Por: Gustavo Coronel (22-02-20)
*** DE RAFAEL
ALFONZO RAVARD A TARECK EL AISSAMI, UNA HORROROSA INVOLUCIÓN
*** DE LÍDER EN LA
OPEP A MENOSPRECIADA COMPARSA
*** DE GERENCIA
PROFESIONAL DE RANGO MUNDIAL A PANDILLA DE LADRONES Y NARCOTRAFICANTES
*** DE MODERNOS
COMPLEJOS REFINADORES A CHATARRA CERRADA
*** DE EMPRESA
MUNDIALMENTE RESPETADA A HAZMERREIR DE LA COMUNIDAD PETROLERA INTERNACIONAL
A media mañana del
6 de Agosto de 1975 el recinto del Senado venezolano se encontraba lleno de
gente deseosa de escuchar la intervención del ex-presidente y senador vitalicio
Rómulo Betancourt en el debate sobre la nacionalización petrolera que
proyectaba el gobierno de Carlos Andrés Pérez. La voz de Betancourt era
escuchada y respetada por haber sido presidente de la república, por su
condición de gran demócrata y por su calidad de estadista. Su discurso de dos
horas fue importante puesto que apoyó el proyecto de Pérez, defendió el
Artículo Quinto que tanta resistencia generó en las filas del izquierdismo y de
la derecha copeyana y justificó el paso nacionalizador por tres razones
fundamentales: Una razón patriótica; una razón económica y una razón
geopolítica, es decir, que el tiempo había llegado para hacerlo. La primera
razón la explicó al decir que “un país termina por adquirir una sumisa
mentalidad cuando deja que otros exploten sus materias primas…”. La segunda
razón, porque la explotación directa daría mayores ingresos fiscales y de
otro orden. Sobre la tercera razón explicó que vivíamos en un mundo
interrelacionado, quizás refiriéndose a los eventos que ocurrían en el medio
Oriente, los cuales le habían dado a los países productores mucho mayor poder
frente a las empresas petroleras transnacionales.
Como gerente medio
de la industria petrolera en aquellos años no estuve de acuerdo con su
nacionalización. A diferencia de lo que pensaba el respetado y admirado
ex-presidente, siempre pensé y continuo pensando hoy que un suficiente control
de la industria petrolera por parte de la Nación podía y puede perfectamente
obtenerse sin necesidad de transformar la operación de la industria en un
monopolio estatal, estableciendo claras regulaciones administrativas y técnicas
sobre la actividad. Para ser exactos, en esos años Venezuela había llegado a
tener un control prácticamente total sobre las decisiones de la industria a
través de regulaciones existentes, tales como el decreto 832, el cual obligaba
a las empresas a someter sus presupuestos anuales a la aprobación del Estado.
Este decreto y
otras leyes y regulaciones existentes se combinaban para darle a la Nación un
poder decisorio casi total sobre la actividad petrolera. Además, le
proporcionaba a la Nación un porcentaje muy alto de los ingresos totales
obtenidos sin necesidad de que la Nación tuviera que comprometer sus propios
recursos para financiar la actividad Es por ello que se dijo que lo que se iba
a nacionalizar realmente era el riesgo de la actividad. Era contra
intuitivo pensar que los ingresos serían mayores ya que la nacionalización
involucraba la necesidad de financiar la actividad con los dineros de la
Nación. El sentimiento nacionalista fue exacerbado por los sucesos que habían
ocurrido en Libia y en otros países productores y llamaban a la emoción y al
entusiasmo, constituyéndose en un factor adicional que apoyó la decisión de
nacionalizar.
Quienes
adversábamos la decisión, una vez tomada, decidimos quedarnos a colaborar bajo
el nuevo esquema, a fin de tratar de que se hiciera de la manera más racional y
eficiente posible. Inicialmente ello se logró en gran parte, con la adopción de
un modelo sin precedentes en el mundo petrolero, consistente de cuatro empresas
operadoras integradas y una empresa matriz, coordinadora financiera y de
planificación. Al frente de un grupo de venezolanos honestos se colocó a un
gerente excepcional, Rafael Alfonzo Ravard, quien logró por algunos años
mantener el respeto del mundo político por el manejo profesional de la
industria nacionalizada. Durante estos primeros años parecía que PDVSA lograría
ser uno de esos casos, raros en el mundo petrolero, de una empresa del estado
profesional razonablemente eficiente y manejada al margen de la política.
Ello comenzó a
cambiar cuando se modificaron algunos reglamentos de PDVSA para acortar el
período de los directores y a aparecer indicios de que los nombramientos se
alejaban de consideraciones meritocráticas para dar mayor importancia a las
relaciones políticas o personales, lo cual promovió el cabildeo dentro de la
organización, deformación similar a la que ocurría en la Fuerza Armada, en la
cual los militares buscaban promoción a través de su acercamiento al sector político.
Quitarle a PDVSA el
fondo de inversiones petroleras durante la presidencia de Herrera Campíns
representó el final de su autonomía financiera, uno de los pilares que el
General Alfonzo predicaba como esencial para el buen funcionamiento de PDVSA. El
mundo político comenzó a entrar a la industria petrolera, a hacerla parte del
forcejeo que se llevaba a cabo en otros sectores.
Declaraciones como
las de Gonzalo Barrios y líderes del COPEI sobre los excesivos salarios de los
gerentes petroleros, las acusaciones sobre colitas en los aviones de PDVSA a
familiares y amigos de los gerentes, la constante crítica ideológica de la
extrema izquierda derrotada en el debate pre-nacionalización, todo ello fue
configurando una verdadera invasión del mundo burocrático y político del estado
venezolano a PDVSA. El sueño de ver a la administración pública imitando la
actividad gerencial profesional y eficiente de PDVSA se fue convirtiendo en la
captura progresiva de PDVSA por la mediocridad del mundo político venezolano.
