JUAN FERNANDEZ
En
la presentación del libro “La Nube Negra. Golpe Petrolero en Venezuela” de
Germán Sánchez Otero, estuvieron presentes la mayoría de los personajes que la
historia reconocerá como los ejecutores del enorme daño hecho a la industria
petrolera venezolana en estos años trágicos. El autor, Germán Sánchez Otero, fue
embajador de Cuba en Venezuela. El libro se publica bajo la tutela del
Ministerio de Petróleo, cuyo capitoste indicó las personas que aparecen
entrevistadas.
Rafael Ramírez, el ministro-presidente, tuvo
que buscar un funcionario del gobierno cubano para asegurarse un texto ajustado
a su conveniencia, reflexión que nos sirve para destacar, orgullosos, la
honrosa escasez de autores venezolanos “comprometidos con la revolución”. Por
supuesto, el volumen está plagado de mentiras y desdibuja la realidad de aquel
año 2002, cuando en Venezuela se requirió la complicidad internacional para enfrentar la rebelión popular contra el
proyecto comunista de Chávez.
La
dificultad para encontrar un autor venezolano que manchara su nombre firmando
la retahíla de mentiras y distorsiones contenida en “La nube negra” obligó a
buscar ayuda en alguien que mucho debe agradecer a PDVSA. En efecto, la
presencia del embajador cubano en la sede central de PDVSA era frecuente en
aquella época cuando todavía estaban allí administradores responsables que
insistían en cobrar a Cuba la factura petrolera, aunque fuese al precio vil
impuesto por Chávez. Entonces se presentaba el embajador Sánchez Otero a lograr el diferimiento de esa
gigantesca deuda que jamás podremos cobrar.
Pero,
ya que de agradecimientos hablamos, agradecidos debemos estar a Sánchez Otero
por el título de su libro, “La nube negra”, porque es la mejor definición para
lo que se cierne sobre nuestro país luego de 14 años de Chávez, durante los
cuales el Estado ha recibido más ingresos que la suma de todos los gobiernos de
nuestra historia republicana, con el resultado de una nación destartalada,
endeudada y desmoralizada. Pese a ese gigantesco ingreso, los recursos de PDVSA
ahora se presentan escasos. La actividad petrolera no genera suficiente caja y
requiere pedir prestado a todo el mundo, enajenando lo que correspondería
disfrutar a las próximas generaciones de venezolanos. Es común leer que PDVSA
recibe préstamos de sus asociados –como los chinos-, en condiciones que se mantienen ocultas porque
son escandalosamente desfavorables para Venezuela. Tiene que hacer esto porque
ahora es insolvente una empresa que cuando Chávez la tomó no necesitaba pedir
prestado y si lo hacía en alguna breve coyuntura era en las mejores
condiciones, porque era un acreedor seguro y confiable que los grandes bancos del mundo se disputaban,
mientras ahora lo rechazan.
Por
supuesto, la actual opacidad administrativa se mantiene porque permite
sospechosos depósitos en el exterior, como los denunciados a través de un banco
venezolano con sede en Florida, y el enriquecimiento grosero de los altos
directivos, de lo cual hay información que aparecerá en el debido momento. En
plena campaña electoral es descarado el abuso de los recursos de PDVSA para
favorecer al candidato Chávez. No hay pudor en la exhibición de grandes flotas
de autobuses pintados de rojo, estacionadas en grandes parques como el de
Guarenas, cuya única finalidad es transportar para los mítines de Chávez una
manada de desempleados a quienes se paga por esa participación. PDVSA cubre practicante todos los aspectos de la campaña
oficialista, desde propaganda, viáticos, movilizaciones y aviones lujosamente
equipados, hasta sobornos a políticos lambucios, de quinta categoría, que
cobran por saltar la talanquera.
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