Por: Gustavo Coronel
These our actors,
As I foretold you, were all spirits and
Are melted into air, into thin air;
And, like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on…..
As I foretold you, were all spirits and
Are melted into air, into thin air;
And, like the baseless fabric of this vision,
The cloud-capp'd towers, the gorgeous palaces,
The solemn temples, the great globe itself,
Yea, all which it inherit, shall dissolve,
And, like this insubstantial pageant faded,
Leave not a rack behind. We are such stuff
As dreams are made on…..
Prospero, THE TEMPEST, Act 4, Scene I, William Shakespeare
Mi
traducción:
Estos actores
nuestros, te lo dije, eran todos espíritus convertidos en aire,
Solo en aire
sutil
Y, como la materia
sin sustento de esta visión, las torres en las nubes, los Hermosos palacios,
Los solemnes templos y el mismo globo,
Todo lo que
heredamos se evaporará
Sin dejar el más
pequeño rastro.
Somos apenas el
material del cual se hacen los sueños….
Próspero, Acto IV,
Escena I. LA TEMPESTAD, William Shakespeare
Para concebir la
nacionalización de la industria petrolera se arroparon con la bandera nacional.
Fue un acto de machismo. Se preguntaban: ¿Si otros países tienen una empresa
petrolera nacional, por qué nosotros no? Podrían haber estado hablando de una
línea aérea bandera (VIASA), de una flota de barcos (CVN), ambas creadas por la
misma razón patriota o patriotera, ambas fallecidas hace tiempo. El mundo
político dijo: Un país petrolero debe tener una empresa petrolera y ella debe
ser la única que maneje el tesoro. El petróleo es nuestro, era el grito
unánime. De nada valió que algunos dijéramos, en su momento, que
para ejercer efectivo control no era necesario tener empresa propia o el
monopolio de la actividad. Lo más que se logró fue un artículo, el
vituperado Artículo Quinto, que abría una pequeña puerta de asociación con
empresas extranjeras, el cual fue definido como traición a la patria por mucho
del mundo político. Por haberse incluido este artículo la
“nacionalización” fue definida como chucuta. El tiempo se encargó de poner las
cosas en su sitio y mostró que estas asociaciones eran el pan nuestro de cada
día en una actividad internacional. Hasta los más rábidos ultra patriotas las
han utilizado, aunque el chavismo las ha tenido solo para tratar de sacarles
dinero a los Rusos y a los Chinos, sin que conduzcan a un desarrollo petrolero
real.
De nada valió que
en el momento en el cual se tomó la decisión ya el estado capturaba
un 85% de los ingresos, sin que él tuviese que invertir en el negocio, por lo
cual lo que se terminó “nacionalizando” fue el riesgo.
Ello le fue
advertido a quienes tomaron la decisión, pero la nacionalización petrolera no
fue una decisión basada en cálculos económicos sino políticos. Fue
un asunto de soberanía, entendida como “lo mío lo manejo yo y nadie más que
yo”.
Y así fue.
Durante unos 5 a 6 años se dio el milagro de que el mundo
político dejase a Petróleos de Venezuela hacer su trabajo sin interferencias.
Fue un milagro hecho posible por el inmenso prestigio de Rafael Alfonzo Ravard,
unos de los escasos mandarines que ha tenido nuestra función pública. Su
presencia en PDVSA creó, por cierto número de años, el dique que contenía las
apetencias del sector político sobre la industria que generaba dinero, es
decir, poder. En la década de 1980 se comenzaron a ver las
fisuras, se terminó la luna de miel entre PDVSA y el país político. El éxito de
la empresa pareció indicarles a los miembros del mundo político que eso de
producir y vender petróleo no era asunto tan complicado. Hubo quienes dijeron
que “el petróleo se vendía solo”. A medida que le empezaron a perder el temor
reverencial al General Alfonzo Ravard y a los tecnócratas los
políticos más osados comenzaron a criticar a PDVSA: “Esos gerentes ganan mucho
dinero”, decían algunos copeyanos. “Toman champaña a bordo de sus
aviones”, decían algunos adecos. “Los gerentes petroleros son apátridas”,
acusaban los ñángaras. Comenzó una actividad de penetración política en PDVSA
que culminó, durante la presidencia de Luis Herrera Campins, con la
confiscación del Fondo de Inversión que PDVSA requería para sus inversiones de
capital y mantenimiento.
La politización de
PDVSA fue un proceso insidioso, persistente, sin vuelta atrás. El sueño de los
gerentes y técnicos petroleros de lograr que la administración pública
venezolana se contagiara con los buenos hábitos de PDVSA se revirtió y PDVSA se
fue contagiando con los malos hábitos de la administración Pública. No era lógico
esperar que el pez chico se comiera al pez grande. A pesar de la importancia de
PDVSA para la economía del país, PDVSA era una empresa de un relativamente bajo
número de empleados, mientras que la Administración pública era un gigante
desordenado que engullía todo lo que encontraba a su paso.
Una temprana
muestra de lo absurdo de tener una empresa petrolera estatal de naturaleza
global se refería a los salarios. Mientras los gerentes de PDVSA ganaban $2500
o $3000 al mes, sus contrapartes de Shell o Exxon ganaban $15-20000 al mes, más
bonos y participaciones accionarias. Sin embargo, estos gerentes de PDVSA eran
criticados por gente tan influyente como Gonzalo Barrios por ganar
“obscenas” cantidades, mientras sus contrapartes en el Ministerio apenas
ganaban unos $600 al mes. En este drama nadie realmente tenía la culpa pero
nadie era justamente tratado. “¿Cómo podía un gerente petrolero ganar más que
un ministro?, se preguntaban los políticos. El desequilibrio era un producto
del absurdo de tener una empresa del Estado compitiendo en la arena
internacional pero sujeta a los reglamentos de una mediocre y politizada
administración pública.
