan las encuestas en este momento, no lograríamos darle ni un rasguño al régimen, menos una lección y tampoco deslegitimaríamos a ninguna autoridad electa del oficialismo. Por el contrario, esa abstención favorecerá la elección de candidatos chavistas.
Si alguien tiene dudas, que le pregunte a los zulianos y a los neoespartanos si les da igual perder esas gobernaciones hoy en manos de demócratas. ¿Acaso es lo mismo que en el Municipio Sucre contemos con un buen gerente como Carlos Ocariz o que siga imperando la delincuencia, la basura y los huecos en las calles si resulta electo Jesse Chacón, el ex ministro del Interior que no pudo o no quiso controlar la delincuencia y que será una continuación del desastre de papi-papi? ¿Acaso es lo mismo contar en la Alcaldía Mayor con Antonio Ledezma, quien ya demostró que es un buen administrador y que fue un graduado brillante en políticas públicas, que con un Aristóbulo que ha fracasado en su paso por la administración pública y que sólo se ha distinguido por su arrastrado jalamecatismo al teniente coronel? ¿Acaso es lo mismo que en Libertador gane un personaje que solo acumula odio y que es el artífice de las trampas en el CNE, que cualesquiera de los candidatos que ofrece el movimiento democrático, sea el inexperto Stalin o Claudio, el hombre que sólo aparece cuando hay elecciones? ¿Acaso es lo mismo que en Vargas gane un hombre joven, pero con mucha experiencia gerencial como Roberto Smith, que el trisoleado García Carneiro, personaje gris que sólo sabe adular?
Este es el razonamiento que los demócratas debemos aplicar en todas las gobernaciones y alcaldías. Si lo hacemos y calculamos el costo y el beneficio de abstenernos o de votar, llegaremos a la conclusión de que a pesar de los pesares, votar produce más beneficios que abstenernos. Desde luego que tendremos que seguir evolucionando para que nuestras elecciones sean como las recientes canadienses: sin la presencia de milicias inconstitucionales en los centros de votación, manuales y con resultados no amañados una hora y media después del cierre de las mesas.
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