No me refiero a Erik El Rojo, el noruego descubridor de Groenlandia. Tampoco a Rudy El Rojo, ni a Dany El Rojo del mayo francés de 1968. Este rojo es criollo a pesar de que su apellido pueda recordar a los Welser. Viene de una familia de mucha tradición en Venezuela y que ha realizado grandes aportes al país. Tanto su padre, como su tío son empresarios exitosos, con gran sentido de la responsabilidad social, cordiales en el trato y de gran sencillez. De “buena familia”, como se decía antes.
Él heredó el espíritu empresarial y la sensibilidad por quienes menos tienen, lo cual aplaudimos. Con creatividad está desarrollando programas sociales exitosos para recuperar a los descarriados. Aplaudimos su sensibilidad social y, en circunstancias normales, respetaríamos sus aparentes inclinaciones políticas, porque precisamente estamos luchando para que cada quien tenga libertad de elegir a sus líderes.
Sin embargo, el problema actual es que en Venezuela no estamos en una situación normal en cuanto al respeto al estado de derecho por parte del régimen. En este escenario, resulta un tanto desalentador ver a un joven valioso reírse de los chistes malos del teniente coronel en su última cadena.
Mientras este meritorio profesional avalaba con su presencia y sonrisa las estupideces del orador, otros jóvenes con menos recursos económicos, pero con amor por la libertad, soportaban en varias de nuestras ciudades la arremetida con perdigones y gas lacrimógeno de la Guardia Nacional y de la policía. Lamentablemente, esta semana otros dos muchachos aumentaron la larga lista de ciudadanos asesinados como consecuencia del discurso de odio que constantemente predica el inquilino de Miraflores. En el mismo acto, éste volvió a amenazar y a endosarle la culpa de la violencia a los factores de la oposición. Nada más falso, los verdaderos demócratas queremos la paz para lo cual es requisito necesario, aunque no suficiente, que cese el discurso de odio del teniente coronel.
Ojalá nuestro amigo “El rojo” recapacite y entienda que todos queremos la justicia social, pero dentro de un marco en el que se respeten los derechos humanos y no existan prisioneros políticos, ni exiliados. También debería captar que, si lo permitimos, el régimen terminará por eliminar la propiedad privada, no importándole que pertenezca a un “rojo” simpatizante de la revolución. Respetuosamente lo invitamos a leer un artículo de Julián Marías donde este filósofo establece claramente la diferencia entre convivencia y complicidad.
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