Antonio Sánchez
García
A mi
amigo y compañero Oscar Pérez, desterrado
Más de un
millón de desterrados es el saldo de la canalla venezolana que nos desgobierna.
Pronto, mucho más pronto de lo que imaginan, esa canalla beberá también ella en
el cáliz del destierro. Conocerá entonces lo que significa escuchar llover en
otras lenguas.
.
“Afuera está nevando
en otro idioma”
“De todos
modos, mi canto
puede ser
de cualquier parte.
Pero
estas rotas raíces,
¡ay,
estas rotas raíces!”
Rafael
Alberti
Confieso un pecado que hace 40 años me hubiera parecido una intolerable
blasfemia: mientras más conozco y sufro los avatares del destino, tan estúpido a
veces como los hombres que los provocan, más admiro a los Estados Unidos. Si no
me equivoco es, junto a la Inglaterra imperial, de los poquísimos países que han
resguardado con sangre, sudor y lágrimas las raíces de sus nacionales. Conozco
personalmente a cientos de españoles, italianos, portugueses, alemanes, polacos,
rusos, chinos y a muchísimos más cientos de cubanos, argentinos, chilenos,
colombianos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos que arrastran por el mundo sus
rotas raíces. Hablo de los que conozco personalmente. Que en realidad, de los
que existen y dan su testimonio de tristeza y desesperación,
son millones y millones que se vieron obligados a ver nevar y
llover en otros idiomas y que murieron y seguirán muriendo sin terminar de echar
nuevas raíces en suelos extraños. Ni comprender del todo el lenguaje de la risa
y del llanto de sus propios hijos, paridos por ellos en donde han debido venir a
dejar sus huesos. Es, junto con los millones y millones de muertos o asesinados
de las guerras, una de las desgracias más dolorosas del pasado siglo que vivimos
y del que ahora mismo estamos viviendo. La innúmera ciudadanía del
destierro.
No he tenido la fortuna, que hubiera sido una desgracia para la
humanidad, de conocer un solo norteamericano que haya tenido que asilarse en
otro país porque en el suyo imperaba la tiranía y dominaban la persecución y la
injusticia. Así gran parte de los desterrados de este lado del mundo – crías de
la inefable izquierda marxista - los culpen de sus infortunios. Lo que no obsta
para que cubanos, colombianos, ecuatorianos, argentinos y ahora una grande y
dolorosa cantidad de venezolanos corran a refugiarse en su regazo. Quinientos
años de historia y más de dos siglos de autonomía y democracia estrictamente
institucional – con una sola Constitución y algunas enmiendas – han logrado el
milagro de que la justicia, el orden y la estabilidad no hayan sido
interrumpidas sino durante los graves sucesos de su guerra civil. Logrando,
asimismo, lo que merece un agradecimiento eterno: haber sido el último refugio y
la última esperanza de quienes eran perseguidos con saña y alevosía en la cuna
de la cultura occidental, como el bien amado pueblo de Israel. Dando una
contribución invalorable a la derrota de los totalitarismos, tan siniestro el
uno como el otro, así del nazismo nadie con dos dedos de frente se sienta
solidario y aún existan millones de desaprensivos y amnésicos o ignorantes que
se sienten comunistas de corazón y mente. Con algunas tiranías en bárbaro
testimonio aún viviente.
Hay, como en todo, consuelos: intentar el arraigo en
la generosa tierra que nos acogió. Y echar la simiente para que otros de nuestra
sangre echen allí sus propias raíces. Así nadie nos devuelva el hilo
interrumpido, la sabia contrariada, el flujo de ese río, de esos años de
infancia, adolescencia y madurez de los que la canalla de las tiranías nos
desencajó brutalmente y para siempre, dejándonos a cambio el sabor de una muerte
anticipada. Pero ni la canalla de las tiranías es atributo de una sola nación,
ni el destierro desgraciado destino de un solo
pueblo.
Así, cada día que vivimos, algún tirano en alguna parte del planeta le
está rompiendo las raíces a algún desgraciado. A veces doblemente infortunado:
echa raíces en hijos que se ven obligados ya crecidos y emancipados a tener que
escoger a su vez el camino del destierro y buscar horizontes perdidos. Como lo
dijera ese desterrado ejemplar, Rafael Alberti, que uniera su sufrimiento con el
de mi esposa, otra desterrada, para cantarle acongojado a sus dolorosos
destierros: “De todos modos, mi canto puede ser de cualquier parte. Pero
estas rotas raíces, ¡ay, estas rotas
raíces!”
Más de un millón de desterrados es el saldo de esta canalla venezolana
que nos desgobierna. Pronto, mucho más pronto de lo que imaginan, sorberán
también ellos de la amarga hierba del destierro. Conocerán entonces lo que
significa escuchar llover en otras lenguas.
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