No lo dude, si Bill Gates hubiera sido venezolano, ya estuviera acusado de burgués, ricachón, escuálido y traidor a la patria. El gobierno hubiera determinado que estaba escondiendo computadoras en su tienda, en su oficina o aunque usted no lo crea, ¿dónde estás Ripley?, acaparando en su mismísima casa su propio PC, el de su esposa, los de sus hijos y los de su estudio. O para más INRI, podrían acusarlo de estar acaparando programas de computación en su oficina, su casa y Dios me perdone… hasta en su propio cerebro. Lo hubieran citado en calidad de imputado y seguramente le habrían dictado prohibición de salida del país y auto de detención. Puro realismo mágico… pero con magia negra. Así, Bill Gates estuviera preso, o perseguido, o escondido y claro, acusado de cobarde por no defenderse ante la imparcial legalidad venezolana. O viviría en una prisión peligrosa e insalubre, compartiendo un proceso judicial kafkaiano. Todo por ser rico y por ende, estorbar los planes de la “revolución”. Y lo más probable sería que el “ricachón” Gates no estuviera de acuerdo con tanto desaguisado y fuera considerado como opositor y por lo tanto lacayo del imperio y agente de
Ante la voz de “exprópiese” sus empleados protestarían airadamente. Seguramente serían de los mejor pagados de Venezuela, por aquella ley desconocida para los “revolucionarios” que la mayor productividad (como la de las grandes empresas privadas) se traduce en impuestos, economía conexa, responsabilidad social, mejores sueldos y beneficios que redundan en la calidad de vida de los trabajadores y de la comunidad, tal como sucede en Europa, Japón y Estados Unidos.
Protestarían ante la tenebrosa expectativa de convertirse en empleados públicos o de empresas socialistas, obligados a vestir de rojo rojito mientras merman sus ingresos o simplemente los despiden. Serían acusados por “defender a sus explotadores”, de lacayos o en el caso más benévolo de “confundidos”. Todo por defender su calidad de vida, la de sus hijos y la del país. Porque, no lo dude, sin empresa privada… lo que queda es Cuba.
Ante el síndrome PDVSA: el gobierno como la falsa madre de la anécdota de Salomón, prefiere botar a 23.000 trabajadores y sacrificar la empresa, si no va a estar en sus manos para manejarla a su antojo; los trabajadores del “ricachón” Gates, se pondrían las pilas para defender su derecho al trabajo hasta lo último.
Y seguramente el “venezolano” Bill Gates, huiría hacia algún país capitalista, donde explotaría su talento, ganado dinero para él y para sus trabajadores. Los gobernantes de ese país capitalista, estarían felices porque las empresas de Gates les generarían mucho impuesto para sus arcas, les habilitarían las exportaciones y les impulsarían empresas conexas. Y colorín colorado.
Ah! y seguramente los ex trabajadores de Gates en Venezuela, trastocados en desempleados o con disminuidos ingresos en empresas socialistas, observando con nostalgia la calidad de vida de sus vecinos, gritarían en coro ante el horror de los “revolucionarios”: Bill regresa, explótame, explótame; pero no me dejes. Pura paradoja.
CUENTO CORTO DE UNA BOTICA DE PUEBLO
Ese líder nunca tuvo remedio. Con su verbo enardecía al pueblo. Los ricos son los culpables de que tus hijos no tengan comida – les arengaba. Abajo los ricos- gritaba el pueblo. Si me eligen expropiaré a los ricos- continuaba el líder. Abajo los ricos- repetía el pueblo. Y el rico del pueblo, era el boticario.
Quemaron la botica y se quedaron… sin medicinas.
BUEN EMPLEO… BUENA EMPRESA
Cuando los españoles de la reconquista botaron a los judíos y a los árabes, acabaron con los que sabían comerciar y producir y se convirtieron en uno de los países más atrasados de Europa. Los alemanes espantaron a los científicos judíos (como Einstein), se quedaron sin bomba atómica y perdieron la guerra. Los cubanos botaron a su clase media y hoy en día Miami, les lleva una morena.
Aterricemos, la burguesía es la clase media, la clase propietaria, la que comercia, la que importa, la que exporta, la que da empleo del bueno. Los empresarios y los emprendedores son los que elevan la calidad de vida de los países. Todos los países prósperos alaban y reglamentan a su burguesía, a los inversionistas, a los emprendedores. Saben que de allí depende la calidad de vida de su gente.
No hay ningún país próspero sin empresas prósperas. Y esas empresas las genera (dígalo sin miedo), la burguesía. ¿A dónde llegaremos a este paso de exprópiese a los productores de harina, aceite, cemento, carne, verduras, acero y etc.? Sólo al comunismo, porque un país sin burguesía es un país sin empleos, con una escuálida tarjeta de racionamiento. Como el “modelo” cubano. Usted decide. 26 S.
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