Eddie Ramirez
La semana pasada se celebró el sexagésimo primer aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, sin embargo todavía existen gobernantes como Ahmadineyad en Irán, Lucashenko en Bielorrusia, Mugabe en Zimbawe, los Castro en Cuba y Kim Jong Il en Corea del Norte, quienes descaradamente violan derechos fundamentales a sus ciudadanos. Hay otros que también hacen caso omiso de la famosa Declaración, pero que pasan más desapercibidos por ampararse en una supuesta legitimidad de origen, tener un discurso a favor de los pobres y en contra del llamado imperialismo norteamericano.
Quizá la manera más fácil de identificarlos es hacernos algunas preguntas sencillas, como ¿Aceptan que organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales de derechos humanos visiten el país para realizar un diagnóstico? ¿Acatan decisiones de instancias judiciales internacionales de organismos de los cuales el país es miembro? ¿Hay ciudadanos aceptados como exiliados o reconocidos como refugiados por otros gobiernos? ¿Existe una división de poderes? Podríamos hacer otras como la existencia de presos políticos, pero que son más difíciles de comprobar por personas no residentes.
¿Qué puede pensar un costarricense de alguien que se manifiesta íntimo amigo de los dictadores arriba mencionados; que declara que Idi Amín era un nacionalista y que El Chacal es un patriota; que no acepta que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visite su país; que no acata decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, alegando que eso violaría la soberanía y que ordena la destitución de jueces que sentencian en contra de su voluntad? ¿Aceptaría un demócrata tico que el presidente confisque sin compensación empresas y fincas productivas, clausure medios de comunicación, ahogue económicamente a periódicos y emisoras que lo critican; mantenga grupos paramilitares oficialistas; no tolere a ciertos opositores, ni permita que manifestaciones de la disidencia democrática se expresen libremente y, por si fuera poco, financie a determinados movimientos políticos en otros países?
El caso que nos ocupa no es una dictadura clásica, porque hay alguna libertad de expresión y cuenta con apoyo popular; además, su radio de acción no se limita al ámbito político, sino que abarca también lo social y lo económico e incluso su estrategia tiene alcance continental. Tampoco es un totalitarismo clásico ya que permite cierta disidencia, el número de presos políticos es de solo una treintena y los exiliados una centena, si no contamos a quienes han tenido que emigrar porque el régimen no les permite trabajar en empresas con las que tiene alguna relación económica. Quizá la mejor definición sea la de un totalitarismo adaptado a la globalización del siglo XXI.
¿Cómo llegamos los venezolanos a esta situación? Nada más y nada menos porque nuestros políticos pecaron por acción y los no militantes lo hicimos por omisión. Los políticos se alejaron de la gente y la gente satanizó a los políticos. Permitimos que aumentara la pobreza, la inseguridad y la corrupción, lo cual facilitó que arribara al poder un teniente coronel golpista que prometió solucionar los problemas. No ha solucionado ninguno, al contrario, se han incrementado, pero su discurso populista tratando de enfrentar a quienes más tienen contra los que menos tienen, su férreo control de la Fuerza Armada y de los poderes judicial, legislativo, electoral, así como de la contraloría, defensoría del pueblo y fiscalía, le permiten mantenerse en el poder desde hace once años.
El teniente coronel Hugo Chávez debe servir de alerta para otros países.. Como venezolano que visito frecuentemente a esta bella Costa Rica, a la cual me unen profundos lazos, me preocupa el gradual deterioro que percibo en cuanto a incremento de la pobreza, de la inseguridad y de la apatía por la política. Este es el momento en que la sociedad civil debe jugar un papel más importante de presión, sin pretender sustituir a los partidos políticos. El peligro puede estar más cercano de lo que se piensa
La semana pasada se celebró el sexagésimo primer aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, sin embargo todavía existen gobernantes como Ahmadineyad en Irán, Lucashenko en Bielorrusia, Mugabe en Zimbawe, los Castro en Cuba y Kim Jong Il en Corea del Norte, quienes descaradamente violan derechos fundamentales a sus ciudadanos. Hay otros que también hacen caso omiso de la famosa Declaración, pero que pasan más desapercibidos por ampararse en una supuesta legitimidad de origen, tener un discurso a favor de los pobres y en contra del llamado imperialismo norteamericano.
Quizá la manera más fácil de identificarlos es hacernos algunas preguntas sencillas, como ¿Aceptan que organismos internacionales y organizaciones no gubernamentales de derechos humanos visiten el país para realizar un diagnóstico? ¿Acatan decisiones de instancias judiciales internacionales de organismos de los cuales el país es miembro? ¿Hay ciudadanos aceptados como exiliados o reconocidos como refugiados por otros gobiernos? ¿Existe una división de poderes? Podríamos hacer otras como la existencia de presos políticos, pero que son más difíciles de comprobar por personas no residentes.
¿Qué puede pensar un costarricense de alguien que se manifiesta íntimo amigo de los dictadores arriba mencionados; que declara que Idi Amín era un nacionalista y que El Chacal es un patriota; que no acepta que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visite su país; que no acata decisiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, alegando que eso violaría la soberanía y que ordena la destitución de jueces que sentencian en contra de su voluntad? ¿Aceptaría un demócrata tico que el presidente confisque sin compensación empresas y fincas productivas, clausure medios de comunicación, ahogue económicamente a periódicos y emisoras que lo critican; mantenga grupos paramilitares oficialistas; no tolere a ciertos opositores, ni permita que manifestaciones de la disidencia democrática se expresen libremente y, por si fuera poco, financie a determinados movimientos políticos en otros países?
El caso que nos ocupa no es una dictadura clásica, porque hay alguna libertad de expresión y cuenta con apoyo popular; además, su radio de acción no se limita al ámbito político, sino que abarca también lo social y lo económico e incluso su estrategia tiene alcance continental. Tampoco es un totalitarismo clásico ya que permite cierta disidencia, el número de presos políticos es de solo una treintena y los exiliados una centena, si no contamos a quienes han tenido que emigrar porque el régimen no les permite trabajar en empresas con las que tiene alguna relación económica. Quizá la mejor definición sea la de un totalitarismo adaptado a la globalización del siglo XXI.
¿Cómo llegamos los venezolanos a esta situación? Nada más y nada menos porque nuestros políticos pecaron por acción y los no militantes lo hicimos por omisión. Los políticos se alejaron de la gente y la gente satanizó a los políticos. Permitimos que aumentara la pobreza, la inseguridad y la corrupción, lo cual facilitó que arribara al poder un teniente coronel golpista que prometió solucionar los problemas. No ha solucionado ninguno, al contrario, se han incrementado, pero su discurso populista tratando de enfrentar a quienes más tienen contra los que menos tienen, su férreo control de la Fuerza Armada y de los poderes judicial, legislativo, electoral, así como de la contraloría, defensoría del pueblo y fiscalía, le permiten mantenerse en el poder desde hace once años.
El teniente coronel Hugo Chávez debe servir de alerta para otros países.. Como venezolano que visito frecuentemente a esta bella Costa Rica, a la cual me unen profundos lazos, me preocupa el gradual deterioro que percibo en cuanto a incremento de la pobreza, de la inseguridad y de la apatía por la política. Este es el momento en que la sociedad civil debe jugar un papel más importante de presión, sin pretender sustituir a los partidos políticos. El peligro puede estar más cercano de lo que se piensa
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