Rafael Gallegos
Se cumplieron cinco años de la agresión de Los Semerucos. De un día en que lo humano se volvió inhumano, los niños de la patria se volvieron enemigos y el miedo, que sí lo hubo, le ardió en la cólera a los petroleros.
"Tengo miedo/ Miedo de morir…/… Pero más que miedo/ Siento cólera… y mi cólera arde/ Y el miedo se me quema en la cólera"
Sí, el miedo se les quemaba en la cólera cuando, amparados en la oscuridad, llegaron los "herodes" de la "revolución" a ganar su batalla contra niñas, niños, mujeres y hombres desarmados. Pura guerra asimétrica. En esta esquina más de trescientos guardias armados… en la otra esquina, cien familias durmiendo.
Soldados, bombas, peinillas. Por cada llanto de un niño, un peinillazo; por cada lacrimógena, temblaban las lágrimas en las mejillas de las mujeres apertrechadas de coraje.
Paralelamente en otros lares del país, la "revolución" engañaba a los más incautos. Abajo la oligarquía- se llenaban la boca - acaben con todo lo que produzca, parecían querer decir.
Abajo la oligarquía - repetía el hipnotizado pueblo. Tomaba boticas por asalto y se quedaba sin medicinas, invadía haciendas y se quedaba sin comida, incendiaba cañaverales y se quedaba sin azúcar. La "revolución" sembraba odio en nombre del amor.
Acaben con los traidores de PDVSA – gritaban los generalotes. Petroleros, preparados, bilingües, demócratas, inarrodillables. Era demasiado para tanto resentimiento. El mismo que sintió Barbarita cuando le mataron a Asdrúbal y la violaron, uno a uno, en la barcaza por el río Apure. La violación se transformó en resentimiento y pagó todo el llano.
Los resultados de la "batalla" del campo petrolero Los Semerucos se medían en niños sin escuela, familias arrumadas y arrimadas, neveras vacías, exclusión, heridos, y presos. Eran trabajadores que habitaban el campo por relación laboral. Ningún tribunal del régimen se había atrevido a decidir acerca de su despedida. El gobierno, en lugar de combatir las ilicitudes y secuestros de la frontera, caribeaba familias indefensas.
Las caribeaba, tal como si el Libertador en lugar de dirigirse al paso de Los Andes para combatir al enemigo en el Pantano de Vargas y en Boyacá, hubiera desviado a su ejército hacia Caracas, para guerrear en los conventos a monjas carmelitas, por considerarlas enemigas de la Independencia.
- Descabecen monjitas... viólenlas. Cuidado con esa que esta armada...
- ¿ ...?
- Sí, esas pepas con esa cruz... es muy peligrosa.
- Pero mi general, eso es un rosario.
- Les dije que era muy peligrosa y punto.
- Sí mi general
- Sí mi general
- Arrinconen a las monjitas
Y al final los soldados condecorados: el que más violó... el que más degolló... el que más... ¿rosarios es que se llama?... incineró.
Soldados, la patria queda agradecida - hubiera arengado algún general ascendido a punta de machetazos, antes de eructar - hemos dado un golpe irrecuperable a la Iglesia Católica, realista y enemiga de la patria. Hemos acabado con estas peligrosas monjitas.
En los Semerucos – gloria a los vencidos - los "heródicos" soldados avergonzaron a la patria. Hasta el propio Herodes se habría muerto de la pena. Con pasmosa facilidad brincaron el gigantesco precipicio que separa al Ejército Libertador de los heraldos del totalitarismo. Heraldos, negros como los de César Vallejo:
"Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!/ Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, / la resaca de todo lo sufrido/ se empozara en el alma... ¡Yo no sé!"
Han pasado cinco años y ahí están los petroleros. Más vívidos que nunca. Librando por Venezuela la batalla de la dignidad, donde los fusiles y el abuso son eunucos.
El general Tiempo, como en todas las autocracias, hace su trabajo. Ya se observa como el sol declina en las espaldas de los tormenteros, que a su vez se retuercen al sentir el hervor. Nada irradian los tantos soles que se colocan los unos a los otros en sus charreteras, como queriendo aparentar inútilmente que son iguales a los próceres de la patria. El doctor Choquehuanca hubiera dicho "la gloria de los petroleros crecerá como crece la sombra cuando el sol declina". Ni un paso atrás, que somos el prólogo de un pueblo que resiste. Gloria a los héroes de Los Semerucos.
EL CUMPLEAÑOS DE MI PADRE
Desde ésta columna que caso curioso heredé de él; quiero recordar su lucha por la democracia, su vida tan inmensa y tan llena de valores. Su infinito amor por la gente. Quiero compartir la indignación que Rafael Gallegos Ortiz sintió por la agresión a Los Semerucos. Hoy hubiera cumplido 86 años. Y está tan vivo.
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