Carlos Delgado
Cracia fue una muchacha que
apareció abandonada en el pueblo donde crecieron mis ancestros
antropológicos*, según el atavismo al que he tenido acceso. Todos
creían que era de Creta o hija de una diosa por lo bella que era y
porque se mantenía por largos períodos de tiempo sin comer ni beber agua
alguna, prestando ayuda a quien lo necesitase y requiriese. Nadie supo
de dónde salió, tampoco se le conocieron familiares ni amigos que
recordar. Su silueta imponía respeto y ella trataba, en lo posible, de
mantener una figura erguida, impoluta, propia de deidades, de esas almas
luminosas que siempre ansiamos o soñamos ver, conversar con ellas o,
por lo menos, ser bendecidos e iluminados por su mirada tierna, carente
de malicia. Era totalmente incondicional y lograba la unión y consenso
de todos cada vez que proponía una iniciativa, todas concluidas
exitosamente y celebradas.Todos querían a esta hermosa doncella y
pretendían sus favores, por ello propusieron llamarla Pancracia, como si
fuera un coroto, nombre inmediatamente rechazado por ella. Luego,
quisieron imitar sus acciones y a todas ellas bautizaban anteponiéndole
sílabas y letras a tan venerado y extraño nombre como si con ello se
heredaría una suerte de milagro que aportaría al nuevo patronímico las
virtudes de esa beldad pura. A nadie se le ocurrió enlazarlo y
relacionarlo con virtudes, belleza, respeto. Cracia desapareció un buen
día dejando a los ciudadanos de esa aldea, que se hizo muy famosa, con
el honor de haber sido la morada pasajera de esa inesperada y luminosa
visitante. Como dice el vulgo "genio y figura hasta la sepultura".
La tropelía de nombres devenidos a lo largo de la historia para brindar
homenaje a Cracia ha resultado todo un tormento, ha provocado guerra
entre países hermanos, entre familias y ha dado lugar a toda una ciencia
política que aún no termina dilucidando el nombre más apropiado para
rendir homenaje a tan hermoso ser. Desde Solón, Clístenes, Aristóteles y
toda una constelación de filósofos griegos, romanos, persas, chinos,
indios, de épocas cristianas, medievales, oscurantistas, renacentistas,
modernas, se ha intentado dar forma a una práctica de gobierno que
permita a la civilización vivir en paz, progreso, bienestar y respeto.
Lamentablemente, cada quien y cada cual hizo con Cracia lo que le vino
en gana y hoy sufrimos las consecuencias de no haber entendido lo que
esa dama quiso decirnos, dejando tras sí una estela de anhelos y
frustraciones que no tienen fin. En el fondo, todos sienten que el
término Democracia es el que más se parece a esa deidad, es el que todos
desean pero no logran aplicarlo exitosamente a ninguna de sus
sociedades, deformando un principio que todos suponen es el mejor aunque
no bien fundamentado ya que pretender sembrar o imponer Democracia sin
establecer condiciones transparentes, justas, respetables y perfectibles
que permitan a todos disfrutar de semejante sistema. Quizá, ese día
Cracia reaparezca en algún lugar del mundo, para fortuna de los
bienaventurados ciudadanos que tengan la gloria de acertar en su
propósito.
En
ese largo periplo histórico, cuajado de confrontaciones, divisiones,
persecusiones, aislamientos, hostigamientos, se ha logrado estructurar
una variada y compleja teoría de qué sería lo mejor y cómo realizarlo.
Ello dio pie al surgimiento de las primeras teorías y escuelas
económicas, filosóficas, sociológicas, políticas, a la formación de
países, a la identificación de sociedades particulares, tipos de
gobiernos, de movimientos políticos que se han abrogado el liderazgo
intelectual e ideológico de tal compromiso con las consecuencias de
mantener legiones de ciudadanos subyugados a una esperanza que, en
algunos casos, asoma y se disipa prontamente, como si fuese una burbuja
inalcanzable, una utopía.
Para
sorpresa de pocos, antes de Democracia, hubo Aristocracia, Timocracia
y, obviamente, monarquías y tiranías como arroz. Todos querían ser
electos pero no controlados por sus electores. De allí surgieron, además
de las mencionadas, toda una variedad de cracias que hasta la misma
deidad sentiría vergüenza por las denominaciones y el sentido de las
mismas: Teocracia -Dios-, Oclocracia -Plebe-, Mesocracia-dizque clase
media-, Tecnocracia-tecnócratas-, Falocracia -como debe ser-,
Ginecocracia -como es-, Méritocracia -los más aptos-, Plutocracia
-platudos-, Gerontocracia -ancianitos incansables-, Fisiocracia -lo que
se creen los venezolanos con el petróleo y lo del arco minero-,
Talasocracia -dominio de los mares, filibusteros-, Hierocracia -los
divinos-, Burocracia -zánganos y parásitos-, Socialdemocracia -la más
puteada- y otras que ni siquiera vale la pena señalar sus significados:
Milicracia, Petrocracia, Dedocracia, Chulocracia, Bancocracia,
Narcocracia, Chorocracia.
Por ahora, nadie sabe nada de la vida de Cracia. Esperemos.
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