No somos traidores
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Somos
muchos los que por diferentes motivos un día decidimos dejar nuestra
casa, familia, amigos y amores para irnos a otra tierra a empezar de
nuevo. Sin ventajas, sin enchufes, sin apoyo, sólo con la maleta llena
de trapos inadecuados para el invierno, ilusiones, un título enrolladito
(que sigue enrolladito y sin homologar) un paquete de Toronto y una
lata de pirulín para aguantar hasta que el primer valiente se uniera o
viniera a visitarnos. Un bolsillo lleno del dinero reunido durante el
proceso de indecisión, y por si acaso con las groserías bien aprendidas
en todos los idiomas posibles, para por lo menos saber cuándo nos
estaban insultando.
Muchos
quisimos tirar la toalla más de una vez y mandar a donde se merecía al
ignorante de turno, agarrar el primer avión cuando no teníamos cerca a
nadie que nos hiciera un caldo para pasar la gripe. Muchos gastamos todo
lo que nos sobraba del sueldo en tarjetas, facturas, cibercafés,
estampillas, y cuanto medio nos permitiera seguir en contacto con los
que se quedaron en casa o con los otros que estaban desparramados por el
mundo. Muchos tuvimos que autocantarnos cumpleaños, cenar solos en
Navidad, trabajar en Año Nuevo para que el trago fuera menos amargo.
Muchos nos perdimos los momentos importantes en la vida de nuestros
seres queridos, no sólo la cotidianidad, sino esos memorables. Somos los
eternos ausentes en las bodas, nacimientos, graduaciones, incluso de
los funerales. Nos hemos convertido en facebooktwitterskypewhatsappvi berfacetimedependientes, y eso después de haber superado la era de la icqmessengerpostalelectrónicaf axdependencia.
Hemos
hecho nuevos amigos, formado una familia o hemos sido adoptados por la
de otros. Nos hemos acostumbrado al frío, al trasporte público porque
por estos lares nadie da la cola, a caminar sin aferrar la cartera como
si se tratara de la vida, a usar los hospitales públicos, a no dejar la
luz encendida, a abrir las ventanas antes que encender el aire
acondicionado, a dejar las frutas tropicales para los momentos
especiales y atiborrarnos de fresas grandotas que sólo comíamos en la
Colonia Tovar. Hemos aprendido a cruzar por donde se debe, conducir como
se debe, bajar y subir donde se debe, a sentarnos en el autobús o ir
apretados pero nunca colgando en la puerta, al silencio, a los parques
con los columpios puestos, a la basura en las basureros, a la radio
maaaaaaala y sin humor, al acento de Los Simpson, a cargar muchas
moneditas en el bolsillo y reírnos solos pensando que rompimos el
cochinito. Hemos aprendido a explicar a un carnicero cuál es el pedazo
de carne que queremos para hacernos una carne mechada, y a que nos mire
raro si le encargamos un pernil. Hemos llorado amargamente cuando al
caminar por una calle lejana un artista callejero toca “Moliendo café”.
Hemos sido hormiguitas ahorradoras para organizarnos una vacaciones en
nuestra casa.
Nosotros
no somos millonarios porque ganemos en dólares, euros o libras, no
somos extranjeros porque tengamos doble nacionalidad, no somos sudacas,
ni canarios. Somos un montón de gente que le ha echado pichón, tanto
como en nuestro propio país, pero con las oportunidades que allí no nos
deparaban estos catorce años. Nosotros somos testigos del cambio porque
para poder ver la totalidad de las cosas, hay que tomar distancia. Somos
unos nostálgicos permanentes que añoramos el lugar donde nacimos y
crecimos, pero ese, incluso como era cuando nos fuimos, no el que ya no
reconocemos.
Nosotros
criticamos al gobierno de nuestro país, pero también al del que nos
acoge. Nos quejamos de lo que va mal allí y aquí. Buscamos soluciones
para los dos lados, queremos mejoras en los dos lados porque tenemos
derecho a ellas. En el primero porque aunque estemos lejos nunca hemos
dejado de ser venezolanos, y en el segundo porque somos ciudadanos
pagadores de impuestos y eso nos da derecho a exigir. Nosotros somos
los que con las tripas revueltas le reclamamos a los que ni siquiera
saben cómo se hace un papelón con limón que ponga de ejemplo lo
indefendible. Sí, porque por aquí abundan los que ponen a Venezuela como
modelo de no sé qué, pero ni a palo se desprenden de sus beneficios y
se van con sus macundales a vivir todo aquello de lo que nosotros
salimos huyendo.
Nosotros
somos esos con amigos en todo el mundo que siempre tenemos visita en
casa, que cargamos y pedimos encargos, esos mismos que sufrimos
paranoias nocturnas preguntándonos si nuestros seres queridos están en
casa sanos y salvos, que aunque estemos pasando el peor trago de
nuestras vidas siempre le decimos a nuestras madres que “estamos finos”.
Nosotros somos los que hacemos reír a nuestros nuevos amigos, los que
les decimos que tienen que conocer el mejor país del mundo, pero que no
vayan solos. Nosotros somos los que dejamos “el pelero”, sí, es verdad,
pero somos venezolanos, amamos a nuestra patria, la extrañamos y siempre
pensamos que aunque sea viejitos vamos a regresar. Nosotros somos los
que aguantamos el chaparrón solos y desde lejos, nos fuimos y merecemos
el mismo respeto que los que se quedaron, pero mucho cuidado, no se
equivoquen, estamos lejos pero no somos traidores!!!
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