Cundo Hugo Chávez
llegó a la presidencia ya PDVSA mostraba claras señales de deterioro. Tenía más
empleados de los necesarios, sus directivas eran seleccionadas con criterios
predominantemente políticos. Aunque la meritocracia no había fallecido del
todo, ya los niveles altos de la gerencia eran ocupados
preferentemente por los gerentes simpatizantes del partido de turno. El
presidente de PDVSA se perfilaba como candidato a la presidencia del país, lo
cual era clara señal de que algo no andaba bien.
Sin embargo, nadie
imaginaba lo que se le vendría encima a PDVSA. Chávez necesitaba el dinero
petrolero para “hacer” su revolución, no para desarrollar al país. Dijo:
“Primero atiendo lo político, después lo económico”. Para ello requería del
control sobre PDVSA y ni Giusti ni Mandini se lo iban a permitir. Por ello
montó allí a un bate quebrado llamado Ciavaldini. Lo remplazó al poco tiempo
por un militar, Lameda, quien resultó ser institucionalista, no un títere de
Chávez. Y por ello fue despedido.
Entonces llegó la
debacle con Gastón Parra, un profesor marxista quien nunca había visto un
taladro, excepto en fotos. La reacción de los gerentes petroleros no se hizo
esperar. Su protesta se convirtió en un masivo movimiento cívico que obligó a
Chávez a pedir la represión a sus jefes militares, quienes rehusaron y lo
sacaron del poder. Un general, hoy embajador en Portugal, le pidió la renuncia,
“la cual aceptó”. Después de su retorno, apuntalado por el general Baduel,
regresó decidido a vengarse de los tecnócratas petroleros y a saquear a PDVSA.
El y su mensajero, Maduro, nombraron la macabra línea de presidentes que la
destruiría: Ali Rodríguez Araque, Rafael Ramírez, Eulogio del Pino, Nelson
Martínez, Manuel Quevedo, gente deshonesta e incompetente.
Ellos, sobre todo
los tres primeros, promovieron una corrupción nunca vista en Venezuela.
Desviaron los ingresos de PDVSA hacia fondos paralelos sin transparencia,
importaron comida podrida a groseros sobreprecios, alquilaron gabarras
inservibles para ganar obscenas comisiones, contrataron con familiares y
amigos, convirtieron a PDVSA en una empresa lavadora de dinero, permitieron que
los sectores militares se apoderaran – a través de sus empresas fantasmas
- de una buena parte del mundo de las contrataciones petroleras a
fin de repartirse a PDVSA entre el chavismo y la Fuerza Armada. Hicieron de
PDVSA un refugio de reposeros y enchufados que ha llegado a tener cinco veces
más empleados de los que necesita, dedicaron la empresa a criar cerdos, a
sembrar sorgo, a hacer casas mal hechas, a vender pollos, todo lo cual la
desnaturalizó como empresa petrolera.
El resultado no se
hizo esperar. Especialmente desde 2007 en adelante la empresa se vino abajo,
aún en momentos en los cuales el barril de petróleo había llegado a altísimos
niveles. Nada era suficiente para la codicia de la obtusa nómina gerencial
petrolera y los sátrapas en el poder político. Destruyeron la empresa, la
quebraron financieramente llevando su deuda a unos $80.000 millones, la
llevaron a producir la mitad de lo que producía al llegar Chávez al poder,
arruinaron sus refinerías, ordenaron barcos que nunca llegaron a navegar,
permitieron miles de derrames petroleros en toda la geografía venezolana, se
aliaron con empresas de medio pelo para “desarrollar” la Faja del Orinoco,
barrieron el piso con el nombre de la empresa en el mundo petrolero y la
hicieron sinónimo de mediocridad y carencia de honorabilidad en sus negocios.
Así como
prostituyeron el nombre de Bolívar apropiándoselo para su “revolución” y destruyeron
al Bolívar, la moneda, así corrompieron de tal manera el nombre de PDVSA que
ese nombre rueda hoy por los pantanos más pestilentes del mundo financiero y
petrolero.
Petróleos de Venezuela no es recuperable.
Es un nombre destruido, sin “good will” en el mundo petrolero. Una nueva
Venezuela debe implantar un nuevo modelo de gestión petrolera, después de haber
aprendido amargas lecciones. Una, que el patrioterismo lleva al desastre. Dos,
que el Estado casi nunca es apto para la actividad económica. Que los
venezolanos que clamaban con estridencia por la “nacionalización” petrolera
fueron de los primeros en saquearla, en ver su tragedia con indiferencia y
en guardar silencio cómplice ante el desastre. Tres, que Venezuela
requiere un estado pequeño, eficiente en su supervisión de actividad privada
pero no empresario.
PDVSA debe ser
enterrada junto con los mitos del estatismo, de la soberanía mal entendida, del
patrioterismo, del orgullo desbocado, de la arrogancia de los líderes
mediocres, del culto a la personalidad, del caudillismo incompetente y bocón.
Y, para la PDVSA
que se creó con loables propósitos y que luego fue martirizada y asesinada por
una horda salvaje, le pedimos al piadoso señor:
Pie Iesu Domine,
dona eis requiem
Dona eis requiem
sempiternam