Rafael Gallegos
Yo petrolero a mucha honra, escribo la historia de unos venezolanos
que cabalgando sobre sus valores decidieron actuar en la álgida escena de la
patria. 23.000 petroleros que un buen día, al observar que una tormenta se
cernía sobre el cielo del país, se armaron de valor y de valores y decidieron
enfrentar al tormentero. Escribo la historia inconclusa por ahora, de valientes
hombres y valientísimas mujeres, que antepusieron la patria al sustento, a la seguridad
de sus hijos, al futuro seguro. Que
blandieron el estandarte de aquel hombre que dijo al pie del cadalso que lo
único que lamentaba era tener una sola patria para morir por ella. Como Páez,
aquel terrible patriota ante cuyas lanzas tiemblan los falsificadores de la
historia, los 23.000 petroleros ensordecieron la sabana con su cabalgar. Montados
sobre sus valores y armados de un gigantesco amor por la libertad.
Yo petrolero y a mucha honra, me uní a la decisión colectiva de apoyar un paro nacional
de un pueblo aterrado por las leyes que querían partir en pedacitos a la patria
para comerte mejor. Yo petrolero y cuando digo yo petrolero digo 23.000
petroleros, abandoné la seguridad de toda la vida para luchar contra la falsa
democracia de los falsos demócratas. A partir de ese día los compañeros del
petróleo fuimos hermanos del petróleo y,
me tiembla la mano al escribirlo, puse la patria por delante de mis hijos, les
vacié la nevera por la patria. Pero quien no ama a la patria no ama a sus
hijos. Yo petrolero y cuando digo yo petrolero digo 23.000 petroleros, no tenía
ojos para mirar los ojos de mis hijos ante la nevera vacía, el colegio
atrasado, los domingos sin cine. Yo petrolero me sentí impotente ante los
cobradores, incierto ante el futuro, desesperado ante la vida.
Yo petrolero a
mucha honra y cuando digo yo somos 23.000, me insuflo el aliento ante la valentía
de las mujeres y los niños y los hombres desalojados de sus casas de los campos
petroleros por la violencia de una soldadesca “heródica”. Dicen que el
mismísimo Herodes se avergonzaría de esos procedimientos. Qué mujeres. Pechos al
frente y la frente en alto. Preñadas de valor y de valores enfrentaron las
armas de los heraldos del totalitarismo. Qué valentía, a lo Luisa Cáceres, heroína
de la libertad. “Lo único que lamento es no tener otras patrias para morir por
ellas”. Desalojadas con sus hijos a cuestas. Niños que para la “revolución” no
eran de la patria. Con el hijo a la espalda andando y desandando los caminos de
un país cuyo gobierno les impedía y les
impide trabajar. Yo petrolero y yo petrolera y somos 23.000. Los “heródicos”
soldados tendrán que bajar los ojos al
recordar tamaña entereza
.
Yo petrolero, perseguidos, execrados, sin pago laboral y
ni siquiera de la caja de ahorros porque los “revolucionarios” siempre están
por encima de la Ley
y cuando todo pasa y comienzan las carreras por los
albañales, lastimosamente dicen yo no sabía, yo no sabía y hasta imploran la
obediencia debida.
Yo petrolero. Qué lluvia, qué tormenta, qué huracanes de
dignidad. Muchos no aguantaron la mirada infinita de la tristeza del hijo. ¿Cuántos
se han tirado del puente… cuántos infartados? O el mártir José Ramón Vilas. Todos héroes. Héroes del petróleo. Heroísmo que se
agiganta como la sombra cuando el sol declina ante los calificativos de
saboteadores, vende patria, guarimberos y ante la persecución legal legalita
porque la Ley Soy Yo,
como es la Ley en
todas las autocracias… una dama que olvida para que sirve la balanza. Todos los
calificativos. Todos, menos cobardes. ¿Por qué será?
23.000 perseguidos, asilados, exiliados e inciliados (lo
mismo que exiliados pero dentro de la patria, cosas del modernismo legal
legalito). Yo petrolero denuncio que al
botarnos hicieron una lobotomía a la industria pivote del país. Que como la
madre desnaturalizada de Salomón prefirieron matar al hijo. Que por botarnos
dejan de producir cien mil millones de dólares al año, amén de sacar cero en
gerencia en una empresa que fue emblema de América Latina. Yoprovoquéelparo, la
destrucción, la tirada a la calle de doscientos mil trabajadores y sus
familiares, valientes familiares como los míos y mujeres de oro como la mía,
que temple, que dignidad, que acompañamiento. Sólo podrá absolverlos la misma
historia que “y que” absolverá a Castro.
Como diría Rubén Darío, eres todo el poder, cuando tú te
estremeces hay un fuerte temblor, cuando mueves los hilos millones de títeres
se mueven. Eres el invasor de un pueblo que resiste porque aún cree en la
democracia, le reza a Jesucristo y aun habla en español. Y pues contáis con
todo, falta una cosa, Dios.
Yo petrolero miro como el peso del pueblo ya doblega las
espaldas de los tormenteros. Claro que valió la pena. Y vale la pena. Fuimos el
prólogo de los jóvenes y de un pueblo que resiste. Vivos y ansiosos, bregando
el alba de oro.
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