A pesar de que por
muchos años PDVSA anduvo razonablemente bien gracias a un grupo de
gerentes valiosos y competentes, la tensión entre este grupo y el mundo
político se fue intensificando. El general Alfonzo salió de la empresa y fue
remplazado por una figura política. Más tarde habría conflictos serios entre
presidentes de PDVSA como Brígido Natera o Andrés Sosa Pietri, con los
ministros del sector. La luna de miel se terminó y aparecieron las rencillas
conyugales. El mundo político nunca pudo aceptar, por ejemplo, que un gerente
petrolero pudiese ganar más dinero que un ministro.
Para ellos se
trataba de que el gerente petrolero estaba sobre remunerado cuando la realidad
siempre ha sido que los bajos sueldos de la administración pública han promovido
la híper-corrupción endémica en el mundo político venezolano. Llegar a la
presidencia de los Seguros Sociales, Aduanas o el hipódromo, por ejemplo,
era la ocasión para robar, ya que el tiempo de permanencia en estos
cargos era corto en promedio y “había que aprovechar”. El mundo petrolero
y el mundo político eran como el aceite y el vinagre, inmiscibles.
Demasiado bien lo
hizo PDVSA por largos años, demasiada presión contaminante aguantó el núcleo
original que la mantuvo a niveles profesionales. Pero ya para la década de 1990
PDVSA mostraba clara adiposidad burocrática y se había agotado el modelo de
empresas filiales múltiples, por lo cual fue necesario ir a una integración de
las filiales y a su conversión en Unidades de Negocios por función, es decir, a
la figura de una empresa estatal única.
Este proceso de
deterioro se pudo demorar por etapas, gracias a los esfuerzos de la gerencia
petrolera pero la tendencia era imposible de revertir. PDVSA iba en camino de
ser una empresa más del Estado, a lo PEMEX, YPF Argentinos, Pertamina o
Petroperú. Y esto era inevitable por aquello que decía el líder sindical Manuel
Peñalver: “No somos Suizos”. Ciertamente PDVSA hizo lo imposible para vencer
ese fatalismo pero, al final, fue tragada por la marabunta.
La marabunta que
había sido modesta hasta 1999 entró como rio crecido de la mano de Hugo Chávez.
Desfilaron por la presidencia de PDVSA en la etapa chavista miembros de una
antología de la ignorancia y/o de la corrupción: Ciavaldini, Parra, Rodríguez
Araque, Ramírez Carreño, Del Pino, Quevedo, quienes mostraron una progresiva
eficiencia en capacidad de destrucción. Ramírez y Quevedo han sido los peores,
uno por la cantidad de años que tuvo poder para destruir la empresa en
beneficio personal y el de su pandilla, el otro por su colosal ignorancia y
negligencia criminal. Hoy está al frente de PDVSA un narcotraficante y
lavador de dinero buscado por la justicia internacional, asistido por un elenco
de hampones. Ninguna pesadilla puede ser peor que esta horrorosa realidad.
Se dirá que esta
debacle que ya dura 20 años fue un producto de la fatalidad pero es
necesario admitir que las fatalidades tienen que figurar en nuestros escenarios
venezolanos con cierta probabilidad de concretarse, porque han sido demasiado frecuentes
para considerarlas cisnes negros: Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Marcos
Pérez Jiménez, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, han tenido el poder en Venezuela
durante el 65% de nuestra historia desde 1900 hasta hoy.
Lo peor, si es que hay algo peor de lo que ya ha
sucedido, es que no se advierten en el joven liderazgo político venezolano, el
cual tendrá a su cargo llevar las riendas de la Nación del futuro, indicios
claros de que la lección ha sido aprendida. Se sigue hablando el mismo lenguaje
estatizante y de adoración por los monopolios y empresas del estado, a pesar de
que ninguna ha sido beneficiosa para el país (véase el desastre de la CVG como
muestra)
Se sigue hablando de que hay que recuperar a PDVSA, de
que hay que ponerla en condiciones de explotar la Faja del Orinoco y llevarla a
producir 5 millones de barriles por día, de que todo podrá regresar a ser lo
que fue en los primeros años de la “nacionalización”, de que Venezuela podrá
ser de nuevo una potencia energética, ya que tenemos las “reservas probadas más
grandes del mundo”, mito que se han tragado de manera acrítica los analistas de
la situación venezolana.
El deber de quienes
hemos vivido íntimamente la experiencia de PDVSA es utilizarla para advertir
sobre el futuro, sobre los peligros de tratar de recorrer los mismos caminos y
tomar los mismos atajos que llevan al abismo.
Hay nacionalismos
sanos y nacionalismos enfermos, hay deseos de ser independientes que son
respetables pero que deben armonizarse con las exigencias de la
interdependencia, hay ideales de superación admirables pero que deben ser
producto del esfuerzo propio y no de resentimientos xenofóbicos, hay
aspiraciones genuinas de control que no deben ser confundidas con la necesidad
de hacerlo todo, especialmente aquello que otros pueden hacer mejor y sin
comprometer nuestros recursos.
Con la
nacionalización petrolera quisimos ponernos los pantalones largos pero no fue
así. Andamos de taparrabos guiados por una pandilla de narcotraficantes.
Nota: a) Tomado del
BLOG:Las Armas de Coronel
b) Negrillas de N. Hernandez