Hemos tenido una suerte tremenda: la estúpida y sangrienta guerra entre Venezuela y Colombia no se dio. Gracias a Dios. No sé cómo iba a ser, si ellos como visitantes y nosotros como home-club, o viceversa.
De todas maneras, ya ellos tienen como
Bueno, no nos desviemos del tema. Como dije, la guerra estúpida y sangrienta no ocurrió ni va a ocurrir pues habría ventajismo por parte del equipo colombiano y eso no lo perdonaría el Mariscal Sucre, desde su honrosa tumba, en Quito. Sucre sí sabía de eso: Perdonar. Sigamos, el asunto es que no hubo necesidad de atacar los puntos nodales de nuestro desvencijado país ya que el manager, él mismito, se mató, como dice una canción.
Acabó con los centros de generación de electricidad, puntos neurálgicos en cualquier guerra; agotó las reservas de agua, necesarias para mantener la supervivencia; la guerra interna entre malandros y ciudadanos sigue diezmando a la población decente; los centros de producción y distribución de alimentos, fundamentales para mantener una guerra a mediano-largo plazo, están siendo desmejorados y se teme que colapsen debido a su mala operación; parte de lo que teníamos que proteger y preservar: las reservas petroleras de la faja del Orinoco, han sido compartidas legalmente con grupos de musiúes que, repentinamente, subieron sus cotizaciones en el mercado bursátil mundial y mejoraron su cartera de créditos ante la banca internacional; el puente sobre el lago, importante y fundamental enlace entre el Zulia y el resto del país, tiene graves problemas que hacen temer por su colapso; las refinerías producen más humo que los productos que deben producir; las carreteras, importantes para el paso de los soldados, tanques y convoyes, están llenas de huecos; los mosquitos atacan a la milicia y a los soldados, mermando la fortaleza de los mismos; miles de médicos, ingenieros y otros profesionales, tan importantes en la logística de la guerra, han migrado del país; los comandantes se olvidaron de las armas y ahora cuidan sus fortunas personales; el pueblo está dividido, angustiado y pasando trabajo.
Entonces ¿Para qué la guerra si ya nos autoderrotamos, como diría el letrado y defenestrado presidente que teníamos en 1.992?
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