Ahora que suenan chismes por todos lados sobre el cierre de Alcasa, o, en su defecto, la partición en pedazos para salvarla, con EPS y otros cuentos, deberíamos echar una mirada al pasado para encontrar soluciones viables que permitan rescatar la producción de aluminio en Venezuela.
En 1990, después de la caída de la URSS, se produjo una debacle mundial en la industria del aluminio. La caída de la demanda producida por la paralización del armamentismo al final de la guerra fría, junto con la sobreproducción que introdujo en el mercado el aluminio ruso al finalizar el comunismo del siglo XX, llevaron los precios a niveles en torno a los 1.100 $/t. Esto llevó al cierre a muchos productores en el mundo. La recuperación fue lenta y a ella se asociaron muchas medidas, tanto hacia el mercado final, para mejorar la competitividad del aluminio ante sustitutos, como en el área empresarial, para aumentar la eficiencia y reducir los costos de producción. En ese ambiente surgieron empresas nuevas y dinámicas que eran capaces de resucitar a antiguos reductores que habían cerrado. Por ello los llamaron “Lazarus Smelters”. Por esa vía va la única solución posible para nuestra industria.
Ello requiere iniciar de inmediato un proceso de privatización, a sabiendas de que habrá que vender muy barato y tal vez regalar (¿Cuánto vale una empresa como Alcasa que pierde US$500 millones todos los años?). Requiere también entender que se perderán muchos puestos de trabajo. Una empresa del tamaño de Alcasa que compita en el mundo de hoy no pasa de 500 trabajadores directos. Ello obliga a despedir a más de 3.000 empleados de Alcasa. Esto parece algo enorme, pero esos mismos puestos de trabajo se están perdiendo hoy en empleos indirectos entre todas las empresas vinculadas que tienen que reducir su personal ante el incumplimiento de Alcasa y Venalum. Hay que entender que la única forma de salvar empleos es mediante una empresa sana y productiva, lo que se pierda a la corta se ganará a la larga. Un buen ejemplo es pensar que salvar a Alcasa y Venalum significa salvar a Bauxilum y a Carbonorca, que también deberían incluirse en el proceso de privatización.
Esto implica romper viejos mitos como el de “empresas estratégicas”. Lo verdaderamente estratégico es “la felicidad de nuestro pueblo”, la cual se asocia a justicia, salud, educación, seguridad, empleo productivo, servicios públicos. De estos temas es que debería ocuparse el estado. ¿Por qué debe ser estratégica la producción de aluminio o acero? Son conceptos arcaicos que si se examinan bien resultan caprichosos.
Nuestra industria del aluminio goza de una ventaja comparativa que significa un gran activo, el bajo precio de la electricidad. En este aspecto hay que apoyarse para lograr su privatización, porque hay que decir que la misma no resulta fácil. En las condiciones actuales de Venezuela son pocos los interesados, aunque las empresas se regalen.
Si seguimos creyendo en pajaritos preñados y pidiéndole plata al gobierno central para hacer la V Línea, sin cambiar las condiciones operativas, nuestra industria del aluminio está condenada al fracaso. Yo puedo entender que esta propuesta entra en contradicción con los postulados del “Socialismo del Siglo XXI” y otras sandeces, pero ante las grandes crisis hay que ser prácticos, ya lo hizo Cuba, que metió capital foráneo hasta en la industria azucarera y también China y la URSS.
Tal vez haya que acuñar una frase que diga algo así como “Lo único que puede salvar al socialismo es el capitalismo”. O, como dice un amigo mío: el camino más largo hacia el capitalismo es el comunismo. Pero, sin entrar en consideraciones ideológicas hay que decirles a nuestros líderes: Búsquense un gato que cace ratones, no importa el color.
No hay comentarios:
Publicar un comentario