Gustavo Coronel
**** LA BATALLA ES DE PRINCIPIOS, DE VALORES, DE NUESTRA PARTE NO HAY CUANTO HAY PA'ESO. Un amigo me preguntaba hace unos días el por qué de mi posición tan intensa en contra del actual régimen dictatorial venezolano. Me decía: “estás viviendo tranquilamente fuera del país, tu familia está cerca de tí, no tienes intereses económicos de ningun tipo en Venezuela, el gobierno no te puede lesionar, no tienes rabo de paja ni relación alguna con los partidos políticos de la oposición. A tu edad, uno pensaría que has hecho ya lo que ibas a hacer y que deberías dejar a quienes vienen atrás que arréen, como dice el refrán. Que te anima a mantener esta actitud?”. Antes de que pudiera decirle algo, añadió: “Sobretodo porque pareces estar queriendo defender a quienes aparentemente no desean ser defendidos. Si vas a Venezuela verás los restaurantes llenos, la gente disfrutando del baño de petrodólares, los ministros robando, los banqueros robando, los contratistas de PDVSA y los altos gerentes de esa empresa robando. El robo al erario público ha pasado a ser una actividad democrática y respetable, parte indivisible del socialismo del siglo XXI. La gente de clase media y media alta se rie y desprecia a Chávez en privado pero muchos se le inclinan en público porque tiene el dinero y el poder. Mientras tanto, muchos pobres están recibiendo limosnas de Chávez y se sienten, por lo tanto, tomados en cuenta. Miles de ellos son más felices que nunca. Entonces: A quien defiendes tu, que defiendes tu?”
Casi le dije que no lo sabía, que el tenía toda la razón, que mi postura anti-chavista era una simple manifestación de senilidad. En realidad, todo lo que el me decía era cierto. Acaso quería o necesitaba la rústica Aldonza ser defendida por Don Quijote de unos molinos de viento que no eran gigantes malvados, como él pensaba? Todo lo que requería Aldonza era que la dejaran en paz, rodeada de sus animales domésticos y sus campos de bellotas, viviendo una vida oscura, poco distinguida, de aldeana analfabeta.
Para mi era dificil hacerle entender a mi amigo que el problema que he tenido toda mi vida es que he visto siempre y continuaré viendo a Venezuela no como la Aldonza Lorenzo que es sino como la Dulcinea del Toboso que pudiera llegar a ser. Siempre he creído que Venezuela es un país que puede superar su atraso si se le proporciona la manera de hacerlo. Lo que defiendo, por lo tanto, es una manera de vivir en sociedad que pueda convertir a Venezuela en el país que yo desearía que fuese. Eso es lo que defiendo. Y a quien defiendo? Esto es también sencillo. Hago causa común con los centenares, miles o millones de venezolanos quienes comparten mis mismos anhelos. No tengo la menor idea de cuantos somos los que soñamos con una sociedad venezolana civilizada, donde haya igualdad de oportunidades, respeto hacia nuestros semejantes, solidaridad con los menos afortunados y donde el lenguaje y la maneras de los miembros de la sociedad sean de homo sapiens y no de gorilas. Se que estos venezolanos existen porque los he visto actuar, marchar y oído hablar expresando mis mismas aspiraciones. Pienso, inclusive, en que hay venezolanos que siguen a Chávez y comparten estas aspiraciones, excepto que piensan de buena fe (después de estos diez años de pesadilla!) que Chávez los llevará allá. Saber cuantos somos quienes vemos a Dulcinea detrás de las toscas facciones de Aldonza solo me daría una indicación aproximada de cuanto tiempo tomará la transformación de nuestra aldeana en princesa, pero aún cuando fuésemos poquísimos ello no influiría sobre mi decisión de continuar la batalla o de tirar la toalla. En última instancia, considero tirar la toalla un acto irracional, equivalente a suicidarnos porque vamos a morir tarde o temprano o, peor aun, porque vivimos en un universo que no tiene sentido. Creo que tenemos un deber que cumplir, ciertamente con otros y para otros, pero, si no hubiese otros, el deber es con nosotros mismos. Creo en el imperativo categórico de Enmanuel Kant y pienso que lo que hago debería constituirse en regla universal, aunque nadie más lo piense así.
En términos prácticos, que significa todo este filosofar? Significa que debo oponerme a quien o quienes llevan a Venezuela en dirección opuesta a la que considero la correcta. En los últimos diez años nuestra Aldonza es más Aldonza que nunca y el rostro de Dulcinea se ha difuminado significativamente. La sociedad venezolana es menos tolerante, menos confiada, más agresiva, más influída por el odio de clases y el racismo, el cuál es una bestia de doble vía, de blancos a negros y de negros a blancos. Creo que esto nos está sucediendo porque el líder político que tenemos lo ha proyectado así, para lograr sus fines muy mezquinos, nada solidarios, de poder político permanente. Su lenguaje nos conduce a la división social y ello no puede lograr el resultado que anhelo para mi país. Pienso, además, que cada día que pasa nos alejamos más de la Venezuela que yo desearía ver y se incrementa la verdadera pobreza y la desunión entre los miembros de la sociedad. Cuando oigo elogios en el exterior sobre los programas sociales de Chávez sonrío tristemente, porque estoy convencido de que la dádiva, la limosna nunca podrá reemplazar el empoderamiento de los venezolanos para convertirse en generadores de riqueza y escapar de la humillante dependencia en un estado que reparte peces pero que no enseña a pescar. En diez años he publicado más de mil artículos de prensa sobre este asunto, una gota de agua en el mar considerando la inmensa masa de propaganda chavista que inunda todos los periódicos, radios y televisoras del planeta. Como venezolano, amante de la democracia y de la libertad, compito a diario sin más remuneración que la convición de un deber cumplido con una gran jauría de pistoleros a sueldo, desde Ignacio Ramonet hasta Mark Weisbrot, desde Eva Golinger hasta Richard Gott, Joseph Kennedy, Luis D’Elía o Diego Maradona, quienes cantan las alabanzas del caudillo, no por convencimiento desinteresado sino porque ello les da beneficios materiales o porque Chávez es enemigo de sus enemigos (léase el gobierno de los Estados Unidos).
En cierta manera estoy empeñado en la tarea de convertir a Aldonza en Dulcinea, aun en contra de su aparente voluntad. Fue solo cuando Santos Luzardo le lavó la cara mugrienta a Marisela que ella comprendió que era bella y comenzó a respetarse a sí misma. El verdadero Mr. Danger es quien no le permite a Marisela lavarse la cara.
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